La pornografía y el cerebro del niño
De las influencias que un prepúber puede recibir en internet, la más poderosa y potencialmente nociva es la pornografía. En un cerebro que todavía está configurándose, las conexiones neuronales alimentadas por esta potente estimulación (y el placer posterior) pueden quedar tan marcadas que el niño puede desarrollar una conducta dependiente, no diferente al adicto a una droga.
Con el tiempo su mente va a necesitar más estimulación y con más frecuencia, para alcanzar los resultados deseados. Si sumamos la natural curiosidad de su edad y los infinitos escenarios sexuales que internet ofrece, tendremos un adolescente con una concepción distorsionada de la sexualidad (comportamientos mecánicos, ‘artísticos’, vacíos de afecto, violentos o contra la naturaleza).
Sus expectativas sobre el rol de la mujer (total sumisión, aceptación tácita de sexo grupal, tímidos rechazos a una violación), tal como ha visto en la pantalla, se estrellarían contra una realidad que no conocía y que no puede controlar. En muchos jóvenes la prolongada experiencia en el sexo artificial produce una separación entre lo físico y lo afectivo, creando problemas a la hora de estar con alguien que aman, sufriendo disfunción eréctil o necesitando visualizar escenas pornográficas para funcionar adecuadamente.
Sobre los padres recae la responsabilidad de monitorear, hablar sobre el tema, configurar filtros en sus dispositivos electrónicos (y mantener los dedos cruzados). No hay que dudar en intervenir a la primera señal, sin hacerlo sentir culpable pero haciéndole saber que esa conducta no será tolerada.
Lo más apropiado sería desde mucho antes encauzarlo en actividades saludables para su edad: deportes, vida familiar estimulante, confianza con sus padres en toda clase de tópicos, y mucho respeto hacia las mujeres. (O)