¿Cuándo pelear por la relación?
La voluntad de ambas personas de seguir juntas es indispensable para llegar a acuerdos.
Por lo general cuando una situación de pareja está trabada o empantanada, uno suele echarle la culpa al otro. Al principio todo es amor, entusiasmo, ganas, uno tiene la sensación de que puede leerle la mente al otro. Pero luego se impone el día a día, y de pronto uno se sorprende preguntándose: “¿Me está haciendo bien esta relación?”.
Los problemas pueden surgir en cualquier momento. Él compra dos entradas para el teatro, reserva en un restaurante para ir a cenar después, y cuando le da la sorpresa a su esposa ella le dice que tenía pensado salir con sus amigas. La frustración es enorme, uno no sabe qué pensar, y de pronto sale un clásico: “Estás cambiando muy para peor, ni siquiera tienes tiempo para que salgamos una noche juntos”.
Tal vez suene exagerado, pero lo que suele suceder en estas situaciones es que una de las partes tiene la sensación de que el mundo del otro ya no gira alrededor suyo, que uno ya no es tan importante como antes. No es nada agradable sentir algo así. Pero debemos saber que es normal. “Después de un año, aproximadamente, la etapa del enamoramiento pasa y la relación entra en una fase de vínculo adulto”, explica el psicólogo Maxim Tenenbaum.
Es una etapa en la cual la pareja tiene que conversar, mucho. Cada uno debe decir cuáles son sus necesidades y deseos o expectativas. Algo muy simple pero que puede ser una gran ayuda para no desencontrarse es acordar que si uno se va a demorar en llegar a casa, le avise al otro, o colocar un calendario en un sitio visible así está presente qué días el otro tiene algún plan.
La grieta se puede abrir rápidamente si uno de los dos solo ve lo que le interesa a él, sin tener en cuenta las expectativas de su pareja, o cuando una de las partes espera que todos sus problemas y malestares sean resueltos por el otro. “Es fundamental encontrar un equilibrio entre las necesidades y expectativas propias y las del otro”, advierte el psicólogo Klaus Seifried.
Eso no se logra solo con comunicación. “Es crucial dejar en el cajón la pistola de los reclamos”, dice Tenenbaum, porque por lo general los reclamos son deseos o necesidades encubiertos. Por tomar un ejemplo cualquiera de la vida cotidiana: tal vez sea mejor decir “estaría bueno que la próxima vez bajaras la bolsa de residuos cuando está llena, sería un gran alivio” en lugar de “otra vez dejaste el tarro de basura que estallaba”.
Por supuesto que hay mil momentos que pueden disparar malestar. Ella lleva las cuentas de la casa y no lo incluye al planificar los gastos o las vacaciones, o él planea una reforma de la casa y no le pregunta a ella qué le gustaría, o no ayuda a los niños en las tareas aunque los dos van todos los días a trabajar. Esas cosas siembran frustración y enojo.
Hablar de estos puntos e intentar encontrar una solución no siempre es fácil, pero vale la pena para lograr que ambos asuman cosas que no les gustan y no cargárselas sin decir nada al otro. Una terapia de pareja puede ayudar, porque el terapeuta adopta una posición neutral y escucha todo “desde afuera”.
Lo crucial es que ambas partes estén dispuestas a hacer terapia. Pero lo fundamental es no esperar que el otro cambie radicalmente, sino hablar desde la aceptación de ciertas cosas.
Hay características que no suelen cambiar con el tiempo. Si alguien es introvertido, difícil que se transforme en alguien que se la pase contando todo lo que le pasa. Sin embargo, hay caminos para generar puntos medios.
Conversar, buscar caminos, negociar, cuesta energía, bastante. Pero vale la pena, porque ese punto llega muchas veces en toda pareja. Si los sentimientos se han esfumado por completo y la pareja ya no está dispuesta a buscar ese camino, la separación suele ser inevitable.
Quedarse por los niños
Una de las causas más comunes para mantener una relación, aunque esta se haya deteriorado, suelen ser los hijos. “Erróneamente, a veces es así”, dice la psicóloga clínica Alsacia Maridueña, quien en su terapia trabaja con niños y adolescentes cuyos padres están pasando por problemas de pareja.
