Enfrentar la muerte
Todo ser humano debe asumir el fin de la vida como un proceso natural, sobre todo aceptarlo con serenidad.
Cuando se tiene a un familiar que padece una enfermedad en etapa terminal, lo primero que deseamos es que no sufra, pero no sabemos cómo ayudarlo o qué decirle, porque todo lo percibe.
Sin embargo, en el mundo hay personas que sí saben qué hacer, gracias a la psiquiatra y escritora suizo-estadounidense Elizabeth Kübler-Ross, quien se pasó más de treinta años investigando la muerte y la vida después de la muerte.
Ella murió a los 78 años y es famosa por sus textos. Entre ellos Sobre la muerte y los moribundos; La rueda de la vida o La muerte: un amanecer. En esas y otras doce obras sentó las bases de los modernos cuidados paliativos, cuyo objetivo es que el enfermo afronte la muerte con serenidad y hasta con alegría.
Kübler-Ross consideraba que la medicina moderna se había convertido en una especie de profeta que ofrecía una vida sin dolor. Decía que eso era una tontería, y que lo único que a su juicio sanaba verdaderamente era el amor incondicional.
Ese amor, dice la psicóloga clínica Lucía Noboa, quien es especialista en tanatología y elaboración de duelo, en Quito, es precisamente lo que necesitan los pacientes en etapa terminal. Para ayudarlos se usa la tanatología. Es una disciplina integral que en Ecuador se la aplica desde hace aproximadamente quince años.
Esta ciencia permite que los enfermos terminales puedan resolver y enfrentar las situaciones conflictivas que podrían sucederle en torno a su estado de salud, ya sea física, mental o espiritualmente. Este profesional está capacitado para ayudar en el proceso de duelo –paciente y familiar– y colabora con los médicos paliativos encargados de aliviar los dolores o los efectos secundarios que podrían causar ciertos medicamentos como, por ejemplo, la quimioterapia en quienes sufren de cáncer.
Medicina paliativa
El texto ABC del manejo del dolor y otros síntomas en cuidados paliativos, de las doctoras Nancy Lino Gutiérrez y Mariana Vallejo Martínez, especialistas de la Unidad de Cuidados Paliativos de la Sociedad de Lucha Contra el Cáncer del Ecuador (Solca), dice que los cuidados paliativos no pueden ser identificados con la eutanasia (pretende deliberadamente el adelanto de la muerte del paciente). Por el contrario, deben considerarse como una actuación que favorece la muerte digna, la ortotanasia.
“Los tratamientos instaurados por la medicina paliativa no están dirigidos a acortar la vida, ni siquiera como actos válidos para aliviar la situación de sufrimiento. El objetivo de los mismos es conseguir una situación de bienestar que permita vivir a la persona enferma los últimos tiempos de su vida en las mejores condiciones de calidad posibles”.
El experto en tanatología, dice Noboa, ayuda al paciente, en especial a superar el duelo anticipatorio, porque el proceso de una enfermedad es un duelo. Lo pone en contacto, según sus creencias, ya sea con sacerdotes, pastores, entre otros, si necesita alivio espiritual. También enseña a la familia para que el acompañamiento que proporciona al enfermo sea lo más adecuado posible.
Según Víctor Cárdenas, licenciado en Filosofía y Antropología y especializado en Logoterapia, la tanatología es una especialidad de la logoterapia que presta atención a los pacientes no solo en etapa terminal, sino a todo doliente que necesite ser acompañado en un proceso de enfermedad grave y degenerativa, especialmente cuando esa persona ha perdido la esperanza por el futuro inmediato, se encuentre en un cuadro depresivo o no reciba un acompañamiento adecuado de parte de sus familiares o personas más cercanas.
¿De qué manera la tanatología ayudó a su familiar en estado terminal? Coméntenos
Por este motivo, agrega, la tanatología no solo acompaña al paciente, sino también a la familia, dando soporte afectivo, psicológico y espiritual, de manera que este especialista es un aliado del proceso médico general, que alivia los síntomas y mejora la calidad de vida. Siempre está cuando el paciente lo necesite.
