Sincronicidad (II parte): Momentos especiales
Cuando existe la ocurrencia de coincidencias más significativas, sin causa aparente, y que desafían las explicaciones científicas comunes y se sitúan en el terreno sobrenatural, nos encontramos con una sincronicidad.
Hace un mes publiqué aquí varios textos sobre las llamadas “coincidencias”. Comparto algunos de los casos que me ocurrieron:
Trabajo anunciado
Acababa de escribir Valkirias, y estaba en el aeropuerto de Brasilia, esperando el momento de embarcar. Para distraerme, empecé a imaginar qué portada debería ponerle a este nuevo trabajo. El avión se atrasó, me puse a pasear por el vestíbulo, y descubrí una pequeña galería de arte en el segundo piso, donde vi un cuadro del arcángel Miguel, tema central del libro. Bastó leer la firma de la pintora –Walkiria– para decidir que aquel cuadro sería la portada.
Las coincidencias no acaban ahí. Las Valkirias fue publicado el 3 de agosto de 1992. Luego mi editor recibió una carta de la pintora: “Hace exactamente un año –el 3 de agosto de 1991– terminé una restauración en una iglesia de Goiás. Lo hice sin cobrar nada, apenas por amor. Este día, el párroco me llamó y me dijo: “Dios encontrará una manera de pagarte. De aquí a un año, un trabajo tuyo será muy conocido”.
Entre escritores
En el coctel de apertura del Festival de Escritores de Melbourne en 1993, en Australia, yo me sentía bastante descolocado. Era la primera vez que participaba en un evento literario fuera de mi país; no conocía a nadie, y decidí quedarme mirando una pared con pósteres de las portadas de los escritores presentes. Al lado de la portada de El Alquimista había otra bonita portada, y me entraron unas ganas enormes de conocer al autor de aquel libro.
Otro invitado se aproximó. También se sentía fuera de lugar, y aprovechó para intentar sacar algún tema de conversación. Sin saber quién era yo, se puso a elogiar bastante el cartel con la portada de mi libro. Medio avergonzado, le pregunté si había reparado en la otra lo bonita que estaba.
-Gracias –respondió él–. Soy el autor. Nos reímos mucho, cuando también me identifiqué como el autor del libro cuya portada él había elogiado.
Encuentros cruzados
Yo sabía que el músico y compositor Wagner Tiso estaba en Madrid, quería encontrarme con él, pero estaba resultando imposible. Yo dejaba un recado en el contestador automático, él dejaba un recado en mi hotel, y nunca conseguíamos hablarnos.
Un buen día, tuve que ir a Francia en coche. A la vuelta, cansado de conducir durante más de ocho horas, paré en un bar perdido en la carretera, en medio de ninguna parte. Cuando entré para tomar un café, ¿quién estaba allí, también tomando un café, también parando para descansar un poco? Lo adivinaron: ¡Wagner Tiso!
Destornillador oportuno
Poco antes de morir, mi suegro llamó a la familia: “Sé que la muerte es apenas un tránsito. Cuando me vaya al otro mundo, voy a dar una señal para confirmar que mereció la pena ayudar a los demás en esta vida”. Su deseo era ser incinerado, y que sus cenizas fueran arrojadas en Arpoador. Falleció dos días después. Un amigo facilitó la cremación en Sao Paulo y, una vez de vuelta en Río, fuimos directos a Arpoador. Al llegar frente al mar, la sorpresa: la tapa de la urna estaba firmemente presa con tornillos. No conseguíamos abrirla.
No había nadie cerca, apenas un mendigo preguntó: “¿Qué es lo que quieren?”.
Mi cuñado respondió: “Un destornillador, porque aquí están las cenizas de mi padre”.
“Él debe de haber sido un hombre muy bueno, porque acabo de encontrar esto justo ahora”, dijo el mendigo. Y extendió la mano, ofreciendo un destornillador.