Enfermedades que pudieron cambiar la historia
¿Hubieran actuado los líderes de otro modo, de no estar agotados por la enfermedad?
Año 43 antes de Cristo. Las tropas de Julio César se disponían a cargar contra el ejército de Pompeyo en la famosa batalla de Tapso. De repente, César cayó al suelo y, arrebatado en convulsiones, se desvaneció. El historiador griego Plutarco utilizó el término epileptikos, una enfermedad entonces envuelta en un aura de divinidad.
Hace unas semanas, Francesco Galassi y Hutan Ashrafian, investigadores del Imperial College de Londres, aseguraron que lo que tenía Julio César era ictus.
Su tesis, publicada en la revista Neurological Sciences, es que la sintomatología descrita por Plutarco y Suetonio corresponde a la de los derrames cerebrales. La epilepsia rara vez se presenta en la edad adulta, arguyen.
Según dijeron al diario The Guardian, hacia el fin de la vida de César, cuando avanzaba al poder absoluto, los ataques provocaron una gran depresión y cambiaron su personalidad.
En ese estado se hallaba cuando acudió a la cita donde sería asesinado por sus senadores en los idus de marzo del 44 a.C., aun siendo prevenido del complot.
Enrique VIII
Inglaterra en el siglo XVI. Un joven príncipe, amante de la música y las artes, se convertía en el segundo monarca de los Tudor. Era Enrique VIII.
Se casó seis veces y decapitó a dos de sus esposas. Separó su reino de la Iglesia católica para casarse con Ana Bolena (ejecutada después) y puso en el cadalso al que osó cuestionarlo, incluido el filósofo Tomás Moro.
Enrique VIII se obsesionó con que Dios lo había maldecido: nueve de sus hijos murieron antes de nacer o poco después. Un estudio de Whitley y Kramer (2010) afirma que el problema se hallaba en él. Tenía un desorden genético propio del tipo de sangre denominado Kell positivo, que afecta a la inmunología del feto. De ahí los numerosos abortos espontáneos.
¿Y su obesidad y sus rabiosas decisiones? Ahí entra el síndrome de McLeod, encontrado solo en personas con Kell positivo, que debilita los músculos y produce deterioro cognitivo y demencia.
El siglo XX: Hitler, Stalin
David Owen es un especialista en neurología. Su libro En el poder y en la enfermedad repasa la influencia de enfermedades y depresiones en los líderes.
De Adolf Hitler se sabe que invadió Europa, asesinó a millones de personas y ejerció un liderazgo de hierro en Alemania. ¿Por qué se comportaba así?
Los informes de la CIA citados por Owen hablan de “histeria, paranoia, esquizofrenia, tendencias edípicas” y sifilofobia (miedo a la contaminación de la sangre). Concluyeron que era ‘un psicópata neurótico’. En sus últimos días perdió el contacto con la realidad, sostiene Owen. Estaba disminuido físicamente, comenzó a asediarlo el párkinson y consumió cocaína durante el asedio a su búnker.
Los trastornos mentales también acosaron al soviético Joseph Stalin. El libro dice que su rasgo más característico era la paranoia, que se acrecentó en el poder.
La desconfianza lo llevó a purgar a sus médicos cuando le diagnosticaron arterioesclerosis. Despedía a aquellos que le recomendaban delegar sus funciones. Cuando le dio un ataque cardiovascular nadie avisó a ninguno de ellos hasta que pasaron doce horas.
El síndrome temporal
El profesor de psiquatría Jonathan Davidson, de la U. de Duke, definió junto a David Owen el síndrome de Hybris. Aseguraron que muchos mandatarios lo sufren cuando acceden al cargo y que se libran de él al dejar de ejercer.
La sintomatología incluye estados de euforia, irritabilidad, poco sueño, exceso de autoconfianza, negación de la realidad y otros. Como ejemplos mencionaron a George Bush júnior y Tony Blair en los preparativos de la guerra de Irak.
Tanto es así que hay psicólogos que opinan que los políticos deberían someterse a pruebas de salud mental periódicamente. Es posible que muchos ciudadanos estén de acuerdo con ellos. (I)