Neurociencia en la educación
Los maestros deben ser creativos a la hora de enseñar, para estimular el aprendizaje en los alumnos. Los neurocientíficos proponen conocer cómo funciona el cerebro humano.
Con seguridad, en más de una ocasión le habrá sucedido que cuando su profesor o profesora entraba al aula a dar clases, lo primero que transmitía, por su seriedad y por su afán de autoridad, era miedo. Entonces, el alumno reaccionaba con nerviosismo, se olvidaba la lección y, como consecuencia, era tildado de mal estudiante.
Pero investigaciones científicas determinan que todas esas malas experiencias en clase se deben a que no se aplican los conocimientos de la neurociencia en la educación. El neurocientífico Leslie Hart en su texto El cerebro humano y el aprendizaje (1983) sostiene: “Enseñar sin saber neurociencias es como querer diseñar un guante sin saber la forma de la mano y cómo se mueve esta”.
Hart fue uno de los primeros autores en escribir acerca del cerebro desde la perspectiva educativa y acuñó el término cerebro-compatible. Decía que la educación debía ajustar los escenarios e instrucción a la naturaleza del cerebro, en vez de tratar de forzarlo a implicarse con arreglos establecidos, sin atender cómo trabaja mejor.
Para el médico Guillermo Ramos Pazmiño, experto en neuropsicoeducación y neurociencias e inteligencias múltiples, la neurociencia actualmente trata al cuerpo como una unidad cuerpo, cerebro, mente, medioambiente (UCCMM). Por eso cuando se hace algo que la daña, repercute en las personas, más aún en los alumnos dentro de las aulas.
¿Son creativos los maestros ecuatorianos? Coméntenos
Entonces, agrega, para que esta unidad no se dañe, los maestros deben tener conocimientos de cómo funciona el cerebro. La pedagogía, por ejemplo, es como un courier: el pedagogo lleva el conocimiento a los alumnos, golpea la puerta y entrega muy bien el conocimiento (contenido), pero este se voltea y se va. En cambio, la neurociencia entrega al alumno lo que pidió, se queda con este y le ayuda a procesar la información.
Todo experto en neurociencia, dice Ramos, sabe que dentro del cráneo hay tres cerebros. Según la superposición evolutiva, el primero es el instintivo o de reptil, es el tronco cerebral (situado en la base del cráneo). Se encarga de la rápida respuesta ataque-huida, según considere a aquel con el cual se relaciona una presa o depredador.
El segundo cerebro es el mamífero, límbico o emocional y envuelve al tronco cerebral. Tiene memoria de pasado. Además, acoge a la amígdala cerebral que está conectada al hipotálamo y es la que decide si lo que le está llegando al cerebro es importante o no.
Y el tercero es el cerebro humano o mamífero evolucionado. Se trata de la corteza cerebral. La que tiene los lóbulos prefrontales, que son los que juzgan, analizan, discriminan todas las actividades cognitivas (intelectuales) y no se desarrollan totalmente hasta después de los 20 años.
“El cerebro humano está diseñado para recibir información integrada de manera flexible y creativa, y elaborar conductas destinadas a la adaptación. Por eso está formado por células interconectadas que hacen la función de mensajería química y física dentro de este órgano y con el resto del organismo”.
Comunicación neuronal
Según el artículo ‘Aprendizaje cerebro-compatible’, de Jane McGreehan, la doctora Candace Pert en su libro Moléculas de emoción: por qué usted se siente de la manera que se siente, dice que se puede examinar científicamente la influencia de la emoción en el aprendizaje. Algunos neurocientíficos, agrega, especulan que menos del 2% de la comunicación neuronal realmente ocurre en la sinapsis entre neuronas del cerebro. El resto de la comunicación ocurre a través de sustancias informativas. Estas moléculas son la unidad básica del lenguaje usadas por las células a través de sistemas como el endócrino, neurológico, gastrointestinal y el inmunológico. A medida que viajan, informan, regulan y sincronizan. Entre las más numerosas están los péptidos, que tienen receptores en el cerebro y cada uno califica para ser un “neuropéptido”. Esto significa que el cuerpo se comunica con el cerebro, dándole información que altera los mensajes devueltos al cuerpo.
Fomentar la emoción
Según el neuropsicólogo Eduardo Santillán Sosa, cuando se aplican las neurociencias en los alumnos se vuelven más adaptables, investigativos y aplicativos. “Estas ha demostrado que las emociones positivas facilitan el aprendizaje y la memorización. Además, contribuyen a que la comunicación sea más efectiva y son imprescindibles en los procesos de razonamiento y toma de decisiones, los procesos emocionales y los cognitivos son inseparables”.
Incluso contribuyen a que los alumnos tengan éxito y viabilidad de felicidad en su vida personal, social y productiva, tomando decisiones y aplicando orientaciones de calidad. También aprenden a conocerse mejor a sí mismos.
Cuando no hay emoción, dice Ramos, el cerebro se transforma en un “cerebro de teflón” en el que nada se queda pegado, todo rueda. Por ejemplo, si un profesor es aburrido y ni siquiera plantea bien un tema, el cerebro del alumno lo descarta, pero si es lo contrario y le hace ver que el tema es muy importante porque le va a servir en su vida, el cerebro lo acepta, lo asimila y terminará guardándolo en la memoria de largo plazo.
“El cerebro tiene unas neuronas llamadas ‘neuronas espejo’ y son las que nos hacen bostezar si alguien bosteza, llorar cuando alguien llora, y por el mismo proceso ocurre que si el profesor es agresivo, el alumno será agresivo; si el maestro es alegre, empático y cordial, los estudiantes actuarán igual”.
Medioambiente
A los niños, dice Ramos, no se les debería enseñar dentro del aula, sino en el medioambiente. En una clase de ciencias para conocer acerca de una flor, por ejemplo, se deberían utilizar todos los sentidos para aprender. Para ello hay que verla, olerla, tocarla, arrancarla y compararla con la flor de al lado. Así se le quedará grabado para toda su vida, porque intervienen muchos sentidos, pero si la ven en un corto video, imagen digital o dibujo, solo emplearán el sentido de la vista.
“Las experiencias sensoriales fuera de la escuela y con objetos reales hacen que haya un mayor crecimiento de dendritas y se incrementen las conexiones sinápticas; y esto puede ser medido como un aumento en el grosor de la corteza, la parte del cerebro en la que los pensamientos conscientes se llevan a cabo”.
Lo ideal, menciona, es planear actividades que sean realmente creativas y fomenten la confianza y el trabajo en equipo. Los alumnos aprenderán lo divertido que es trabajar juntos y cuán importante es. Además, el maestro debe usar métodos claros y preguntar qué les gustaría aprender y cómo quieren hacerlo, porque son los estudiantes los que están aprendiendo.