En redes sociales: Lo publico, no lo publico
Las redes sociales, los blogs y otros sitios en internet permiten que las personas expresen libremente lo que sienten y piensan en sus perfiles personales. ¿Pero hasta qué punto es prudente revelar todos los detalles de nuestras vidas?
Twitter pregunta, ¿qué está pasando? Facebook, ¿qué estás pensando? y Google Plus invita a sus usuarios a “compartir sus novedades”.
Las redes sociales y también los blogs se han convertido en el espacio donde millones de usuarios encuentran su oportunidad para compartir, a veces gritar, sus pensamientos, ideas y emociones. ¿Pero cuál es el límite?
Eduardo, de 37 años, considera que el mejor uso que se les puede dar a las redes sociales es el de compartir conocimiento de valor. Por ello, asegura, no ha publicado más de cuatro actualizaciones con “estados emocionales” en todo el tiempo que tiene como usuario. “Como norma general, no publico información o imágenes concernientes a mi familia ni de lugares que frecuento”, dice. “Soy paranoico en este sentido”, subraya.
Tampoco publica cualquier imagen o texto que contenga información sensible, privada o confidencial para él o para alguno de sus allegados. “Cualquier información que se suba a la red está disponible para cualquiera que sepa cómo acceder a ella. Nada es totalmente ‘privado’”, aclara.
Cualquier información que se suba a la red está disponible para cualquiera que sepa cómo acceder a ella. Nada es totalmente privado”, Eduardo, 37 años.
Otro caso es el de Gina, de 25 años. Ella relata que utiliza sus cuentas en Facebook y en Twitter para comentar acontecimientos puntuales. “Cuando leo una noticia, me gusta escribir mi apreciación o la reacción que me generó”, dice. “Procuro dar mis opiniones siempre de forma sensata y no apasionadamente”, agrega.
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Gina confiesa que años atrás sí publicaba frases como “Con mi hijo comiendo en el centro comercial”, y las acompañaba con una foto. “Antes sí cometía esa imprudencia, pero después, con tantas noticias de secuestros, me di cuenta de que yo misma estaba dando las pautas para que alguien me siguiera o me robara, porque podían saber dónde estaba y cómo estaba vestida”, comenta. “Desde ese momento publico en mis perfiles los lugares en los que estuve con su foto, pero horas después de que los visité y si no lo hago días después”, continúa.
Con esta idea concuerda Lola, de 24 años. Ella explica claramente. “Esos mensajes que dicen: ‘Sentada en la primera banca de un bar en Urdesa con blusa rosada, tomándome una cerveza’... Si no te roban después de ese mensaje, ¡estás de suerte!”.
Lola admite que, la mayoría de las veces, no se detiene a meditar lo suficiente antes de escribir una actualización. “¡Solo subo lo que me nace! No siempre lo comparto en el momento, a veces subo cosas después de un tiempo pero, definitivamente, el sentimiento es el que pesa más que la razón”, dice.
No obstante, afirma haber “bajado las revoluciones” en el uso que les da a sus perfiles en las redes sociales y ha limitado su acceso a través de las aplicaciones en su teléfono. “Últimamente me he vuelto adicta a Instagram y cuando subo una foto, la comparto de una vez también en Facebook y Twitter, a menos que haya alguien en Facebook que no quiera que la vea”.
Ni bien ni mal
La información y las fotos que comparten las personas en sus perfiles en internet son, para el psicólogo clínico Wilson Betancourt, únicamente una forma moderna de satisfacer la necesidad humana de comunicarse.
“No está ni bien ni mal”, aclara. “Si observamos el fenómeno de las redes sociales, solo vemos personas que quieren expresarse. Parte de la naturaleza del ser humano es querer manifestar lo que se piensa y se siente, y por ello se buscan distintos medios para hacerlo”, agrega. “El arte, la música y la pintura son otras maneras en las que el ser humano se comunica, y ahora estas plataformas digitales son un espacio más donde las personas pueden hacerlo”.
El especialista, quien en el 2007 publicó el libro Liberando mi inteligencia emocional, considera que no se puede medir el grado de inteligencia emocional de una persona por lo que comparte en sus perfiles en internet. “Una sola discusión en internet no lo hace tonto emocionalmente, ni tampoco un mensaje bonito y profundo lo convierte en una persona con inteligencia emocional”, expresa.
