Contagios letales
Los padres maduros no enferman a los hijos con las dificultades, mientras que los inmaduros sí lo hacen.
En todos los hogares siempre hay problemas. Pero la diferencia entre unos y otros está en la forma de enfrentarlos y resolverlos, especialmente, para no afectar a los hijos. Mientras en unos hay padres que actúan con inteligencia emocional, en otros hacen lo contrario.
Según la psicóloga clínica y educativa Evelyn Brachetti, hay quienes a través del tiempo llegan a tener madurez en su accionar o, al revés, se quedan en la inmadurez por algún problema en la estructura de la personalidad. Generalmente, quien actúa con inteligencia emocional es quien logra que el jinete (carácter) lleve las riendas del caballo (temperamento).
“Esto da la impresión de ser una teoría psicológica, pero tiene bases que la sustentan a nivel de cómo se estructura el cerebro”.
Las áreas, agrega, que se relacionan con nuestra vida emocional son dos: el sistema límbico (impulsos) y el lóbulo frontal (racional). En el primero se alojan nuestras emociones irracionales, que ante un problema candente hace que la persona actúe como un animal, es decir, ataca, huye o se paraliza, sin pensar en las consecuencias; y en la segunda están los pensamientos racionales, que nos hace autocontrolarnos, frenar a tiempo y generar soluciones.
Entonces, la diferencia entre un adulto maduro e inmaduro está en cómo maneja sus emociones. Si enfrenta y encara las dificultades con control o lo hace con la parte irracional, que es dañina.
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Inestabilidad en los niños
El error más grande que cometen los padres cuando están límbicos, dice el psicólogo clínico Samuel Merlano, es que hagan partícipes a los niños de sus problemas de cualquier índole, porque les ponen una carga emocional negativa que les afecta en los estudios, la salud, la vida social y la percepción de ellos como progenitores.
Según Brachetti, el desestabilizador más fuerte que puede haber en los hijos es el divorcio de los padres y la presencia de un estado psicopatológico en alguno de ellos. Por ejemplo, una madre que se queda con los hijos después de la separación y que ha sido abandonada puede estar depresiva y muy límbica. Entonces, agrega, los hijos tienen una doble problemática: el divorcio como divorcio, que es la pérdida de la familia, más el estar con una persona depresiva que no actúa de manera lógica y racional. Se vuelve maniaca, histérica, grita o manipula.
“Los padres inmaduros no saben manejar sus propias situaciones de adultos y al ponerse en contacto con la pareja con la que tiene dificultades se vuelven límbicos, es decir, solo se atacan”.
Muchas veces, dice Merlano, los padres usan a los niños pequeños como recaderos: ¡Dile a tu papá esto! o ¡Dile a tu mamá que no tengo dinero! Este involucramiento es negativo porque les crean problemas de concentración en los estudios y les fuerzan a “madurar” fuera de tiempo, ya que se enteran de los problemas de adultos y de detalles personales que no deberían ellos conocer. Incluso, les genera una percepción negativa de la vida afectiva y por ende tendrán temores y resistencia posterior a vincularse afectivamente. En el adolescente, en cambio, les crea malestar emocional como ansiedad o depresión, porque ya comprenden mejor lo que está sucediendo y eso les genera expectativas negativas en la relación. También influye en su rendimiento de estudio, aparte les crea problemas físicos, como gastritis, colitis nerviosa, entre otros, debido a las tensiones internas que viven.
Estas son razones suficientes para que los hijos se afecten. Por eso, dice la psicóloga, los padres siempre deben revisar qué tan límbicos se están volviendo los niños: si comienzan a comer desmedidamente o no tienen apetito, si lloran mucho, si se les altera el sueño o al despertarse en la noche se meten en la cama de los padres, o si se despiertan por la mañana con mal humor, irritables, deprimidos e intolerantes.
Buena elección
Para evitar contagiar a los niños de los problemas de los padres, en primer lugar, dice Brachetti, hay que hacer una buena elección de pareja, es decir, que sea madura. En segundo lugar, tener un criterio claro de lo que es armar una familia, que no es solamente tener sexo una noche, salir embarazada y vivir juntos por obligación.
Crear una familia, agrega, es un acto de mucha responsabilidad en la que dos personas deciden traer niños al mundo para formarlos y llevarlos a la vida adulta para entregarlos al mundo, pero bajo el efecto de una educación complementaria entre un papá y una mamá adultos que controlan sus propias emociones.
También, dice, deben reconocer que su estructura interna necesita ayuda, ya que no están manejándose bien en resolver los problemas. Cada uno debe descubrir el momento inicial cuando el sistema límbico está haciendo fumarolas para impedir que haya explosiones, sino hacer que la parte racional funcione más rápido. La terapia cognitivo conductual ayuda mucho a trabajar a que la parte del lóbulo frontal se fortaleza y domine al límbico.
Padres, no lo hagan
• Según el psicólogo clínico Samuel Merlano, si los padres tienen problemas deben:
• Manejar discretamente las dificultades con su pareja para que sus hijos no se enteren de los pormenores de la situación.
• No desahogarse con su hijo, a pesar de que considera que es su amiga o amigo o es bastante maduro. Siempre hay que ocupar el rol que es de padres sobre ellos para guiarlos y brindarles una calidad de vida integral.
• Nunca ataque directa o indirectamente a su pareja delante de sus hijos, porque usted no sabe si más adelante, aunque estén separados o divorciados, se den otra oportunidad; los afectados serán los hijos.
• Cuando ya estén seguros de que el camino por tomar sea la separación, busque ayuda profesional para que sea el especialista que les ayude a comunicar a sus hijos la decisión tomada.
• Nunca ponga a escoger a su hijo a quién quiere más o con quién se quiere quedar, ya que para los hijos no es negociable amar a uno y aborrecer a otro.
• Los padres deben estar conscientes de que, aunque se separen, su rol con sus hijos no terminará nunca. Por eso no hay que distanciarse de ellos como excusa de la separación.