El pozo de la perdición: En Sierra Negra
“Claudia comparte esta historia conmigo... y me confirma que, en efecto, ella ha visto los huesos humanos en este pozo del infortunio”.
Claudia Hodari eligió la isla Isabela como su hogar en 1992. Llegó de luna de miel a Puerto Villamil, originalmente por dos semanas. Como transcurrían los días sin que encontrara una lancha para el retorno, se fue quedando, enamorándose de las playas de arena blanca, del volcán Sierra Negra a los flancos del cual yace el pueblo, y de las largas cabalgatas. Desde entonces es parte de la comunidad isabeleña.
Me cuenta que fue de las primeras personas que se introdujeron dentro de ‘El pozo de la perdición’, un agujero de apenas metro y medio de diámetro, en un lugar llamado Alemania, donde se presume que iban a parar los presos asesinados en épocas de la colonia penal.
Claudia ha visitado muchas veces el sitio. Se llega por un sendero que bordea el suroeste de Sierra Negra, por debajo de Volcán Chico, el cono paradisiaco de donde los primeros habitantes excavaron azufre, a mano, para transportarlo a lomo de burro a las costas de Villamil.
Claudia ha participado de expediciones de cacería regulada junto a la gente local, y de ellos ha escuchado las historias de la isla, que su exesposo, Jeff Frazier, plasmó en un libro junto con fotografías de Jeannette Warner, del que tomo datos para esta nota.
Aparentemente, los presos más temibles y peligrosos fueron relegados a esta cuarta estación conocida como Alemania. Era un campamento remoto donde los colonos originales (los que llegaron en 1893) habían plantado café, cítricos y aguacates, y donde se cazaban chanchos de carne blanca.
En la esquina del campamento impera todavía un árbol de bototo del que colgaban, boca abajo, a los castigados. Otros iban a parar a tanques de hierro con un solo agujero. O simplemente les disparaban atados al bototo, que presenta todavía evidencia de las balas. La fosa común era el túnel al que ingresó Claudia.
Los primeros ciento ochenta reclusos llegaron a Villamil, que entonces tenía una población de setenta personas, en 1946. En un año, entre un tercio a la mitad de los presos ya estaban muertos. Un solo guardia, apodado la Bestia, asesinó a 23. Los sobrevivientes fueron divididos en cuatro grupos. Los cercanos a la muerte o contagiados de tuberculosis se ubicaron doce kilómetros al oeste del pueblo, en un lugar llamado El Porvenir. El grupo más confiable se envió a trabajar en casas de Puerto Villamil y otro, a cultivar las fincas de la parte alta, a Santo Tomás. El cuarto grupo se designó a Alemania.
En 1958, un reo conocido como Patecuco decidió rebelarse y junto con 24, de los 40 prisioneros de Alemania, se tomaron el campamento. Bajó luego a Santo Tomas a unirse con más insurrectos, para finalmente atacar el pueblo. Según el libro de Frazier, el líder Patecuco y el sacerdote Jacinto Gordillo mantuvieron tres días de conversaciones negociando la vida de los habitantes y los carceleros, que fuera perdonada. Al cabo del tercer día, los presos atacaron un par de barcos de pesca y escaparon al continente. Al parecer casi todos fueron eventualmente recapturados, pero nunca volvieron a la colonia penal de Isabela, que se cerraría en 1959. Para entonces quedaban sesenta y un prisioneros, cuando se calcula que en trece años habrían llegado a ser cuatrocientos.
Claudia comparte esta historia conmigo, me muestra el libro The pit of doom (El pozo de la perdición) de su exesposo y me confirma que, en efecto, ella ha visto los huesos humanos en este pozo del infortunio. (O)