Cuidadores responsables: En Bahía Tortuga
“Es gracias a aquellos hombres y mujeres silenciosos que día a día se dedican a esta playa, con esmero y amor...”.
Cada día aproximadamente 400 personas visitan Bahía Tortuga en la isla Santa Cruz. La gran mayoría llega por tierra, asciende primero las escalinatas que la dirigen hacia la caseta del Parque Nacional para luego caminar 2,4 kilómetros de sendero hasta llegar a, en mi opinión, una de las playas más bellas del país, y tal vez del mundo.
¿Cómo es que a pesar de la gran cantidad de visitantes y el aparente escaso control, el lugar se mantiene prístino? Es en gran parte gracias a sus guardianes silenciosos, a aquellos que trabajan en el anonimato, pero que día a día, a su manera, contribuyen a la conservación de este sitio recreacional de Galápagos.
Está don Jorge, por ejemplo, un exguardaparques del Parque Nacional Galápagos que desde hace treinta años se dedica a Playa Tortuga. Es quien lleva el registro de los visitantes que pasan por la caseta. Ingresa sus datos, y uno a uno los instruye sobre cada particularidad del sitio. Con un dibujo de la playa les muestra las zonas de resaca, el área donde está prohibido caminar para no afectar las dunas o dañar huevos de iguanas en épocas de anidación. Les pide que cualquier cosa que lleven a Tortuga debe retornar de Tortuga. Botellas, plásticos, fundas, nada puede quedar en la playa, y en general, nada queda.
En tanto que su esposa, Marcia, guardaparques del Parque Nacional, es quien da mantenimiento al sendero. Cada día limpia un sector del camino, librándolo de arena, hojas o cualquier basura que algún insensible dejara atrás. Ella patrulla la playa antes del atardecer para recordar a los visitantes la hora de cierre. Desde Bahía Mansa, a casi cuatro kilómetros de la caseta, los visitantes deben empezar su retorno a partir de las 16:45, de tal forma que para las 18:00 no quede nadie en Tortuga. Únicamente los surfistas permanecen hasta la última ola, ya que gracias a su excelente estado físico, en pocos minutos trotan a la entrada.
Y justamente estos surfistas son también cuidadores silenciosos, además de rescatistas. Ellos han sacado del agua, en innumerables ocasiones, a bañistas en riesgo. Para estos corredores de olas, Tortuga es su hogar, y lo cuidan con dedicación. En Playa Mansa, Sandro funge igualmente de salvavidas ad honorem, habiendo socorrido a gente en más de una ocasión.
También están los guías locales, a veces los que ni siquiera son guías, pero que acompañan a grupos de turistas constantemente hasta Tortuga Bay. Ellos explican sobre la importancia de mantener las dunas intactas, o llaman la atención a cualquiera que bote basura, incluso ayudan en su recolección. Uno de mis personajes favoritos es un señor que por su propia iniciativa dibuja círculos en la arena para indicar las zonas de anidación de iguanas, con “2 m” bien escrito en el centro de cada figura, recordando que la distancia mínima a cualquier animal es justamente dos metros.
Y por supuesto que el Parque Nacional ha hecho lo suyo, creando senderos, realizando monitoreos, limpiezas, colocando postes de madera que sirven de colgadores, evitando que los visitantes no utilicen la vegetación para colgar sus ropas o mochilas.
Pero en gran parte es gracias a aquellos hombres y mujeres silenciosos que día a día se dedican a esta playa, con esmero y amor, que Tortuga Bay es todavía lo que es, una de las costas más lindas y mejor cuidadas del Ecuador. (O)