Luxemburgo: Un país lleno de valles
La capital de Luxemburgo es conocida como la ciudad de las torres y los cuentos de hadas. Su casco histórico es reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sus otras ciudades guardan tesoros históricos y turísticos.
Un amigo psicoanalista que acababa de obtener la nacionalidad estadounidense vino a pasar las fiestas navideñas del 2001 en París. Me propuso que hiciéramos en tren una escapada relámpago a la ciudad de Luxemburgo. Acepté sin imaginar que debía haber previsto llevar en mi mochila una camisa de fuerza o, por lo menos, una cuerda.
Al controlador, en lugar de enseñarle el billete, le tendió el pasaporte proclamando a voz en cuello «I’m American citizen». Más tarde se abalanzó, con el famoso documento en mano y el «I’m American citizen» en los labios, en persecución de un hombre al que imaginó policía de aduana. A lo largo de las tres horas que duró el trayecto salió corriendo detrás de toda persona que llevara un uniforme.
No bien salimos de la estación se desató una nevasca que nos obligó a refugiarnos en un café. A través de los inmensos ventanales contemplamos, desde el mediodía hasta la hora de salida del último tren, cómo pugnaban por emerger de entre la nieve las antiguas murallas, las agujas de las iglesias, los puentes de piedra y la topografía en quebrada de la ciudad.
Un lienzo de verdor
Este año decidí visitar la ciudad de Luxemburgo y recorrer el Gran Ducado durante un fin de semana veraniego. Tras habernos instalado en el hotel, enfilamos hacia Echternach, una pequeña ciudad de aire medieval cercana a la frontera con Alemania. Estacionamos a proximidades de un paseo arbolado que abrazaba la curva del río Sauer y nos dirigimos hacia el centro de la ciudad. Primero entramos en la Basílica de San Willibrord, una imponente edificación de estilo románico que, junto con la que fue una prestigiosa abadía en el siglo VII, conforman un enorme complejo eclesiástico.
Deambulando llegamos a la Plaza del Mercado, un animado sitio repleto de flores. De entre las esbeltas y elegantes fachadas en color pastel que dan forma a la plaza sobresale la del Ayuntamiento por sus arcadas, sus cuatro torrecillas de ángulo y las seis estatuas que la adornan.
Un norte de castillos
Había llegado la hora de emprender camino hacia el norte. Conforme avanzábamos, los paisajes se iban volviendo montañosos. A los pies de un risco, en cuya cima se erguía un castillo de agujas cónicas, almenas y gabletes escalonados, estaba enclavada Vianden, un encantadora ciudad que conserva remanentes de su esplendor condal.
Continuamos internándonos en el norte. De pronto, emergiendo del corazón de un sombrío y solitario bosque, surgió ante nosotros un blanco castillo feudal. Las pequeñas casas blancas con tejados de pizarra, que a su alrededor se asentaban desordenadamente, parecían un rebaño de ovejas pastando en una pradera.
Una sorprendente topografía
El encanto de la ciudad Luxemburgo reside en su sorprendente topografía. Sobre una meseta rocosa cortada a pico se sitúan los barrios altos y, al fondo del barranco, los bajos. El Camino de la Cornisa, un paseo que sigue el contorno de las otroras murallas defensivas, nos regala un paisaje único: el de los espectaculares puentes que comunican las dos mitades altas de la capital y a cuya sombra se extiende la parte antigua, un muy bien conservado conjunto arquitectónico del siglo XIV, donde habitaban curtidores, zapateros y cerveceros.
El mirador de la Plaza de la Constitución también ofrece una magnífica vista panorámica de la ciudad con sus bosques, parques escalonados y restos de fortificaciones.
Un obelisco de 21 metros, rematado por la dorada estatua de una mujer, domina la explanada.
La llamada Dama de Oro sostiene entre sus manos una corona de laurel, en actitud de que va a ceñirla en la frente de algún vencedor, en este caso, los soldados caídos durante las dos guerras mundiales.
A la derecha está la entrada a las Casamatas, un inmenso sistema subterráneo de defensa militar del siglo XVII que no solo podía guarecer a miles de defensores con su equipamiento y caballos, sino que también disponía del espacio suficiente para talleres de artillería y de armamento, cocinas, panaderías y otras infraestructuras.
Cruzando el bulevar se accede al casco histórico. A muy pocos pasos de la catedral de Nuestra Señora de Luxemburgo se encuentra la plaza Guillaume II y, frente a ella, el Ayuntamiento, un reformado monasterio franciscano. En la cercana Plaza de Armas, el palacio Gran Ducal sorprende por la riqueza de los arabescos ornamentales de sus fachadas.
Terminamos nuestra jornada en la meseta de Kirchberg, un moderno barrio que concentra, en sus 360 hectáreas, sedes de instituciones y empresas europeas. Todo era blanco, frío y sin vida. Mientras recorríamos las solitarias avenidas semejábamos astronautas errando entre los valles de la superficie lunar. De repente, a lo lejos, divisamos un magnífico navío rodeado por finas columnas de acero. Se trataba del edificio de la Filarmónica, una estructura que alberga dos auditorios de acústica impecable.
Finalmente, ese país de valles y colinas boscosas, de vestigios medievales y senderos pedestres, bien merecía mi pasada escapada invernal de un día, así como la de este reciente fin de semana veraniego.