Ayudando al niño estresado

Por Lenín E. Salmon
21 de Septiembre de 2013

Por mucho cuidado que se tenga, llegará el momento en la vida de una familia en que uno de sus niños pasará por una fase de estrés emocional. Estrés (en este caso), es la respuesta de la mente del niño a un cambio en su ambiente (interno o externo) que afecta su sensación de seguridad y bienestar. Puede ser un cambio de casa, o de escuela, o una separación de los padres. Pueden ser cosas que los padres no detecten, como no ser invitado a un cumpleaños “importante”, o en la escuela sentirse inferior, o rechazado (o abusado) por sus compañeros. Puede ser que alguien cercano lo esté presionando a hacer algo indebido. En realidad son innumerables las causas del estrés infantil, y son exclusivas; esto es, lo que es perturbador para un niño puede no ser estresante para otro.

Lo más doloroso es que el niño, por causa del mismo estrés, no puede expresar con claridad lo que siente, ni qué fue lo que lo ocasionó. Por esto es que a menudo lo manifiesta somáticamente (dolores de estómago, o de cabeza, o malestares o temores ilógicos), o mediante cambios en su conducta (volviéndose irritable, agresivo, huraño, desobediente, oposicionista; comiendo o durmiendo demasiado o muy poco; no queriendo ir a la escuela o ver a sus amigos usuales, etc.). Los cambios pueden ser muy notorios y perjudiciales.

Los padres deben reaccionar a las primeras señales de alteración en su comportamiento o actitud, e intentar sincronizarse con él y sus síntomas. Deben hablarle usando sus términos, en un ambiente protegido, agradable (mientras juegan con él, por ejemplo) tratando de visualizar con él varios escenarios de su vida normal, explicándole que a veces pueden presentarse situaciones sobre las que no tenemos control y pueden hacernos sentir confundidos, con miedo, vergüenza o culpa. Justamente entonces (y hay que enfatizárselo) es cuando los padres pueden ayudarlo a entender lo que sucede y encontrar soluciones a las dificultades, en un ambiente de confianza, sin temor a ser malinterpretado o castigado. Intervenciones de esta naturaleza fortalecen no solamente la comunicación entre el niño y sus padres, sino también su autoconfianza, pieza clave en la protección de su sensación de bienestar.

lsalmon@gye.satnet.net

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