Adiós al barco Endeavour: Mi segundo hogar

Por Paula Tagle
18 de Diciembre de 2016

“Un barco es un pedazo de acero, que hace su trabajo; es importante, pero no tan importante como la gente que lo integra”.

Un barco es como un pequeño poblado. Tiene sus barrios, sus sonidos, sus olores y hasta sus propios fantasmas. Ya he vivido en varios. Es como haber habitado diversas ciudades, cada una con su idiosincrasia, con sus particulares virtudes y defectos.

Desde 2009 habito, intermitentemente, en el National Geographic Endeavour, y ha sido un privilegio.

Es un barco espacioso, rompe hielos, construido en Alemania en 1966, para pescar por arrastre en el mar del norte, resistiendo azotes de ventarrones y mal tiempo. En 1983 se convirtió en barco de pasajeros; se llamó primero North Star y en 1989, Caledonian Star. Exploró el ártico y la antártica, cruzó los siete mares y se fue llenando de recuerdos, placas de cada puerto, pinturas del Asia, máscaras de África, canoas de Polinesia.

En marzo de 2001 la nave sobrevivió la embestida de una ola “vagabunda”, u ola monstruo, de treinta metros, mientras cruzaba el canal de Drake. Los ventanales del puente se rompieron, el capitán tuvo que navegar con el agua hasta sus rodillas, y aun así, logró llegar a puerto seguro, con un GPS manual como único instrumento, con la nave intacta y sus tripulantes salvos.

En junio de 2001 pasó a llamarse Endeavour, y en 2005 National Geographic Endeavour.

Conocí por primera vez al Endeavour en Antártica y me enamoré de él, por explorador, por antiguo, por fuerte, por ser un sobreviviente, por la increíble historia guardada en sus mamparos. A bordo del Endeavour visité Svalbard y desde su proa me maravillé con 16 osos polares a lo largo de diez días de exploración. Cada avistamiento de oso, por cada año, está marcado en un mesón del puente de mando, así como cada ballena azul avistada en Galápagos desde 2009 hasta 2016.

Con el Endeavour llegué hasta la isla Niue, en medio del Pacífico, y a Fiji, Tonga, islas Cook. Navegué hasta las Azores, frente a las costas de África.

Y desde 2009 es prácticamente mi segundo hogar, cuando el National Geographic Endeavour adoptara bandera ecuatoriana quedándose exclusivamente en aguas galapagueñas.

Hemos tenido todo tipo de personalidades y eventos a bordo. Fue grandioso ser anfitriones de las Charlas TED en 2010. Científicos del mundo entero, junto con Silvia Earle, se citaron con famosos como Leonardo DiCaprio o Edward Norton, para comprometerse con el futuro de los mares. También hicimos cruceros con representantes de todos los sectores de Galápagos para discutir sobre su futuro, y hace poco hospedamos a delegados de los parques marinos patrimonio de la Unesco. Hemos aprendido de las islas, de los visitantes, de cada compañero de vida a bordo.

El 26 de noviembre el Endeavour dejó Galápagos, a buscar nuevos destinos. Como bien dice su propietario, Sven Lindblad, gerente de Lindblad Expeditions: “un barco es un pedazo de acero, que hace su trabajo; es importante, pero no tan importante como la gente que lo integra”. Las personas siguen, es cierto, pasan a un nuevo barco, el Endeavour II.

Pero por más que intento librarme del sentimiento de apego, por un pedazo de metal, no puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas cuando recuerdo que en pocos días mi pequeño poblado, mi hábitat, mi cabina, mis corredores y mamparos, mis cubiertas de sol, la piscina de saltos bajo la luna, mi aldea de amigos, risas, pugnas y amor, ya no estará más.

El buen Endeavour se va... Larga vida al Endeaovur II. (O)

nalutagle@yahoo.com

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