Pero la solución está del otro lado: se trata de que ambos estén dispuestos a rescatar lo que los unió como pareja y no solamente como padres. Y por eso es importante el tiempo que la pareja destina para conocerse, pues esto les dará más adelante la motivación para permanecer juntos. “Es una decisión tan personal: elegimos a una persona para acompañarla y que nos acompañe en la vida. Ni siquiera a los hijos los escogemos así, a lo sumo decidimos tenerlos o no”.
La pareja en el centro
Toda familia, recuerda Maridueña, comienza por una relación de pareja. Al tener hijos, se asume otro rol, el de padres, sin dejar de ser cónyuges. Hay un orden en los roles. “Aún si el hijo no vino en el matrimonio o en una unión de hecho, en la mayoría de los casos todo comenzó con una decisión de pareja”.
En el sistema familiar, los niños y adolescentes son los planetas, no el centro, explica Maridueña. Ese lugar es de la pareja, de los padres. Las vidas de los menores deben girar alrededor de ellos. Cuando los padres están bien ubicados en su lugar, pueden transmitir seguridad a sus hijos.
Los padres no pueden invertir el orden y orbitar alrededor de los hijos, en el afán de colmarlos de oportunidades. “Eso desestabiliza el sistema familiar y crea problemas en la relación de la pareja, porque olvidaron el proyecto inicial”.
Por tanto, si en la pareja hay peleas, irrespeto o, en el peor de los casos, violencia doméstica, no es sustentable continuar usando a los hijos como motivo, aclara la psicoterapeuta; no hasta que los adultos trabajen en su situación.
Pero esto no siempre es fácil. ¿Y si uno de los dos no quiere buscar ayuda profesional?
La voluntad de los dos
Si bien para las mujeres suele ser más fácil pedir ayuda, Maridueña dice que, con el tiempo, cada vez más hombres proponen la terapia de pareja u orientación familiar a sus compañeras. Esta decisión tiene que ver con la formación, con las creencias que esa persona tiene del matrimonio y la familia, cuáles fueron sus objetivos y propósitos cuando decidió convertirse en la pareja del otro, y, por supuesto, sus recuerdos de cómo era la relación entre sus padres.
¿Vale la pena seguir luchando? Sí, siempre que las dos personas tengan la voluntad de continuar y tengan el compromiso para superar la situación, olvidar agravios y trabajar en el perdón, que va ligado siempre a la esperanza de que seguirán juntos. “No puedo obligar a alguien a que se quede a mi lado, queriéndome y respetándome”. Es un proceso bilateral, porque de lo contrario, se convierte en una imposición.
“Es importante tener espacios de encuentro”, aconseja Maridueña, sin esperar a que las necesidades y demandas de los niños les den tiempo o permiso. “Tener un espacio para conversar de las situaciones personales, no solamente de los hijos, sino de los problemas que aún no han podido resolver juntos, llegar al nosotros, al encuentro de tú y yo”.
Esto, aclara, no es un tema de tener dinero para salir, sino de estar pendientes el uno del otro. de recrear la relación. “No van a estar eternamente enamorados como al principio, eso es una utopía. El proyecto de pareja se tiene que reinventar de acuerdo con las etapas y situaciones de la vida y de la familia”. (DPA / D.V.)
cómo hablar con los hijos
Cuando la pareja toma la decisión de separarse, los niños por sus edades, no pueden entender lo que pasa. Y no corresponde que lo hagan. Lo que tienen que saber es que los padres están haciendo lo mejor que pueden para resolver la situación, y que no van a perder a ninguno de los dos.
No se puede evitar que los niños vean que los padres están tristes o lloran, “pero tampoco se puede hacer de los hijos las personas que nos van a contener, ellos no tienen los mecanismos para afrontar una situación de adultos”.
Si sus hijos los ven afligidos, expliquen que la situación es dolorosa y que hubiesen querido que ellos no se vieran afectados. Si los niños y adolescentes empiezan a tener problemas en el colegio, dificultades para concentrarse o excesiva tristeza, necesitarán ayuda psicoterapéutica.
Las separaciones traen una fuerte carga psíquica que, además, suele recaer en los hijos. Y no hay que olvidar que si uno o ambos forman una nueva pareja, probablemente en algún momento llegarán al mismo punto.