Cultura del exceso
Existe un desbordamiento de los instintos, de los placeres y de las frustraciones. Hay que rescatar la sensibilidad de la humanidad.
Siempre se escucha decir a algunas personas cuando se refieren a otras que deben tener más cultura, porque no saben comportarse para vivir en armonía con los demás. Sin embargo, este término es complejo.
Según la Real Academia Española de la Lengua, cultura es el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. También es el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimiento y grados de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, entre otras.
Para la psicóloga clínica Liliam Cubillos, cultura es la forma como los seres humanos enfrentan la realidad. Una realidad que está determinada por una ideología, la cual es el marco axiológico –valores– con el que regimos nuestras vidas, metas, visiones y misiones.
El problema, agrega, es que actualmente el individuo está desbordado. Ha roto todos los parámetros que, de alguna manera, ayudaban a contener los instintos, los deseos y anhelos. “Se está asistiendo a un escenario mundial en donde todo lo que rompa la norma es aceptado como novedoso. Desde lo mínimo, cómo se visten o se cortan el cabello, hasta la violencia que se observa en distintos países”.
Lo que sucede, explica, es que la gente está como intoxicada de una angustia existencial que no sabe cómo canalizarla. ¿La razón? Se está viviendo un momento de frustración social, pues nunca se está conforme con nada; y en cada familia, ya sea en la cultura ecuatoriana, sudamericana o mundial, se llena esta angustia de una manera diferente.
Esa angustia existencial, refiere, está marcada por el estrés y por las dificultades socioeconómicas o de realización personal o por la falta de empleo que genera en quien la padece una serie de consecuencias y enfermedades.
Si la persona está angustiada, por ejemplo, y va a una fiesta no se conforma con tomarse dos o tres vasos de whisky, sino que tiene que agarrar la botella y bebérselo. Luego pide una de champán u otra. Hay como un encadenamiento de insaciable necesidad de seguir y seguir consumiendo en exceso porque nunca se llena. Este mal comportamiento es como si la persona quisiera descargar su frustración en adquisiciones por la necesidad de tener tranquilidad.
Límite no está instalado
La cultura del exceso también se vincula con la forma como las personas fueron educadas en el hogar y si durante el proceso se instalaron límites. Si no es así, romperán todos los esquemas. Desde comer demasiado hasta no preocuparse por la salud. En los patios de comida, por ejemplo, menciona Cubillos, se observa a algunas personas comer sin control como si nunca se llenaran. Incluso otros compran y terminan botándola a la basura.
También hay gente que va de compras a los supermercados y salen con la canasta llena de alimentos, muchos de los cuales no duran más de un mes en la refrigeradora y terminan también en el tacho de la basura. Esto, explica la profesional, porque no se valoran los recursos que se tienen.
“El equilibrio ecológico se ha roto y la gente no conciencia de que el agua se pueda acabar, de que los alimentos cada vez están más escasos y de que se pueden enfermar si no paran de comer en exceso”.
Lo mismo sucede con las personas que gastan lo que no tienen. Cuando reciben el pago de la quincena el dinero ya no existe porque fue gastado antes. Entonces, dice la psicóloga, los niveles de ansiedad son los que determinan esta cultura del exceso, porque la gente no tiene un límite de satisfacción.
Según el psiquiatra forense Juan Montenegro Clavijo, en Ecuador las situaciones en que las personas se exceden sin medir las consecuencias son multifactoriales. Algunas de ellas se deben al uso de la tecnología mediante videojuegos, redes sociales o con la apariencia física al someterse a continuas intervenciones quirúrgicas o a tratamientos de belleza, que muchas veces no son seguras, en manos de inexpertos.
También, agrega, se exceden al consumir bebidas alcohólicas y psicofármacos y otras drogas. Pero los que tienen más trascendencia son los excesos alimentarios (anorexia, bulimia), en la esfera sexual y con creencias religiosas, entre otras.
Esto sucede, dice Cubillos, porque la gente no tiene una cultura del cuidado y se está dejando atrapar o dominar por el placer, que cuando este es excesivo se convierte en patológico.