Sin embargo, el psicólogo aclara que una persona que posea un buen control emocional en su vida cotidiana lo proyectará en las redes sociales. De la misma manera, alguien que no controle sus emociones también lo reflejará.
Betancourt define la inteligencia emocional como “la capacidad que tiene un individuo de reconocer sus propias emociones y también las de los demás y, con base en esa información, tomar decisiones y acciones”. Así, una persona con inteligencia emocional es aquella que maneja hábilmente el área de las emociones. “Es alguien que tiene la habilidad para afrontar situaciones gestionando, de manera adecuada y efectiva, sus sentimientos”, asevera.
Reconoce que hay ocasiones en que una discusión en internet puede dejar sentimientos de amargura, tristeza o inestabilidad en alguno de los involucrados. Pero afirma que el individuo solo puede superar este tipo de confrontaciones al fortalecer su inteligencia emocional en sus actividades diarias y no en los portales en internet.
Comentarios peligrosos
Gina considera riesgoso que alguien utilice sus cuentas personales para ofender o difamar a otros, sobre todo cuando no se tienen suficientes pruebas.
Asimismo, cree que cuando se discuten temas religiosos o políticos, no es necesario utilizar lenguaje ofensivo para debatir. “Te convierten en una persona incapaz de opinar sin atacar”, dice.
Las relaciones de pareja, consideran los entrevistados, es otro tema sobre el que se debe tener cuidado. “Expresar con detalle los estados de ánimo podría ser contraproducente, sobre todo si pueden ser leídos por las parejas o los familiares cercanos”, dice Eduardo. “Se ve superinmaduro e innecesario que insultes a tu enamorado porque se portó mal o te hizo algo. Creo que esas situaciones son muy personales y uno debe guardárselas y no hacer nunca leña del árbol caído”, concuerda Gina.
Al respecto, Lola confiesa: “Hoy en día me reservo mucho los comentarios que desearía expresar, pero recuerdo que una anécdota heavy fue cuando publiqué que la ex de mi enamorado era una ofrecida. ¡No me arrepiento!, lo volvería a hacer”, expresa. “Puse sus iniciales y luego ella me escribió por correo para decirme que me iba a demandar, pero no sentí nada de temor”, agrega. Por eso, concluye: “Definitivamente las redes sociales son un arma de doble filo en cualquier ámbito laboral, personal y familiar”.
Se ve muy inmaduro que insultes a tu enamorado porque se portó mal. Creo que esas situaciones son muy personales y uno debe guardárselas y no hacer nunca leña del árbol caído”, Gina, 25 años
Una anécdota heavy fue cuando publiqué que la ex de mi enamorado es una ofrecida. ¡No me arrepiento! Lo volvería a hacer. Puse sus iniciales y luego ella me dijo que me iba a demandar”, Lola, 24 años
Breve historia de la inteligencia emocional
El término se atribuye a Wayne Payne, quien lo utilizó en su tesis doctoral titulada Un estudio de las emociones: el desarrollo de la inteligencia emocional en 1985. No obstante, el trabajo del naturalista inglés Charles Darwin ya resaltaba la importancia de la expresión emocional para la supervivencia y adaptación.
Los doctores Peter Salovey, de la Universidad de Yale, y John D. Mayer, de la Universidad de New Hampshire, publicaron también, en 1989, artículos sobre este tema. Ellos la definieron como “el subconjunto de la inteligencia social que incluye controlar las emociones y sentimientos propios y de otros, para discriminarlos y usar esa información para guiar los propios pensamientos y acciones”.
Más recientemente, el psicólogo y periodista científico dos veces nominado al premio Pulitzer, Daniel Goleman, publicó en 1995 el libro Inteligencia emocional: por qué puede ser más que el IQ, seguido por el texto Trabajando con la inteligencia emocional en 1998.
En este último trabajo enfocaba la inteligencia emocional al campo laboral. Aquí, Goleman afirma que los grandes empresarios no se definen por su coeficiente intelectual, sino por su inteligencia emocional.
El psicólogo investigador y profesor de la Universidad de Harvard, Howard Gardner, y los psicólogos estadounidenses Edward Thorndike y David Wechsler fueron otros profesionales que desarrollaron el tema en sus publicaciones.