Violencia filio-parental
Psicólogos y sociólogos concentran su mirada en un fenómeno que no es nuevo, pero ha aumentado su recurrencia en las últimas décadas: la violencia filio-parental.
Se trata de una forma de violencia intrafamiliar en la que los hijos abusan verbal, emocional, económica y físicamente de sus padres o cuidadores para tener el control.
Según un estudio reciente realizado por la Unión Europea, se estima que en EE.UU. y España –dos países observados en el informe– el 10% de las familias sufre esta agresión, que no distingue nivel socioeconómico ni modelo familiar y en la que los principales agresores son los adolescentes varones y las víctimas, sus madres.
“Se piensa que ocurre en familias desestructuradas con problemas económicos: no es así. Hay gran variabilidad y muchas tienen posición acomodada”, apunta la psicóloga Esther Roperti, que ya en 2005 vio cómo en el centro de tratamiento en el que trabajaba en Madrid ingresaban más chicos por maltrato a padres que por actos vandálicos.
Problema moderno
La Fiscalía española alerta que, junto al robo violento, la violencia filio-parental es el delito por el que detienen y adoptan más medidas cautelares contra menores en ese país. En 2013 hubo 4.659 denuncias, el 16,6% de los procedimientos abiertos.
España es, a la vez, referente para América Latina y Europa, que ahora comienza a poner la lupa sobre este problema con el abuso oculto de los hijos sobre los padres, primer estudio encargado por los europeos en 2013, elaborado por la británica Universidad de Brighton y financiado por el Programa Daphne III, que combate la violencia que involucra a menores. “Es la forma más oculta, incomprendida y estigmatizada de violencia familiar. Miles de padres viven con temor pero aún es un tema tabú”, dice Paula Wilcox, investigadora del estudio.
El estudio académico evaluó la efectividad de los modelos para tratar la violencia filio-parental que existen en Bulgaria, Irlanda, España, Suecia e Inglaterra: uno trabaja con grupos paralelos de padres y jóvenes enseñando técnicas para lidiar mejor con las emociones y el otro se enfoca directamente en cómo mejorar la labor de los padres.
Para los especialistas, la violencia acrecentada de los menores contra sus padres es un problema propio del siglo XXI. “No quiere decir que no existiera, sino que ahora alcanza una dimensión grande, para ponerle atención”, dice Roberto Pereira, vicepresidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental (Sevifip).
Imanes que se repelen
En el caso de Mariángeles, la violencia empezó tras su divorcio hace seis años y empeoró hace tres al mudarse a Madrid con sus dos hijas. La mayor, que pide identificarse como Lucía, experimentó un cambio de 180 grados. Acudió a varios programas psicológicos y de drogodependencia cuando empezó a fumar cannabis. “Salía mucho, estaba en la calle con gente que no era (...). Me distancié de mi madre”, dice esta chica de 17 años.
La expulsaron del colegio y sugirieron denunciarla a las autoridades, pero su madre prefirió buscar ayuda: “¿Cómo la iba a denunciar? En ese momento no podía asimilarlo”.
Ahora reflexiona que su error fue no hablar sobre los cambios que vivirían, así como no ponerle límites a su hija. “¿Quién es el culpable? No lo son hijos ni padres, hay un conflicto. Son dos imanes mal colocados que se repelen pero si se colocan bien se atraerán. Es una patología del amor”, afirma Javier Urra, director clínico del Programa RecUrra-Ginso (que atiende a menores en conflicto con sus progenitores), presidente de Sevifip y exdefensor del Menor de la Comunidad de Madrid.
Asimismo, parte del problema suele ser que la familia no tiene claro el concepto de autoridad y su sistema educativo es permisivo. Son más amigos que padres y crean “adolescentes caprichosos que no toleran la frustración”.
“Un adolescente al que hay que decirle sí a todo vive el presente y explota si no se lo complace. La falta de límites genera angustia y ansiedad, es como cruzar una calle sin semáforo”, dice Esther Roperti.
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Del secreto a la denuncia
Muchos padres creen que pasará solo y que su hijo los agrede porque es simplemente un aspecto de su personalidad. Pero los expertos apuntan que, en muchos casos, la violencia es indicador de una necesidad de límites o de una separación indispensable para desarrollarse como individuo, por eso este comportamiento sucede más en la adolescencia.
Muchas veces, la necesidad de intervenir debe materializarse en una denuncia ante las autoridades, una medida –según los terapeutas– que protege a los padres y puede ayudar a que esos chicos logren relacionarse sin violencia. Pero tomar la decisión tampoco es fácil, no solo por el afecto, sino por las consecuencias legales que pueda tener la denuncia.
“A veces es un vecino el que llama a la policía, se pone en marcha el dispositivo y pasa al juzgado. Es importante asesorar bien a los padres, porque denunciar también implica una orden de alejamiento. El hijo no se puede acercar al hogar ni hablar con los padres, si incumple la orden es un delito”, explica la abogada María José Parras.
La denuncia los lleva en ocasiones a los centros de menores. “La mayoría entra con un régimen cautelar porque hubo una denuncia policial. A veces tienen ya una primera intervención, con régimen abierto o libertad vigilada, y fueron orientados por muchos profesionales”, indica Lorena Zardain, psicóloga del Centro Especializado de Ejecución de Medidas Judiciales El Laurel, único adscrito a la Comunidad de Madrid con terapia específica para estos agresores.
“Claro que cuesta asimilarlo, pero hay muchos niños que caen en este pozo y debemos hablar para ayudar a otras familias. Tengan mucha paciencia y no pierdan la esperanza, que sí se sale”, afirma Mariángeles, tras su experiencia como madre víctima.
A ella la ayudó denunciar. Lucía estuvo tres meses en libertad vigilada y casi un año en El Laurel. “Me impactó ver casos más fuertes. Abrí los ojos y valoré más a mi madre”, dice la menor.
Dimensión social
La psicóloga del centro, Lorena Zardain, explica que en los últimos años llegan familias con problemáticas cada vez mayores. “La agresión es un elemento más de disfuncionalidad o hay problema de salud mental, drogadicción o violencia entre sus miembros”, apunta.
Pero, aunque la agresión filio-parental ocurre dentro de la familia, la sociedad también tiene responsabilidad porque, según los expertos, banaliza la violencia.
Así, reclaman protocolos de intervención social para detectar y saber cómo actuar. Una labor también pendiente en América Latina, donde además en muchos países no se diferencian estadísticamente los casos de violencia filio-parental de otras agresiones familiares.
Pocos tienen cifras concretas. Por ejemplo, en Colombia, la agresión de hijos contra padres representó el 11% de los 15.829 casos de violencia intrafamiliar en 2013.
En cambio, en Argentina “no existen estadísticas porque no está tipificado como delito. Se engloba a nivel general como violencia familiar y no hay protocolos”, afirma Gabriel Bertino, abogado e impulsor del Congreso Internacional de Violencia Filio-Parental y Violencia de Género, que se realizó en 2013 en la provincia de Santa Fe (Argentina).
Desde Sevifip consideran que en América Latina hay cierto desfase en la atención a este problema, aunque cada vez se tiene más en cuenta. “Sí existe, pero la prioridad allí es frenar el maltrato infantil y la violencia de género, las otras dos formas de violencia intrafamiliar”, apunta el vicepresidente de la entidad. (F)