Un diario inexistente: La fe en nuestra vida

Por Paulo Coelho
22 de Junio de 2014

“Dios sabe que somos artistas de la vida. Un día nos da un formón para esculturas, otro día, pinceles y un lienzo, otro día nos da una pluma para escribir”.

Pidiendo limosna

Forma parte del entrenamiento de los monjes budistas zen una práctica conocida como takuhatsu –la peregrinación para mendigar–. Además de ayudar a los monasterios que viven de donaciones y forzar al discípulo a ser humilde, esta práctica tiene otra función más: purificar la ciudad donde vive.

Y esto porque, según la filosofía Zen, tanto quien dona, como quien pide, como la propia limosna, forman parte de una importante cadena de equilibrio.

El que pide lo hace porque lo necesita; pero el que da, actúa de esta manera también porque le hace falta.

La limosna sirve de conexión entre dos necesidades, y el ambiente de la ciudad mejora, ya que todos han podido realizar los actos que tenían que suceder.

Moisés separa las aguas

–A veces nos acostumbramos a lo que vemos en las películas y acabamos olvidándonos de la verdadera historia –dice un amigo, mientras miramos juntos el puerto de Miam–. ¿Te acuerdas de los Diez Mandamientos?

Claro que me acuerdo. Moisés –Charlton Heston– en un momento dado levanta su bastón, las aguas se separan y el pueblo hebreo atraviesa la gran masa de agua.

–En la Biblia es diferente –comenta mi amigo–. Allí, Dios ordena a Moisés: “Diles a los hijos de Israel que marchen”. Y solo después de que comienzan a caminar, Moisés levanta el bastón, y el mar Rojo se abre.

»Solo el valor mostrado en el camino hace que el camino se manifieste.

Siguiendo el impulso

El padre Zeca, de la Iglesia de la Resurrección, en Copacabana, cuenta que estaba en un autobús y, de repente, escuchó una voz diciéndole que debía levantarse y predicar la palabra de Dios allí mismo.

Zeca empezó a conversar con la voz: “Voy a parecerles ridículo. Esto no es lugar para un sermón”, dijo. Pero algo dentro de él insistía en que era necesario hablar. “Soy tímido, por favor, no me pidas esto”, imploró.

El impulso interior persistía.

Entonces, él recordó su promesa –abandonarse a todos los designios de Cristo. Se levantó, muerto de vergüenza, y se puso a hablar del Evangelio. Todos escucharon en silencio. Él miraba a cada pasajero y eran raros los que desviaban los ojos. Dijo todo lo que sentía, terminó su sermón y se sentó de nuevo.

Hasta hoy no sabe qué tarea cumplió en aquel momento. Pero tiene absoluta certeza de que cumplió una tarea.

He de vivir mis gracias

He de vivir todas las gracias que Dios me ha concedido hoy. La gracia no puede ahorrarse. No existe un banco en el que podamos ingresar las gracias recibidas, para utilizarlas a medida que las vayamos necesitando. Si no aprovecho estas bendiciones, voy a perderlas irremediablemente.

Dios sabe que somos artistas de la vida. Un día nos da un formón para esculturas, otro día, pinceles y un lienzo, otro día nos da una pluma para escribir. Pero nunca conseguiremos usar un formón en el lienzo o la pluma en esculturas. Para cada día, su milagro. He de aceptar las bendiciones de hoy para crear lo que tengo; si hago eso con desapego y sin culpa, mañana recibiré más.

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