Historias cotidianas: La vida y sus actores
“El ejemplo de mi familia tal vez contagiara a la vecindad, y así yo habría sido capaz de mejorar mi barrio, mi ciudad, el país y –¿quién sabe?– cambiar el mundo”.
El valor y el dinero
Ciccone German cuenta la historia de un hombre que, al tener su inmensa riqueza e impulsado por su infinita ambición, quiso comprar todo lo que estaba a su alcance. Después de llenar sus numerosas casas de ropas, muebles, automóviles y joyas, resolvió comprar otras cosas.
Compró la ética y la moral, y en este momento fue creada la corrupción.
Compró la solidaridad y la generosidad, y entonces se creó la indiferencia.
Compró la justicia y sus leyes, haciendo nacer simultáneamente la impunidad.
Compró el amor y los sentimientos, y surgió el dolor y el remordimiento.
El hombre más poderoso del mundo compró todos los bienes materiales que quería poseer y todos los valores que deseaba dominar. Hasta que un día, ya embriagado por tanto poder, resolvió comprarse a sí mismo.
A pesar de todo el dinero, no consiguió realizar su intento. Entonces, a partir de aquel momento, se creó en la conciencia de la Tierra un único bien al que ninguna persona puede colocar un precio: su propio valor.
Siempre corriendo
El monje Shuan siempre alertaba a sus discípulos sobre la importancia del estudio de la filosofía ancestral. Uno de ellos, conocido por su fuerza de voluntad, anotaba todas las enseñanzas de Shuan y pasaba el resto del día reflexionando sobre los pensadores antiguos.
Después de un año de estudios el discípulo cayó enfermo, pero continuó asistiendo a las clases.
—Aunque esté enfermo, continuaré estudiando. Estoy persiguiendo a la sabiduría y no tengo tiempo que perder —le dijo al maestro.
Shuan indagó:
—¿Y cómo sabes que la sabiduría está delante de ti y que es necesario estar siempre corriendo tras ella? Quizás ella esté caminando detrás de ti, queriendo alcanzarte, y de alguna manera tú no la dejas. Relajarse y dejar fluir los pensamientos es también una manera de alcanzar la sabiduría.
Empezar por donde se debe empezar
Cuenta un lector que las palabras que transcribo a continuación están escritas en el sepulcro de un obispo anglicano, en una catedral de Inglaterra:
“Cuando yo era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo.
“Cuando me hice más viejo y más sabio, descubrí que el mundo no cambiaría: entonces restringí mis ambiciones, y resolví cambiar solamente mi país.
“Pero el país también me parecía inmutable.
“En el ocaso de la vida, en una última y desesperada tentativa, quise cambiar a mi familia, pero ellos no se interesaron en absoluto, arguyendo que yo siempre repetía los mismos errores.
“En mi lecho de muerte, por fin, descubrí que si yo hubiera empezado por corregir mis errores y cambiarme a mí mismo, mi ejemplo podría haber transformado a mi familia. El ejemplo de mi familia tal vez contagiara a la vecindad, y así yo habría sido capaz de mejorar mi barrio, mi ciudad, el país y –¿quién sabe?– cambiar el mundo”.