Ser dependiente... hasta dónde

23 de Diciembre de 2012
Sheyla Mosquera de Calderón

El ser humano depende siempre de alguien para vivir, pero cuando exagera se vuelve emocionalmente enfermizo.

En este mundo estamos diseñados para vivir en sociedad. De alguna manera, todos dependemos de todos. En lo afectivo, en lo social y laboral, en la provisión de bienes y servicios. Hasta nuestra seguridad física depende de los demás, entre muchos aspectos.

Pero también es cierto que existen algunas personas que no quieren depender de nadie. En Ecuador, por ejemplo, un pequeño grupo de adultos mayores se molesta porque su familia no los deja ser independientes por temor a su seguridad, al contrario de otros que prefieren vivir una vida cómoda a la luz y sombra de los demás.

Tal situación de comodidad es contraria a lo que sucede en otros países, donde el sistema es diferente. Hay ancianos que casi no pueden caminar, pero que aún se atreven a manejar. Esto porque su cultura de vida y educación no fue para depender, sino para emprender con responsabilidad y autorresponsabilidad.

El neuropsicólogo Eduardo Santillán Sosa resalta a la sociedad norteamericana por ser muy práctica, ya que procura enseñar o preparar a los individuos, desde muy jóvenes, para que posean una determinada autonomía. Incluso, en los países nórdicos existen contribuciones sociales (que son ley social) direccionadas hacia personas cuadripléjicas que deseen vivir con independencia.

“A ellas se les otorgan posibilidades ciertas de trabajar, guiar su automóvil y poseer un departamento con todas las comodidades y que así puedan vivir con una relativa autonomía; naturalmente que son entrenadas y capacitadas para que lo puedan concretar y disfrutar”.

¿Pero cuándo nace la dependencia? La psicóloga clínica Glenda Pinto Guevara sostiene que en los inicios de la vida del individuo a través de los progenitores, especialmente con la madre. Son un lazo vital para que pueda sobrevivir, ya que nace totalmente indefenso y tarda en desarrollar sus capacidades, y por ende requiere ser atendido no solo por quienes lo alimentan y le administran cuidados, sino que le enseñan las habilidades que necesita para adaptarse por sí mismo al medio en que vivirá.

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Si bien la dependencia emocional, cuando somos niños, es algo natural, también es probable que alguno de los padres, o los dos fueran incapaces de satisfacer las necesidades emocionales del hijo, trastornando con ello su natural requerimiento de atención y cuidado en una emoción no resuelta.

Desafortunadamente, dice Pinto, no todas las relaciones padres-hijos son armónicas y he ahí la raíz de la distorsión entre dependencia saludable y apego afectivo. “Es bien conocido por todos que el exceso de cuidado y protección, así como también la falta de este hacen más mal que bien, en todo sentido”.

Dependencia enfermiza

Santillán sostiene que cuando existe un exceso de dependencia emocional es enfermizo. El ser humano pierde su capacidad de desarrollo, solo desea ser aceptado por los demás, se siente incapaz de emprender cosas o alcanzar metas por sí mismo. Incluso, necesita la aprobación de los demás, de lo contrario cae en el abatimiento y aislamiento.

Asimismo, agrega, no posee autoestima, carece de visión proactiva y de iniciativa. Pierde la oportunidad de instituirse como un individuo trascendente, que aporta a los demás partiendo de sí mismo. Con esto gana inseguridades, miedos, fobias, ansiedad, depresividad, intentos de suicidio y en ciertos casos la consecución de su propio suicidio.

Pinto considera que cuando alguien depende demasiado de los demás, en su mente se producen graves distorsiones del “autoconcepto”, el cual es la base de la autoestima saludable. Generalmente poseen una autoimagen de perdedores que minimiza o ignora lo positivo de ellos y de sus vidas. El valor que tienen sobre sí mismos ha quedado enganchado a la persona de la cual depende afectivamente.