Todas las teorías y toda la ciencia del mundo no pueden ayudar a nadie tanto como un ser humano que no teme abrir su corazón a otro”.
Elizabeth Kübler-Ross
Conocer la verdad
Desde el punto de vista de la tanatología, explica la psicóloga, los enfermos deben saber la verdad acerca de su estado de gravedad, para que tengan un tiempo y arreglen sus asuntos pendientes: materiales o personales. Así pueden morir en paz. La mayoría se da cuenta de que va a morir, porque nota que la familia está llorosa o apesadumbrada. Esto le genera mayor preocupación y angustia, porque instintivamente sabe que se está muriendo.
La forma indicada de decir la verdad es con el mayor tacto posible. No existe una receta general y es según la persona, pues hay algunas más sensibles que otras. Un ejemplo directo y con tino sería: “Mira, Juan o María, se han hecho todos los análisis y realmente todo indica que hay una esperanza de que sobrevivas, pero también las estadísticas dicen que de pronto tu vida puede llegar a término, y es necesario que empieces a prepararte para tu nueva etapa”.
La muerte, dice Noboa, es algo que todo ser humano va a enfrentar y tiene que hacerlo, porque es parte de un proceso natural de la vida. “Lamentablemente, nadie se prepara para morir. Hay que ver la muerte como un peldaño más de una existencia muy vasta”.
Sin dolor, pero consciente
Actualmente, hay nuevos fármacos que permiten que la persona moribunda tenga conciencia en su último momento. Esto, dice Noboa, sirve para que el tanatólogo le ayude a perdonar o a remediar algún tipo de error que haya cometido, de pronto tiene que perdonar a alguien si es posible para que se vaya tranquilo y en paz.
Si el paciente no habla, se le puede poner un ambiente bonito, como música suave, aromaterapia o se le puede leer, porque aunque esté en coma puede escuchar. Hay que decirle lo importante que ha sido, que su vida ha tenido sentido y darle permiso para morir, sobre todo asegurarle que la familia que queda va a estar bien después de su partida.
También es importante reducir el sufrimiento físico al mínimo, para ello están los expertos en medicina del dolor. Este, asegura, no se lo puede quitar porque es inherente al ser humano, pero sí se puede tratar de que no aumente el sufrimiento. “El familiar debe partir rodeado de sus seres queridos si es posible y lo óptimo es que lo haga en su propia casa, sin aparatos, ni cuidados innecesarios que lo único que hacen es aumentar la agonía”.
Dar confianza
Según Cárdenas, el tanatólogo coloca sus capacidades al servicio de todo paciente en etapa terminal o degenerativa crónica, mostrándose afable, comprensivo, dialogante, en algunas ocasiones confidente. “Cuando este perfil está al servicio del paciente, entonces el acompañamiento es efectivo y corre como un bálsamo que cura las heridas del alma, especialmente, y por tanto ayuda a aliviar los síntomas de la enfermedad y dispone para dar un paso trascendental como es el tránsito hacia la muerte”.
A la persona moribunda, dice Noboa, hay que darle confianza para que trate de expresar sus temores, sus sentimientos, las emociones que tiene en relación con la muerte, porque muchas veces por no apenar a los otros se calla y no los comunica.
Es conveniente que el familiar se siente al lado de él para escucharlo como si no tuviera nada más importante que hacer. Y si el enfermo se pone agresivo o con ira hay que entender que es parte del duelo, pues no hay que tomarlo como algo personal, sino como resultado de un profundo miedo.
Tampoco es conveniente darles a los moribundos nuestra receta espiritual, porque nadie quiere ser rescatado con las creencias de otros, simplemente hay que ayudarlos, con su propia fuerza y fe. Nunca hay que imponerles una creencia. “La proximidad de la muerte es una gran oportunidad para acercarnos a nuestras verdades más profundas, a la espiritualidad, no a la religiosidad”.
Pues una manera muy eficaz de ayudar a los enfermos terminales es preguntándoles qué necesitan o que les gustaría tener o hacer”. (F)
La proximidad de la muerte es una gran oportunidad para acercarnos a nuestras verdades más profundas, a la espiritualidad, no a la religiosidad”.
Lucía Noboa, psicóloga clínica