Personaje inspirador: Biólogo y artista guayaquileño
“Empiezo el 2017 armada, pues no solo con red de plancton, sino con optimismo, con confianza, con alegría, ya que en mi ciudad habitan seres inspiradores”.
Tuve la suerte de entrar en contacto con un lector de las Encantadas. Fueron meses de correspondencia, hasta que llegamos a conocernos personalmente.
Visité su casa, y desde el momento en que se abrió la puerta, supe que estaba ante un ser especial, lleno de energía, positivismo y talento.
Gracias a mi columna he conocido gente bastante interesante. Tal vez esta es una de las grandes dichas y suertes de contar con un espacio en La Revista de El Universo. Roberto Jiménez es una de aquellas personas.
Biólogo, artista, científico, me ha hecho volver a creer en mi país y su inmensurable potencial humano.
En su residencia percibí el frescor y calidez de un hogar decorado con amor, lleno de detalles, tales como máscaras y cuadros creados por el propio Roberto.
Descubro que pinta desde sus días de estudiante de ciencias biológicas en la Universidad de Guayaquil. Y me sorprende la alegre coincidencia de que nuestras familias se conocieran, porque así es el Ecuador, así es mi ciudad. Surgen nombres de la gente que he amado, que han sido mis referentes en la vida, mi abuela Chaba Herrería, mi tío Pedro, mi madre, Isabel Saad, y por supuesto mi padre. Es como si Roberto hubiera sido desde siempre parte de mi familia, que es lo más querido, y mi mayor pilar y orgullo.
Roberto me presenta sus acuarelas sobre la flora de parques y plazas de Guayaquil, con los respectivos nombres científicos y comunes. Son cuadros que expuso en el MAAC en septiembre de 2016, que se crearon un poco con la intención de volver a enamorar a los guayaquileños de su tierra, para que conociéndola la amen y protejan.
Pero este hombre de varias décadas también ha dedicado su vida a la investigación. Justamente me había contactado por un artículo mío sobre mareas rojas.
El doctor Roberto Jiménez Santistevan fue jefe de División de Biología Marina del Instituto Oceanográfico de la Armada, también fue director del Instituto Nacional de Pesca y desde 1976 profesor en la Universidad de Guayaquil.
Me muestra sus publicaciones, cartas de amigos de la NOAA, menciones del ballenero Colnett en los 1700, del naturalista Darwin en los 1800, del explorador Beebe a principios de 1900, en las que ya se describen mareas de distintos colores en las costas del Ecuador.
Aprendo que si son amarillo-naranja, se trata de la presencia de radiolarios, o si son verdes, es por afloramientos de algas, o color chocolate, se debe a un ciliado llamado Mesodinium rubrun.
Roberto me equipa con red de plancton, formol y una copia de su libro, El Niño en el Océano Pacífico Ecuatorial. Y así provista, prometo colectar muestras y enviárselas desde Galápagos, para que continúe con su incansable labor de científico, en un país donde a veces asumimos que no se hace investigación. Sin embargo, hoy se me ha recordado que existen Robertos, gente dedicada a la ciencia, que aporta y que ilumina.
Empiezo el 2017 armada, pues no solo con red de plancton, sino con optimismo, con confianza, con alegría, ya que en mi ciudad habitan seres inspiradores, genuinamente generosos, con deseos de contribuir al conocimiento, y por qué no, al arte y a la memoria. ¡Gracias, Roberto, por este regalo de Nuevo Año! (O)