Camino de Kumano: Katsura me espera (I parte)
“La gente ve las cosas, pero no las comprende de inmediato. Es necesario dejar en casa al hombre que sueles ser; este se queda allá, y apenas la parte buena continúa siendo alimentada por la energía de la Diosa, que es madre generosa”.
Cierta tarde de febrero de 2001, bajé del tren y me encontré a Katsura, una japonesa de veintinueve años.
–Bienvenido al camino de Kumano. Miré hacia el exterior de la estación, al sol poniente que me daba directamente en la cara. ¿Qué era el camino de Kumano? Durante el viaje, había procurado saber por qué aquel lugar remoto había sido incluido en el programa de mi visita oficial, organizada por la Japan Foundation. La intérprete me dijo que una amiga mía, la poeta Madoka Mayuzumi, insistió en que yo debería visitar ese lugar, aunque contase con apenas cinco días, y tuviese que viajar en automóvil la mayor parte del tiempo. Madoka había hecho a pie el Camino de Santiago en 1999, y pensaba que esta era una manera de darme las gracias.
Aún en el tren, mi intérprete comentó: “La gente en Kumano es muy extraña”. Le pregunté qué quería decir con eso, y ella limitó su respuesta a una palabra: “Religiosidad”. Por mi parte, no quise insistir: muchas veces conseguimos arruinar una buena peregrinación porque leemos todos los folletos, los libros, los consejos de internet, los comentarios de amigos, y ya llegamos al lugar sabiendo todo lo que necesitamos conocer, sin dejar lugar para lo más importante del viaje: lo inesperado.
–Vamos hasta la piedra– dijo Katsura. Caminamos algunos metros hasta un pequeño obelisco, con inscripciones en dos de sus caras, enclavado en medio de una esquina, y disputando el espacio con peatones, una tienda, coches, y motos que pasaban. A partir de ese punto, el camino de Kumano se dividía en dos.
–Si vas hacia la izquierda, harás la peregrinación por el camino que el emperador usaba antiguamente. Si vas por la derecha, harás el camino de las personas comunes– comentó Katsura.
–Tal vez el camino del emperador sea más bonito, pero sin duda el camino de las personas comunes estará más animado.
Ella pareció quedarse contenta con mi respuesta. Subimos al coche, y nos dirigimos hacia las montañas cubiertas de niebla.
Mientras conducía, Katsura explicaba un poco sobre el lugar: Kumano es una especie de península llena de colinas, bosques y valles, donde varias religiones convivían pacíficamente. Las predominantes eran el budismo y el sintoísmo (religión nacional de Japón, anterior a la influencia de Buda, y que consiste en la adoración de las fuerzas de la naturaleza), pero allí podía encontrarse todo tipo de fe y de manifestación espiritual.
–¿Son cuántos kilómetros de peregrinación?– quise saber. –Ella dio muestras de no entender.
–Eso depende de dónde empezaste. Aquí, las peregrinaciones comienzan cuando sales de casa, y terminan cuando regresas a ella. En este caso, como tú vives en Brasil, tú debes de saber la distancia.
Yo no la sabía, pero la respuesta tenía sentido. La peregrinación es una etapa de un viaje; recordé que después de recorrer el Camino de Santiago, en España, solo terminé de comprender lo que me había ocurrido durante los cuatro meses posteriores que pasé en Madrid, antes de regresar a casa.
–La gente ve las cosas pero no las comprende de inmediato– continuó Katsura–. Es necesario dejar en casa al hombre que sueles ser; este se queda allá, y apenas la parte buena continúa siendo alimentada por la energía de la Diosa, que es madre generosa. La parte que te hace daño termina muriendo por falta de alimento, ya que el demonio está muy ocupado con otras personas, y no tiene tiempo para encargarse de alguien cuya alma no está allí.