Ver de manera diferente: Siempre es posible
“Tu problema no es intentar ser quien eres, sino aceptar a los demás como son. Actuando así, es mejor continuar en el desierto”.
El eterno insatisfecho
Shanti recorría las ciudades predicando la palabra divina, cuando un hombre vino a buscarlo para que curara sus males.
—Trabaja, aliméntate, y alaba a Dios —respondió Shanti.
—Cuando trabajo, me duele la espalda. Cuando como, mi vientre arde de acidez. Cuando bebo, siento molestias en la garganta. Cuando rezo, siento que Dios no me escucha.
—En ese caso, busca a otra persona que te dé otros consejos.
El hombre se marchó, enfadado. Shanti se dirigió a los que habían escuchado la conversación:
—Él tenía dos formas de encarar cada cosa, y elegía siempre la peor. Cuando muera, es posible que también se queje del frío que hace dentro de la tumba.
Cuál es el mejor camino
Cuando le preguntaron al abad Antonio si el camino del sacrificio llevaba al cielo, este respondió:
—Hay dos caminos de sacrificio. El primero es el del hombre que mortifica la carne –hace penitencia– porque le parece que estamos condenados. Este hombre se siente culpable, y se considera indigno de vivir feliz. En este caso, él no llega a ninguna parte, porque Dios no vive en la culpa.
“El segundo es el del hombre que, aun sabiendo que el mundo no es perfecto como a todos nos gustaría que fuese, reza, hace penitencia, y dedica su tiempo y su trabajo a mejorar el ambiente que lo rodea. En este caso, la Presencia Divina lo ayuda constantemente, y obtiene resultados en el cielo”.
Continúa en el desierto
—¿Por qué vive usted en el desierto? —preguntó el caballero.
—Porque no consigo ser lo que deseo.
—Nadie lo consigue. Pero es necesario intentarlo —insistió el caballero.
—Imposible. Cuando empiezo a ser yo mismo, las personas me tratan con una reverencia falsa. Cuando soy sincero con relación a mi fe, ellos empiezan a dudar. Todos creen que son más santos que yo, pero se fingen pecadores por miedo a insultar mi soledad. Intentan mostrar todo el tiempo que me consideran un santo, y de esta manera se transforman en emisarios del demonio, tentándome con el orgullo.
—Tu problema no es intentar ser quien eres, sino aceptar a los demás como son. Actuando así, es mejor continuar en el desierto —dijo el caballero, alejándose.
Estoy muriendo de hambre
En medio de una tempestad de nieve, el viajero llegó al convento.
—Me estoy muriendo de frío y de hambre, y no tengo cómo ganarme el sustento; necesito comer.
Sucede que, justo aquel día, la tempestad había impedido que los monjes abasteciesen la despensa, y no había absolutamente nada para comer o beber. Compadecido, el abad abrió el sagrario, sacó las hostias consagradas y el cáliz de vino, e hizo que el extraño se alimentase con ellos.
Los demás se quedaron horrorizados:
—¡Eso es un sacrilegio!
—¿Por qué, sacrilegio? —respondió el abad—. Vosotros ya habéis oído hablar de David, que comió el pan del tabernáculo cuando pasó hambre. Cristo sanaba en sábado, siempre que era necesario.
“Yo apenas he puesto el espíritu de Jesús en práctica: el amor y la misericordia ahora pueden hacer su trabajo”. (O)