Eduardo Zambrano Tola y las cajas de la esperanza
Un médico guayaquileño lleva, desde EE.UU., un proyecto de ayuda a niños latinoamericanos de escasos recursos que han desarrollado cáncer.
En 2004, Eduardo Zambrano Tola, entonces profesor asistente de Patología en la Universidad de Yale, recibió de su amigo, el patólogo Jorge García Tamayo, la petición de prestar ayuda de forma extraoficial a Frances Stock, una médica oncóloga pediatra que estaba empezando a trabajar en la ciudad de Mérida, en los Andes venezolanos.
“Los recursos profesionales y técnicos eran limitados, sobre todo en mi subespecialidad, patología pediátrica”. La colaboración consistía en revisar biopsias y escisiones quirúrgicas con el objetivo de brindar apoyo diagnóstico, más aún en casos de tumores pediátricos.
Al poco tiempo recibió el primer caso, y así comenzó una colaboración que se ha mantenido a través del paso de Eduardo Zambrano por la Escuela de Medicina de Yale, el Medical College de Wisconsin y, actualmente, Stanford. “Es un servicio que hemos brindado de manera gratuita, por tratarse, en su gran mayoría, de pequeños cuyas familias son de pocos recursos económicos”.
Zambrano aclara que no se trata aún de un programa formal, “aunque definitivamente sí estamos trabajando para desarrollarlo con varios otros colegas”, sino de un servicio más bien a título personal de él y Stock, que se ha ampliado para atender las necesidades de otros profesionales de Latinoamérica.
Si bien la mayoría de los casos han sido venezolanos, recibe con regularidad solicitudes de México, Bolivia, Guatemala, Brasil y Ecuador, “aunque quizás los sitios más distantes de donde me han llegado son China y Egipto”.
Cajas de colores
Zambrano ha vivido en EE.UU. desde 1997. Hizo su especialidad en Yale y subespecialidad en Harvard. Al momento es profesor y director del área de Patología Pediátrica del Centro Médico de la Universidad de Stanford, experto en tumores sólidos pediátricos y en tumores de hueso y partes blandas en adultos y niños.
Las superficies de su oficina en esa entidad están cubiertas de pequeñas cajas de madera, cerámica, barro, paja y metal, pintadas a mano en colores festivos por madres de los pequeños o por artesanos locales, en las que llegaron las laminillas de vidrio o bloques de parafina con las muestras enviadas para el análisis.
“No solo sirven como figuras decorativas para adornar mi oficina”, dice Zambrano, “sino que me sirven para recordar diariamente que detrás de cada una de ellas está la vida de un niño o niña a quien hemos tenido el privilegio de ayudar”.
Los costos de envío de las muestras han sido asumidos hasta ahora por la doctora Stock, quien ha aportado de manera personal, y también a través de una fundación creada en Mérida. Los gastos técnicos de los análisis corrieron por cuenta de los laboratorios donde Zambrano ha trabajado, previa aprobación de sus jefes de departamento. “Los costos por mis servicios, naturalmente, fueron exonerados de antemano”.
Pero ahora enfrentan una nueva etapa. Por cuestiones legales del estado, explica Zambrano, el proceso no puede seguir siendo gratuito, “sobre todo en lo que se refiere al componente técnico de los análisis”. Por esta razón está impulsando junto con la doctora Ami Bhatt, directora del programa Oncología Global del Centro para Innovación en Salud Global de Stanford, la creación de un mecanismo que les permita mantener la iniciativa, expandirla y hacerla multidisciplinaria, con la participación de oncólogos, radiólogos, radioterapeutas, cirujanos, patólogos, personal de enfermería, investigadores básicos y coordinadores.
Stanford, refiere Zambrano, ha sido semillero de varias de las compañías de alta tecnología de Silicon Valley. “El hospital pediátrico Lucile Packard, de Stanford, del cual soy jefe de Patología, fue fundado gracias a la generosidad de Lucile y David Packard, este último cofundador de Hewlett-Packard. Apelaremos a esa tradición fuerte y visionaria de filantropía”.
Además, Oncología Global está formando un pequeño grupo para analizar distintas alternativas de financiamiento. “Una vía será conseguir fondos de investigación para aprovechar el material que hemos acumulado con los años, haciendo estudios que analicen de qué manera el apoyo diagnóstico que hemos ofrecido a centros de escasos recursos ha contribuido a mejorar sus resultados en función de la sobrevida y calidad de vida de sus pacientes. Es una tarea compleja y a largo plazo”, reconoce Zambrano, “pero puede ayudar a continuar financiando lo que estamos haciendo”.
Cánceres raros e investigación
Varios de los casos que han llegado a la consulta de Zambrano han resultado ser raros, ya sea por la poca frecuencia o por presentarse en estadios muy desarrollados, algo que en la práctica no se ve en Estados Unidos en la actualidad, dice el médico, pues generalmente son detectados en las etapas más tempranas.
“Estas experiencias han sido de gran ayuda para enseñar a nuestros residentes y estudiantes de Medicina. Y otra de las aplicaciones de investigación sería el análisis molecular de las mutaciones y la expresión de genes y proteínas de estos tumores en pacientes de distintas regiones geográficas, que puedan dar una pista, a través de análisis epidemiológicos, de las posibles causas que llevan a su desarrollo. Las aplicaciones son muchas y de gran alcance”. (D. V.) (I)
Cáncer pediátrico
Este término se aplica, comúnmente, para designar esta enfermedad en menores de 15 años. Representa entre 0,5% y 4,6% de todos los casos de cáncer. La incidencia va de 50 a 200 casos por cada millón de niños en el mundo.
Los más comunes
La leucemia constituye un tercio de los cánceres de la niñez, seguida de linfomas y tumores del sistema nervioso central. Hay varios tipos de tumores casi exclusivamente infantiles: neuroblatoma, nefroblastoma, meduloblastoma y retinoblastoma.