Paraíso en peligro: Mucho por hacer
"Que las Encantadas sean otra vez fuente de inspiración y optimismo, un Galápagos dedicado a la excelencia en la educación de sus hijos, que son, al fin y al cabo, la promesa misma".
La existencia transcurre en ciclos. Hay oleajes de optimismo, calma, absoluta felicidad, que en minutos se pueden tornar oscuros, desalentadores, trágicos. Pero así es el ir y venir del mar, así transcurren naturalmente las vueltas alrededor del sol, y más cuando hablamos de un archipiélago aislado.
Siento que pertenezco a un grupo de gente que arribó a Galápagos en un momento especial, tanto en nuestras propias vidas como en el instante histórico del Archipiélago. Fuimos un puñado de jóvenes llenos de sueños que llegaban buscando, unos refugio; otros, un lienzo limpio en el cual plasmar las más delicadas obras de las que nuestra creatividad fuera capaz, y la mayoría, ambas cosas. Y Galápagos no es un caso exclusivo, así ocurre en general en las islas del mundo, albergue de forajidos, utópicos, en conclusión, desadaptados al fin y al cabo, que aspiran a encajar, a finalmente encontrar un nicho, aliviar la necesidad tan íntima y humana de pertenencia.
Y así, siendo parte de los “que no pertenecen”, pertenecimos. Se formaron familias, se afianzaron relaciones de amistad, luego de trabajo, incluso de negocios. Fuimos creciendo con la fuerza de haber encontrado nuestro lugar en el planeta, un sitio que aún podía enriquecerse de ideas frescas. La energía creativa de este grupo de gente se fue canalizando. Unos se convirtieron en políticos, otros, en grandes empresarios, muchos caminan aún por las islas compartiendo sus encantos con pasajeros del mundo; hay quienes se dedicaron a las organizaciones no gubernamentales, o al arte, o a ser administradores públicos. Pero segura estoy de que compartimos un ideal: una vida en comunión con la naturaleza, ajena a los prejuicios al otro lado del mar, al consumismo adictivo.
Era definitivamente un sueño en común, que con el nacer de los hijos se extendió a la siguiente generación, confiando, sobre todo, en que crecerían con una educación integral y privilegiada, no en vano Galápagos es Patrimonio Natural de la Humanidad.
A principios de 1990 éramos no más de 5.000 personas en Puerto Ayora. Hoy llegamos a cerca de 18.000. Si bien el pueblo sigue sin contar con servicios básicos de agua potable y alcantarillado, es decir, no podemos decir que se haya “desarrollado”, está lleno de carros, bulla y basura como nunca se hubiera imaginado hace 20 años. No se trata de alzarse contra el progreso, que agua y alcantarillado le habrían hecho mucho bien a la salud de las personas de la isla; se trata de que nos sumergimos en un minicaos de desorden, de crecimiento urbano descontrolado, y lo peor, de falta de educación de excelencia.
Lo que conozco es que muchos de mis amigos están partiendo, ya no pueden más; están desertando. Si tienen las posibilidades, simplemente se van. No estoy hablando de un par de amigos, estoy hablando de al menos cinco parejas con sus hijos, de mi muy cercano círculo. ¿Qué porcentaje representa? De la gente que quiero es un gran porcentaje. Ignoro la relación respecto del número total de habitantes del pueblo. Pero es un síntoma de que algo va mal, de que no hay cómo apostar por una buena educación para los niños, una juventud alegre y sana, con deportes y feliz esparcimiento.
Necesitamos mejores maestros para las escuelas públicas, y por qué no, menos trabas en la contratación de profesores para las pocas escuelas privadas que intentan cumplir con sus proyectos, pero se topan con mil barreras.
La peor enfermedad es la desesperanza y siento el surgimiento de una epidemia. Pido apoyo de las autoridades, de los individuos, a las buenas ideas.