“En mi experiencia profesional, la mayoría de los desórdenes de conducta tienen su base en una autoestima pobre y/o distorsionada. Esto se da porque en la base de casi todos los trastornos de la personalidad está la creencia de la poca valía personal. Por ello, algunas de estas personalidades dependientes han aprendido a buscar en el otro una ‘fuente de seguridad’ de la que ellos carecen”.

Vampiros energéticos

Para Santillán, toda dependencia enfermiza es una automutilación que invalida y que se transforma en carga y no en ayuda para transitar por las sendas de la vida. Por eso considera que se deben respetar las diferentes etapas de la vida de las personas. Existe la fase de constitución de la familia, de la custodia y crianza de los hijos, y la etapa de disfrutar en pareja (maduritud) en la que se hacen todas las actividades que no se pudieron desarrollar con anterioridad, por las responsabilidades paternas, como cultivar artes, pasear, estudiar aquello que no se pudo aprender, viajar o simplemente descansar.

Sin embargo, agrega, hay hijos adultos que aún siguen dependiendo de los padres, porque no quieren asumir sus propias responsabilidades ni correr riesgos y prefieren “descansar” cobijados bajo las alas paternas. “Ellos se constituyen en verdaderos vampiros energéticos y de oportunidades de sus progenitores ya maduros o ancianos. Muchos hijos son seres muy egoístas a los que solo les interesa su propia ventaja”, asegura.

Según el psicólogo clínico Jorge Luis Escobar, esos hijos se han vuelto holgazanes emocionales. Esto hace que suelan culpar a quienes los “educaron” en respuesta a lealtades intrínsecas o no conscientes que van desde el odio al amor, por las oportunidades restringidas cuando se los sobreprotegió, al hecho de querer obligarlos a ser libres en asumir sus responsabilidades, cuando ellos no lo quieren.

Por miedo a fracasar como madres o padres, agrega, se suele restringir la oportunidad de aprendizaje en los hijos (niños y niñas) y se les hace el camino más cómodo. Luego, al ir creciendo y no ayudarlos a conocer el valor de la responsabilidad, desde el ejercicio de la vida cotidiana, al enfrentarlos a la realidad, se hace más cómodo al adulto dependiente regalar culpas hacia el exterior. En efecto, hay una corresponsabilidad de los progenitores que al pretender dar lo mejor de sí exageraron un poco o mucho y es en ese exceso que están atrapados.

Por el contrario, dice Escobar, quienes son educados en el equilibrio del amor asumen la responsabilidad de sus actos sin justificar, sin victimizarse ni victimizar a los demás. Hacen que su sistema volitivo (voluntad interna) sea el que gobierne sus vidas, donde la capacidad de decidir se asume y así descubren en el día a día que sus decisiones son las que rigen el destino de sus vidas.

Ayuda terapéutica

Según Glenda Pinto, es muy importante que las personas que dependen demasiado de otra busquen una ayuda terapéutica, porque corren el riesgo de desarrollar estados de ansiedad muy intensos, incluso, enfermedades físicas. El objetivo del tratamiento es que a través del trabajo terapéutico (terapeuta-paciente) pueda reconstruirse un “yo” más fortalecido, esto permitirá establecer relaciones afectivas más satisfactorias basadas en el equilibrio y la reciprocidad. A través del vínculo terapéutico el afectado podrá adquirir nuevos patrones vinculares.

“El trabajo psicodinámico busca conocer y entender el comportamiento del dependiente para poder mostrárselo y que conciba qué motiva su conducta. En el área interpersonal, se deben mejorar las formas patológicas de relacionarse en pareja. Y en el área afectiva, trabajar mucho en la autoestima. El paciente debe conseguir sentirse contento consigo mismo, desarrollar su capacidad para valorarse y protegerse, lo que implica cambiar en su forma de pensar y comportarse”.

Eduardo Santillán sugiere jamás olvidar que la dependencia y codependencia no permiten a las personas ser equilibradamente suficientes, priva de la grata sensación del logro propio, minimiza y resta oportunidades de progreso y de vida. “Las vuelve enceguecidas paradigmáticas que no pueden observar las posibilidades de su futuro. La dependencia enfermiza esclaviza”.

 

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