Habitantes en las Galápagos: Disfrutar la naturaleza
“Tengo el privilegio de navegar a pocos metros de un par de orcas, pero a mi lado vuela también uno de los pajaritos más pequeños de Galápagos, un petrel...”.
Receta para refrescar el alma, para limpiarse de malos sentimientos, de mezquindades, pequeños o grandes odios, días grises, personas negativas:
Despertar en canal Bolívar con “cuatrocientos delfines a la orilla del mar”, mirar hacia la cima de La Cumbre, el volcán de Fernandina, que Fernandina toda es un volcán, enfrentarse ante un miedo primario, al básico, de supervivencia, siendo uno ante el depredador tope de los océanos, las orcas.
Cualquier problema se reduce a una nubecilla pasajera; las personas deshonestas que pasan por la vida, los que hacen mal por el gusto de hacer mal, los necios, los que por creerse dueños de la verdad absoluta pierden objetividad; todo queda reducido a una nubecilla pasajera ante el principal depredador de los mares, y tanta aturdidora belleza.
Estoy yo, dos acompañantes, una Zodiac, y la costa negra de Fernandina, cada vez más oscura, más irregular, más áspera, de lavas en las que tal vez jamás haya caminado humano alguno.
Las fragatas se alborotan porque algo está por ocurrir, los petreles nos siguen. Manejo la Zodiac, en un día sin sol, de mar tranquilo, siguiendo a las orcas.
En octubre de este año se reportó una orca entrando hasta los bajos de Punta Espinoza, que frente a varios testigos humanos levantó a un lobo de tamaño mediano por los aires, para luego devorarlo. También en Galápagos se meten en aguas someras, como lo hemos visto en videos de la Península de Valdez en Argentina o en Antártica.
Hoy son dos machos que se toman su tiempo explorando la costa de Fernandina. Los seguimos a distancia prudencial y respetuosa. A ratos surfean las olas porque están realmente entre los bajos. ¿Buscan comida? ¿Emprenden un viaje de reconocimiento? ¿Pertenecen a alguna manada que los espera más lejos? Son adultos, grandes, de aleta dorsal hermosa, pronunciada. Dos ejemplares que se mueven al unísono, paralelos entre sí, paralelos a la costa, cada vez más negra, más indómita.
Siento el miedo primario; nada nos puede asegurar que en cualquier rato estas criaturas silvestres se harten de nuestra presencia. No ha pasado nunca en Galápagos, y es improbable que ocurra, pero el temor existe. Y gracias al él, y a lo simplemente hermoso de esta escena que parece producto de mi imaginación, en todo lo sencillo de sus partes (un volcán, el Pacífico, petreles, orcas, lava joven) vuelvo a ver lo que realmente importa.
Recuerdo a los seres que me quieren y a los que adoro, y los tantos momentos felices que me han regalado, recuerdo la torta de tres leches, los dulces libros que han tocado mi corazón, las deliciosas, enriquecedoras conversaciones con personas sabias y constructivas, recuerdo Cosmos de Carl Sagan y Cosmos de Neil Tyson, y a mis maestros, y me siento afortunada de estas cosas buenas de la vida.
Claro, tengo el privilegio de navegar a pocos metros de un par de orcas, pero a mi lado vuela también uno de los pajaritos más pequeños de Galápagos, un petrel, y es igualmente maravilloso e impresionante; porque es lo que es: vida, tal cual, producto de millones de casualidades, y como yo, construido de ADN antiguo, de un mismo código genético que se ha transcrito en diversos dialectos y que tal vez llegó de las estrellas.
Entonces respiro profundo, sonrío, mi alma está limpia. ¡Feliz Navidad!