Odessa es así

Por Paulo Coelho
04 de Febrero de 2018

Catalina la Grande recibió en pleno invierno algunas cajas de naranjas. Una nota que las acompaña decía que vienen de un puerto distante que forma parte de su imperio. “Vea de lo que somos capaces: pero necesitamos su ayuda para crecer”. Impresionada, envió mucho dinero para que ese puerto se desarrolle aún más.

En realidad, las naranjas venían de otros países, y habían sido traídas a través del mar Negro. Sin llegar a mentir, la nota dirigida a la emperatriz tampoco contaba toda la verdad. Me viene a la mente lo que aprendí nada más desembarcar allí y empezar a escuchar “Odessa es así”.

Cuando decidí viajar, sabía que necesitaría de, al menos, un compromiso oficial por semana: esto me ayudaría a resistir la tentación de interrumpir el camino por la mitad y volverme a Brasil antes de tiempo. En este caso, acepté ir a Ucrania como invitado del gobierno al fórum en memoria del desastre atómico de Chernobyl. Cuando me preguntaron qué me gustaría hacer, expliqué que estaba teniendo encuentros “sorpresa” con mis lectores, avisando normalmente con solo dos o tres días de antecedencia. ¿Dónde sería el encuentro? -En Odessa –respondí.

¿Por qué Odessa? Por Sergey Kostin, que había elaborado un proyecto seleccionado por la Fundación Schwab. En los encuentros de Davos me quedé impresionado con aquel ucraniano que, sin hablar inglés, conseguía exponer su proyecto y sensibilizar a los hombres de negocios que se encontraban en Suiza. Sergey insistía en que yo tenía que conocer su ciudad. Así que me mantendría fiel a una tradición que había comenzado en Puente la Reina, según la cual la librería local hace una fiesta de autógrafos para cincuenta lectores elegidos por sorteo.

Cuando llegamos, mi representante en Rusia pidió revisar la invitación enviada. -¡Pero aquí no dice fecha, ni lugar, ni hora! “Odessa es así” –respondió el librero–. Los invitados tendrán que telefonear tres horas antes para obtener más información.

Una vez allí, visito la escalinata en la que se filmó la escena más fuerte de la película El acorazado Potemkim (1925), de Eisenstein. Y como Odessa es así, la fiesta fue un éxito, y apareció más gente de la que se esperó. El librero me presenta a un hombre gigantesco, al que le gustaría realizar mi escultura.

Nunca había aceptado este tipo de propuesta, pero el librero insiste: solo una hora. Odessa es así. Es la Pascua ortodoxa y me doy cuenta de que debo aceptar; el regreso a Kiev será un pretexto para limitar mi permanencia en su taller.

Me dirijo hacia allá. Alexander Petrovich Tkarev, el escultor, dice que pasó la noche en vela rezando. Pero, incluso sin dormir, da inicio a su trabajo. Yo me siento un poco ansioso: no va a conseguir hacer nada en tan poco tiempo. Él está sudando a mares, sus manos no paran, pero sus movimientos son precisos, una especie de ballet espiritual. Una hora después la escultura está terminada: una vez más me fue recordado que cuando se desea algo, todo el Universo conspira a favor. Y, ¿por qué debería sorprenderme? ¡Odessa es así! (O)

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