Fabuloso mundo: En Galápagos
“Requieren de polinizadores, y para esto deben inventar estrategias que los atraigan, pero que a la vez no impliquen demasiado costo energético”.
El mundo de las plantas -como lo dice el artículo anterior- parece un universo de ficción difícil de interpretar. Cada vez que me propongo entender su funcionamiento, siento que lo decretan conjuros mágicos más que fenómenos naturales y científicos. La misma fotosíntesis es un misterio. Producir carbohidratos de algo aparentemente intangible, como rayos de luz, y los componentes del agua y del aire.
Me desconcierto cuando recuerdo las múltiples maneras en que las plantas se reproducen o se adaptan a sus respectivos ambientes.
Agaves, cactus, rodilla de caballo son especies que producen innumerables clones, sin la participación de otro sexo. Y cuando hablamos de reproducción sexual, el asunto se torna más enigmático.
Las plantas no pueden moverse, están limitadas a su espacio físico, lo que igualmente restringe las posibilidades de que lleguen a fecundar a otras o a ser fecundadas ellas mismas. Requieren de polinizadores, y para esto deben inventar estrategias que los atraigan, pero que a la vez no impliquen demasiado costo energético y que sean específicas al polinizador que desean.
Cien millones de años de coevolución entre las plantas que se reproducen sexualmente y sus polinizadores han contribuido al gran número de especies en ambos reinos, dando como resultado 300.000 plantas con flores, 600 especies de colibríes y 1.500 tipos de abejas conocidas en el mundo.
En Galápagos no hay colibríes y solamente hay una especie de abeja; por eso, las flores, en su mayoría, son amarillas, color que gusta a las abejas. También las hay blancas, para que las polillas, de las que existen varias especies en el archipiélago, se encarguen de su polinización en la noche. Luego están las plantas que poseen ambos sexos o que son polinizadas por el viento.
De igual manera, la flora de Galápagos ha evolucionado distintas adaptaciones para sobrevivir en las zonas áridas, que es la de mayor extensión en las islas.
Muchas son suculentas, que conservan agua en sus hojas o tallos gruesos, y la protegen a través de espinas o mal sabor. Las raíces absorben el líquido por difusión pasiva, es decir, el agua en el suelo debe ser más abundante que en el interior de la planta. Pero en la zona árida de Galápagos, las lluvias duran poco, por lo que la mayoría de suculentas tiene raíces extensas y superficiales. Poseen cutículas cerosas, con las stomata cerradas durante el día para absorber CO2 en la noche (al contrario de la mayoría de flora), en un complicado proceso conocido como CAM, que guarda el CO2 en forma de ácido málico y otros, que luego se procesan con la luz del día.
Otra adaptación de ciertas plantas consiste en perder las hojas durante la época seca, comparable con la etapa de torpor (letargo es un estado caracterizado por una gran disminución de la actividad fisiológica) de ciertos animales. Al presentar menos superficie expuesta, evitan la transpiración. El palo santo renuncia a sus hojas entre mayo y diciembre, por ejemplo.
Además, los palo santos crecen espaciados a distancias regulares, como si alguien los hubiera sembrado, justamente porque sus raíces se dispersan lateralmente cubriendo un área similar bajo el suelo. Están llenos de líquenes color blanquinoso que les ayuda a evitar la pérdida de agua de sus troncos y ramas, ya que el blanco refleja la luz.
El algarrobo, otra planta de la zona árida de Galápagos, tiene como adaptación raíces muy profundas, que llegan hasta la tabla de agua subterránea, a veces hasta a sesenta metros de la superficie. El reino vegetal es realmente sorprendente. (O)