Recostarse en el diván
El psicoanálisis en Ecuador no tiene tantos adeptos como sucede con la psicología, que gana terreno. Sin embargo, ambas especialidades son necesarias en una sociedad donde los problemas nunca faltan.
Hace dos años Laura, de 33, no dudó en buscar ayuda en el hospital Psiquiátrico Lorenzo Ponce, ahora llamado Instituto de Neurociencias. Su estado de ansiedad provocado por problemas laborales, que le impedían concentrarse, hizo que el departamento de Recursos Humanos de la empresa donde aún labora le recomendara acudir a esta casa de salud mental.
Ella fue atendida por un psicoanalista en uno de los consultorios, quien le pidió que se calmara. “Me dio un vaso de agua y me invitó amablemente a sentarme en el sillón. Me hizo respirar, me tranquilicé y me dijo ¡conversemos!”.
Laura abrió su mente y se tranquilizó. Su papel en ese instante era relatar cómo se sentía. “Él hacía anotaciones y fue enrumbando la conversación hasta que tocamos temas delicados que me atormentaban: eran lastres, cargas de la infancia que no me dejaban avanzar. En ese instante me sentí emocionalmente liberada”.
De repente, el psicoanalista le dice: ¡Su situación es tan delicada que necesita ayuda psicológica y psiquiátrica. Tienen que ingresarla! “Nunca lo volví a ver, pero me gustó mucho su calidez”, asegura.
En cambio, con el psicólogo, agrega, trabajó paso a paso, evento por evento sus problemas, además le daba sugerencias de qué hacer. Incluso, el psiquiatra investigaba sus conflictos y le recetaba tranquilizantes.
Laura nunca antes había escuchado sobre la existencia del psicoanálisis, solo acerca de la psicología y la psiquiatría. Eso, dice, porque en Ecuador no existe la cultura de acudir a un profesional de la salud mental cuando se tienen dificultades emocionales.
Según el psicoanalista Juan de Althaus, el problema está en todas las sociedades. Aunque las personas padecen sufrimientos, muchas prefieren vivir con estos y no les interesa ir más allá. “Algunas van primero al sacerdote, luego al psiquiatra para que les den medicamentos, después al psicólogo, por último al psicoanalista cuando todo lo anterior no funciona”.
Sin embargo, agrega, en Ecuador hay más psicólogos que psicoanalistas, contrario a lo que sucede en Brasil o Argentina, conocida internacionalmente como la capital del Psicoanálisis.
Historias complejas
En nuestro medio, dice la psicoanalista Piedad Ortega de Spurrier, las personas no conocen mucho sobre las diferencias entre la Psicología y el Psicoanálisis. Usualmente se piensa que el trabajo del psicólogo produce efectos más rápidos porque supuestamente pueden “cambiar” las formas de vida y el consiguiente malestar de forma muy rápida y eficiente. “Esta manera de pensar está intensamente marcada por las economías de mercado, cuyos parámetros de éxito se miden en buena parte por las referencias a la eficacia y eficiencia”.
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La historia de cada una de las personas que se aproximan a un especialista que trata malestares psíquicos, agrega, siempre es muy compleja y no es posible hacer uso de los mismos parámetros para tratar esos aspectos de la vida. Argentina, por ejemplo, es un país de emigrantes de Europa, cuya situación de desarraigo debido a las condiciones que lo llevaron a vivir en nuevas tierras fueron razones suficientes para buscar en el psicoanálisis algunas respuestas sobre cómo reinventar una nueva vida después de pasar por las atrocidades de la guerra.
“La experiencia de la práctica psicoanalítica en sus lugares de origen, con su solidez teórica y clínica para acoger la angustia y los síntomas sin prejuicios previos, fue una posibilidad muy importante para tratar esos malestares propios de un cambio de vida tan radical. Como subrayé las coordenadas históricas en el Ecuador son otras”, refiere Ortega de Spurrier.
“En nuestro país, dice, existe todavía un desconocimiento sobre todas las prácticas psicológicas, es decir que hay aún una tendencia a tratar las dificultades con la vida, con la sexualidad, con la inserción social en el trabajo, que en muchas veces produce importantes estados de angustia que usualmente han sido tratados por otros medios, sean de tipo farmacológico o por la vía de la “educación de los afectos”. Aún así, el trabajo de la llamada “salud mental” está en pañales.
Sin embargo, empiezan a existir espacios en donde la preocupación por el estado psíquico de las personas comienzan a ser una agenda de trabajo. Con respecto al Psicoanálisis, agrega Ortega de Spurrier, un número importante de psicoanalistas ejercen su práctica en instituciones de todo tipo y han abierto un campo diferente, pero no excluyente, en torno a la forma como se puede escuchar el malestar de los sujetos, que en las instituciones comúnmente se los aprecia desde la perspectiva de los “síntomas sociales” o “síntomas escolares”, cuando lo que se juega en cada uno son asuntos muy particulares, muy íntimos.
Aclarar el marco teórico
Según el psicólogo clínico Jorge Luis Escobar, miembro de la Asociación Ecuatoriana de Psicólogos, de la experiencia profesional entre sus colegas y él existe un 60 a 70% de consultas por situaciones de estrés y problemas emocionales, las demás son de índole biológico como epilepsia o trastornos orgánicos, que generan situaciones de desórdenes comportamentales.
“Antes se llevaba a los niños a consulta como los que tenían el problema, ahora ya se entiende mejor que ellos suelen ser el síntoma de una situación crítica que atraviesa la familia, y esto desemboca en que presenten problemas escolares. Igual sucede en las parejas, aún persiste que el motivo de consulta no es en realidad la situación de fondo por la que buscan la asesoría psicológica”.
Incluso, continúa la idea errónea de que el psicólogo es para los locos. Pero la realidad, agrega, es que este es un profesional que asesora en áreas específicas o generales, dependiendo de su experiencia, con respecto al área más sensible del ser humano que es su psiquismo. La elección del profesional no es solo por el modelo teórico que tenga, sino por el nivel de empatía y confianza que genere en las personas que los consulten.
“Para mí lo más importante es la ética y la humanidad del profesional psicólogo, al intervenir en cada caso y medir sus alcances, sin que privilegie el aspecto económico”, asegura Escobar.
Escuchar al paciente
Juan de Althaus afirma que el psicoanálisis es una manera diferente de escuchar al paciente, y no se trata de decirle qué hacer o de imponerle algo. “Si hacemos eso, entonces el psicoanalista impone su propio inconsciente al paciente”.
Además, dice Ortega de Spurrier, este profesional sirve para que aquel que consulta y se dirija a él, pueda tratar de establecer una relación diferente con la vida y en particular con todo aquello que lo hace sufrir, y esto es posible llevarlo adelante con quien así lo quiera.
“En los casos muy graves, puede ser necesario el trabajo conjunto con el psiquiatra, en aquellas situaciones que los recursos para tomar la palabra son casi inexistente como en las depresiones graves o intentos suicidas. Aún así, es necesario que el paciente pueda volver a hablar de su relación con la medicación”.
Por último, dice De Althaus, vivimos en una época en que todo es más rápido y muchos buscan soluciones rápidas. Entonces ven el psicoanálisis como algo muy largo que no tiene mayor sentido. “Pero nosotros no ofrecemos soluciones rápidas; el resultado depende de cada paciente, y es decisión de este hasta dónde quiere llegar con su propio análisis.