Historias de la sabiduría sufí

Por Paulo Coelho
26 de Noviembre de 2017

Un sabio llegó a la ciudad de Akbar, pero la gente no le dio mucha importancia. El sabio solo consiguió reunir a unos pocos jóvenes, mientras el resto de los habitantes se reía de su trabajo. Paseaba con su pequeño grupo de discípulos por la calle mayor, cuando un grupo de hombres y mujeres empezó a insultarlo. En lugar de fingir que no se daba cuenta, el sabio fue hacia ellos y los bendijo. Al irse de allí, uno de sus discípulos comentó:

–Te dicen cosas horribles y les respondes con bellas palabras.

El sabio replicó: Cada uno solo puede ofrecer lo que tiene.

Lujo sofisticado

Al lado del monasterio de Ibak vivía un sabio sufí, excelente negociante, que había acumulado una gran riqueza.

Un visitante del monasterio, al ver los altísimos costes de los trabajos de renovación del templo, dijo para quien le quisiera escuchar:

–¡He aquí que los caminos de la sabiduría se transforman en la senda de la ilusión! He encontrado a alguien que dice buscar la verdad, y sin embargo, está podrido de dinero.

Las palabras llegaron a oídos del sabio. Cuando le preguntaron qué tenía que decir, comentó:

–Pensaba que lo tenía todo, y acabo de descubrir que me faltaba una cosa. Ahora sé que soy realmente un hombre rico, pues he conseguido un lujo más sofisticado.

–¿Y cuál es ese lujo más sofisticado? –quiso saber uno de los monjes.

–Ver a alguien que tiene envidia de ti.

Lo caro, lo barato

Un vendedor llegó a una aldea para vender bellos animales a un precio excelente. Todos compraron, salvo Hoosep.

Pasado un tiempo, llegó a la aldea otro vendedor. Traía camellos excelentes, pero a un precio bastante más alto. Esta vez, Hoosep compró algunos animales.

–No compraste los camellos que eran casi gratis, ¿y ahora los adquieres por casi el doble? –le criticaron sus amigos.

–Aquellos que eran baratos a mí me resultaban muy caros, pues en aquella época tenía muy poco dinero –respondió Hoosep–. Estos pueden parecer más caros, pero para mí son baratos, ya que tengo dinero más que suficiente para comprarlos.

La compasión en el pan

Un panadero quería conocer a Uways, y este fue a su panadería disfrazado de mendigo. Cogió un pan y empezó a comérselo. El panadero lo golpeó y lo echó a la calle.

–¡Loco! –le dijo un discípulo que llegaba–. ¿No ves que acabas de echar al maestro, a quien querías conocer?

Arrepentido, el panadero salió a la calle y preguntó qué podía hacer para que lo perdonase. Uways le pidió que los invitase a comer a él y a sus discípulos. El panadero los llevó a un restaurante excelente.

–Así distinguimos al hombre bueno del hombre malo –dijo Uways a sus discípulos en mitad de la comida–. Este panadero es capaz de gastar diez monedas de oro en un banquete porque soy célebre, pero no puede dar pan para que se alimente un mendigo hambriento. (O)

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