Grandes escritores: Justicia, mapa y agujas
“Las décadas pasan, el hombre envejece, y ya no consigue moverse. Finalmente, cuando nota que la muerte se aproxima, reúne sus últimas fuerzas, y le pregunta al guarda: vine aquí en busca de justicia. ¿Por qué nunca me dejaste entrar?”.
Kafka: la puerta de la ley
Un hombre que busca la justicia camina hasta el Palacio de la Ley. Frente a la puerta del palacio, un soldado está montando guardia.
Como el centinela no le dirige la palabra, el hombre decide esperar. Espera un día, pero el guarda permanece en silencio.
“Si me quedo por aquí, se dará cuenta de que quiero entrar”, piensa el hombre. Y allí se queda.
Pasan días, semanas y años enteros. El hombre continúa delante de la puerta, y el centinela sigue haciendo guardia.
Las décadas pasan, el hombre envejece, y ya no consigue moverse. Finalmente, cuando nota que la muerte se aproxima, reúne sus últimas fuerzas, y le pregunta al guarda:
–Vine aquí en busca de justicia. ¿Por qué nunca me dejaste entrar?
–¿Que yo no te dejé? –responde, sorprendido, el centinela–. ¡Tú nunca me dijiste lo que estabas haciendo ahí! La puerta estaba abierta, bastaba con empujarla. ¿Por qué no entraste?
Jorge Luis Borges: el gran mapa
Cierto rey encargó a los geógrafos un mapa del país. Pero les exigió que el mapa fuese perfecto, con todos los detalles.
Los geógrafos midieron todos los lugares, e hicieron un borrador. Uno de ellos comentó que aún faltaban detalles de los ríos.
Decidieron rehacer el dibujo a una escala mucho mayor. Cuando estuvo listo, el mapa era del tamaño del primer piso de un edificio. De todas formas, algunos consejeros del rey argumentaron:
–No se consiguen ver los caminos de los bosques.
Y los sabios geógrafos fueron dibujando mapas cada vez mayores, con detalles y más detalles del país.
Cuando, finalmente, consiguieron el mapa perfecto, llamaron al rey y lo llevaron a un inmenso desierto. Una vez allí, le mostraron una extraña tienda, que se extendía hasta el horizonte.
–¿Qué es eso?
–El mapa del país –respondieron los geógrafos–. Como quisimos hacerlo lo más parecido posible a la realidad, ha quedado tan grande que ocupa el desierto entero.
–El miedo a equivocarnos es justamente lo que, la mayor parte de las veces, nos conduce al propio error –dijo el rey–. El mapa es tan detallado, que no sirve para nada.
Y mandó ahorcar a los geógrafos.
Machado de Assis: el hilo y la aguja
La aguja pasa por varias etapas de sufrimiento hasta aprender su función: el calor abrasador de los altos hornos, el frío intenso del agua para templarla, y el peso aplastante de la prensa que la hace adquirir su forma ideal.
A partir de ese momento, ha de permanecer siempre dura, brillante y afilada. Después de todo este aprendizaje, ella encuentra la razón de su existencia: el hilo.
Y hace lo posible por ayudarlo: enfrenta los tejidos más resistentes, y abre orificios en los lugares adecuados. Pero, cuando termina su trabajo, la misteriosa mano de la costurera vuelve a meterla en una caja oscura. Después de tanto esfuerzo, su recompensa es la soledad.
Con el hilo, sin embargo, la historia es diferente: a partir de este momento, empieza a ir a todos los bailes y fiestas.