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Focos de concentración
La cultura del exceso en general, refiere la psicóloga, tiene focos de concentración. Cuando alguien dice que quiere pasarla “in” o “bacán” siempre va a acudir a algún sitio donde todo vale con el fin de tener diferentes experiencias, muchas veces sin medir el peligro.
Pero esta cultura, agrega, está relacionada con los niveles de estrés. Cierta gente quiere olvidarse de las obligaciones, de los límites y de los condicionantes económicos de la realidad presupuestaria, y la forma que encuentran es desbordarse al placer. “Al principio este placer es como una regresión a un nivel muy básico del manejo de los instintos humanos, es como ser unos bebés”.
Estar en sitios donde todo está permitido y en donde a nadie le parece malo lo que pase allí, es como una especie de Sodoma y Gomorra: orgías, cambio de parejas, consumo de alcohol y de sustancias psicotrópicas, entre otros.
Y cuando la gente vuelve en sí de ese proceso, explica Cubillos, lo único que termina sintiendo es mucha soledad, más vacío del que sentía antes de esa experiencia. Por lo tanto, más frustración que genera más angustia y más estrés, de tal manera que necesita repetir la experiencia. Es un círculo vicioso.
Otra razón de la cultura del exceso es la inmensa soledad. La deshumanización ha llevado a alguna gente a ubicarse en una situación tan egoísta, que aunque se pase conectado con el WhatsApp todo el día estamos incomunicados como seres humanos.
“La gente piensa más en el trabajo, en adquirir objetos materiales antes que en la familia, y ya es hora de preocuparse porque vivir con excesos es la enfermedad más corrosiva del siglo XXI. Es un tema tan trascendental que debe ser enfocado como espacio de reflexión con un enfoque sistémico”, asegura Cubillos.
“Ha habido una involución de la humanidad. En lugar de crecer y tener valores, es todo lo contrario. Por eso hay que trabajar mucho para poder rescatar a las nuevas generaciones. Y es un tema que requiere de muchos actores”.
Daño psíquico
Según Montenegro, todos los excesos afectan en el plano psicosocial. En lo psíquico van a existir trastornos del ánimo como angustia, depresión, estrés y delirios que pueden ser de grandeza, de minusvalía; y en lo social causan aislamientos, preferencias marcadas con personas que se identifican con sus excesos.
“Todos los excesos producen alteraciones físico-psicosociales que dependen de factores que desencadenan comportamientos anormales y por ende acciones que llegan a terminar con sus vidas y la de otros, como pueden ser los accidentes de tránsito por el consumo excesivo de bebidas alcohólicas, homicidios, suicidios por celopatías”.
Desde el punto de vista psicológico todo exceso es dañino. Este, dice Cubillos, es un problema social que atañe a todas las culturas de todos los países y que los profesionales que trabajan en salud mental es muy poco lo que pueden hacer. Tan solo rescatar un mínimo porcentaje y esto va a depender también del profesional que sepa dar una buena orientación.
Reflexionar y cambiar
Para reducir la cultura del exceso, dice la psicóloga Liliam Cubillos, hay que concienciar de que algo está pasando en el mundo y que si le pasa algo a alguien a miles y miles de millas también nos afecta, porque toda esa información llega a los hijos u otras personas con tan solo hacer un clic en el teléfono celular o en una computadora con internet.
Por eso los educadores, profesionales en salud física o mental, los políticos, los medios de comunicación, la familia, la Iglesia, los poderes del Estado deben plantear la cultura del exceso como una problemática social, aunque sea una decisión personal. Hay que rescatar la sensibilidad de la humanidad en general, la pureza del ser humano.
El psiquiatra Juan Montenegro considera que una manera de controlar los excesos es a nivel familiar. Cuando los hijos son menores de edad hay que supervigilarlos y dialogar con ellos, comprenderlos, darles amor y confianza. Y si son mayores, apoyarlos para que busquen a profesionales con conocimientos en la materia, como los que conforman el equipo multidisciplinario de salud mental.