Walter y el lobo: Amigos isleños
“Me emociona constatar la conexión que este hombre ha creado con un animal de la isla. En silencio lo ha fotografiado por años.”
Walter Pérez, compañero guía, ha guardado un preciado secreto por al menos cuatro años. Tiene un amigo en la isla Española, en Gardner, uno que creyó haber perdido para siempre.
Es un lobo marino a quien vio por primera vez a fines de 2013, recostado junto a su madre en la arena brillante de esta playa, a mi parecer, de las más bellas de Galápagos.
Le pregunto que cómo es posible que reconozca a un individuo lobo, cuando todos son iguales. Y entonces me muestra la secuencia de fotos, la manera en que le siguió la pista año tras año, hasta que en 2016 desapareciera.
Walter lo encontraba siempre con su madre, y por eso dedujo que el pequeño lo estaba logrando gracias a ella. Normalmente las hembras amamantan a sus crías por un año, con casos excepcionales de hasta dos. Madre e hijo pasaban las horas alejados, en un rincón de la playa, mientras los demás lobos se apilaban unos sobre otros, en su afición por yacer en contacto táctil permanente.
Recuerdo que en 1992 había cientos de lobos en Gardner, nunca vi tantos como entonces, aunque jamás tuve la paciencia de mi amigo, de recorrer la playa entera y contarlos.
Walter ha computado hasta 467 lobos en un mismo día, en 2013, cuando conoció a su pequeño amigo. El número decreció a seis individuos en 2016. La población varía, se desconocen las causas que podrían ser enfermedades, migración o disminución de alimento por condiciones climáticas o aumento de pesquerías.
El lobito se perdió de vista por más de un año. Walter pensó que sin la madre no había logrado sobrevivir, porque tres años amamantando a una cría es demasiado tiempo para una hembra.
Sin embargo, el 29 de marzo reapareció en Gardner, un poco aislado de los demás, como siempre, aparentemente saludable y bien alimentado. ¿Tal vez la madre lo amamanta todavía? ¿O tal vez él ha aprendido a pescar por sí solo? Los lobos marinos nadan con las aletas frontales, y el lobito en mención se propulsa muy bien en el agua, que Walter lo ha visto jugueteando feliz en la mar turquesa de Gardner.
Porque el lobo amigo de Walter no tiene aletas traseras, ni un pedacito. Es un corte perfecto. Desde que lo descubriera por primera vez Walter buscó evidencia de marcas de mordida de tiburón, o cortes de aspas de motor. No hay vestigio de ninguna cicatriz. Es un misterio. ¿Tal vez nació lisiado? El caso es que aun así ha logrado sobrevivir.
Me emociona constatar la conexión que este hombre ha creado con un animal de la isla. En silencio lo ha fotografiado por años. Cada vez que visita Gardner ha caminado la playa entera en su búsqueda, sin contárselo a nadie, siempre con el miedo de que fuera el último encuentro. Y cuando ya había perdido las esperanzas de volverlo a ver, aparece, y lozano. Walter no puede lucir más contento, y agradezco que me compartiera su testimonio y sus fotos. Walter proseguirá siguiéndole la pista, y ya les contaré cómo continúa esta historia de un hombre y su amigo lobo marino de capacidades especiales. (O)