Salud mental, prejuicios y mitos
¿Qué se requiere para restablecer este equilibrio entre el bienestar físico y el emocional?
¿Ha estado extremadamente estresado en los últimos días? Todos vivimos en estrés. Es una señal del sistema nervioso, que prepara al cuerpo para enfrentar las situaciones de la vida diaria. Nos adapta al medio.
Pero cuando no cumple esa función, afecta el equilibrio: hay falta de sueño, desmotivación, cansancio, dificultad para resolver problemas, inquietud. “Vivimos preocupándonos del pasado: lo que debimos hacer, o del futuro: lo que debemos hacer. Y no vivimos el presente”, recuerda la psicoterapeuta Carmen Ojeda, directora de Psicoterapia Integral y Análisis Conductual (PIAC).
El estrés no solo distrae y causa malestar al romper el equilibrio entre la persona, su entorno familiar, social y cultural, sino que es también uno de los factores más comunes para disparar una enfermedad mental en una persona vulnerable.
Los mayores prejuicios
La enfermedad mental se enfrenta con malos entendidos que obstaculizan tanto la prevención como el tratamiento. El mayor, sostiene Ojeda, es el que está en contra de que las personas cuiden de su salud mental o acepten que están atravesando por una enfermedad, por creer que serán etiquetados y asilados en una institución, recibiendo medicación de por vida. Hay un miedo especial a la farmacología, “y muchos mitos: que es droga, que lo hará dependiente, que no podrá vivir sin ella”.
En esto concuerda el psiquiatra y psicoterapeuta Eduardo Tigua Castro. “El primer y más terrible prejuicio es que el profesional de salud mental solo atiende a ‘locos’. Hace daño al prejuicioso, al terapeuta y al paciente”. El primero, aunque llegase a necesitar ayuda para un allegado, no la buscará, porque no acepta la posibilidad de una enfermedad mental. El terapeuta ve desprestigiado su trabajo. Y el afectado no irá solo ni mejorará sin ayuda.
Una enfermedad mental, insiste Ojeda, no es el equivalente de estar loco. Hay factores de vulnerabilidad socioambiental y biológica que nos predisponen a ciertas condiciones. Uno de ellos, ya mencionado, es el estrés, determinante en el desarrollo de depresión, ansiedad, trastornos alimenticios, de conducta, de aprendizaje, de personalidad o por somatización, los más comunes con los que trabajan psicólogos clínicos y psiquiatras.
“No hay una cultura de estas enfermedades”, indica la psicóloga. “Por ejemplo, la persona no quiere tratar su depresión y se engaña con frases como ‘es cuestión de poner de tu parte para salir adelante’. Necesitamos un compromiso mayor para aceptar que es una enfermedad que afecta nuestro sistema nervioso central y periférico”.
Mitos en la enfermedad grave
Tal vez sean los pacientes de esquizofrenia, bipolaridad o los distintos tipos de psicosis quienes experimentan más sufrimiento a causa de la gran cantidad de mitos en torno a sus enfermedades. “Todos tenemos miedo a la locura, y durante años los hospitales psiquiátricos han servido como albergues para institucionalizar a la gente, porque la familia no quiere tenerlos en casa”.
El primer mito es que el paciente está endemoniado, dice Ojeda, y que no tiene remedio, no puede estar en casa y debe quedarse en el hospital, porque en cualquier momento puede matar a alguien.
El segundo, aporta Tigua, es creer que el paciente está fingiendo, y que con un trato brusco (un susto o castigo físico) se le quitará. No es así. “Hay ciertas experiencias traumáticas que aparentemente ponen ‘cuerdo’ al paciente, pero eso es temporal”.
Creer que el trabajo profesional de un psicoterapeuta puede ser reemplazado por quien ejerce algún oficio de tipo esotérico.
Culpar a la medicación. Esto sucede al suspender o alterar el tratamiento, al administrar la primera receta por tiempo indefinido. “Los psiquiatras utilizamos una dosis inicial que con los días se va modulando”, dice Tigua. “Cuando se la mantiene sin control por meses, el paciente se gana una adicción”.
Creer que se trata simplemente de debilidad de carácter. En todo grupo humano hay personas con gran fortaleza, y asimismo, personas vulnerables, frágiles, en quien una enfermedad puede activarse a causa de un trato áspero o injusto.
El mito de la genialidad
Entre los grandes líderes, pintores, artistas y escritores, siempre hubo algunos con enfermedades mentales, reconoce Ojeda, y a menudo se atribuye a esto sus hazañas. “Pero lo que yo diría es que el mundo está lleno de patologías”, comenta, y simplemente hay mucha más exposición entre quienes se dedican a las artes o a la política.
La realidad es que las enfermedades mentales graves, como la esquizofrenia, tienen un componente biológico, y hay gran deterioro de la cognición. Puede presentarse genialidad, pero eso no durará mucho. “Entre quienes más grandiosidad muestran, dentro de los trastornos, son los bipolares: inteligentes, brillantes, con rasgos de omnipotencia”. Pero cuando caen en la curva depresiva, quieren acabar con todo, incluso con sus vidas.
Tigua, por su parte, está al tanto de que en ciertas esferas se considera ideal una personalidad con rasgos obsesivo–compulsivos, para cargos que requieren gran minuciosidad. O alguien con rasgos paranoides para labores de vigilancia. “Si lo analizamos profundamente, eso es un beneficio perentorio, que no afecta favorablemente toda la vida, sino cierta arista de la ocupación”, y descuida el resto de las áreas, como las relaciones personales. “Cumple muy bien su trabajo, pero tiene problemas de celotipia con su pareja o amigos. Por tanto, es muy forzado”, opina, “decir que hay patologías mentales beneficiosas, no existe nada mejor que la salud”.
La actitud ideal
Ojeda estima que hay una mejor educación sobre las enfermedades mentales. Se ve al profesional de salud mental, no como un último recurso, sino como alguien que trabaja en prevención, desde dificultades en la infancia y problemas en la adolescencia, para evitar llegar a un trastorno.
La actitud óptima, expone Tigua, es comprender a la persona, asumir que hay una enfermedad y buscar un especialista que dé el tratamiento específico para revertirla. La buena noticia, asegura, es que la mayoría de afecciones mentales no solo mejoran, sino que se curan. “Un paciente comprendido por su familia, tratado con paciencia, con la medicación adecuada y las pautas del terapeuta, mejora o se cura”. El tratamiento le devolverá las habilidades para vivir en libertad, decidiendo lo mejor para sí.
Las enfermedades mentales clásicas, como la depresión y la ansiedad, que suelen nacer de un estrés mal manejado, se tratan con generadores de oxitocina, enumera Ojeda: buena alimentación, ejercicio, contacto con la naturaleza, relaciones familiares y sociales y psicoterapia. (D.V.)