Chipre: Isla de contrastes
Es la más oriental de las 159 islas del mar Mediterráneo. Se sitúa al este de Grecia y a pocos kilómetros del sur de Turquía y de las costas sirias y libanesas.
Estábamos en Limassol, principal puerto y segunda ciudad de Chipre, cuando recibí un e-mail de una muy buena amiga deseándome una feliz Navidad y una agradable estadía en Malta (?). Una semana después, el día de Nochevieja, llamé a mis padres desde Nicosia, capital de la isla, para saludarlos y desearles un próspero 2012. Correspondieron mis saludos y me preguntaron si estábamos pasando bien en Capri (?). A mi regreso, algunos colegas de trabajo se interesaron por mis vacaciones en Creta (?).
Chipre es la más oriental de las 159 islas del mar Mediterráneo. Se sitúa al este de Grecia y a pocos kilómetros del sur de Turquía y de las costas sirias y libanesas.
Viajar a Chipre significa descubrir una isla llena de contrastes y de hermosos paisajes: abruptos acantilados, playas de cristalinas aguas turquesas o azul metálico, frondosos bosques de cipreses y extensos valles de cedros, pintorescos poblados en las faldas de los montes Troodos y castillos cruzados en los picos de la cordillera de Kyrenia, vestigios de ciudades grecorromanas y monasterios e iglesias bizantinas decorados con admirables frescos, basílicas paleocristianas y fortalezas venecianas… Incluso Afrodita, diosa del amor y la belleza, eligió un lugar de la costa meridional (Petra tou Romiou) para emerger en una concha entre la espuma de las olas.
Este viaje supone también conocer dos países y dos culturas en un mismo territorio: un tercio corresponde a la autoproclamada República Turca del Norte de Chipre, mientras que los dos tercios del sur conforman la República de Chipre, miembro de la Unión Europea.
Aún dividido
El conflicto empezó en julio de 1974: Turquía invadió una isla donde por siglos habían convivido pacíficamente ortodoxos y musulmanes, sembrando la separación y el desarraigo. 200.000 grecochipriotas fueron desplazados del norte y los turcochipriotas que vivían en el sur, obligados a trasladarse a la región ocupada. La vergonzosa e inaceptable “línea verde”, fuertemente militarizada, separa de manera transversal ambas zonas y solo existen cinco puestos fronterizos para cruzarla.
Ningún país del mundo reconoce a la República Turca del Norte de Chipre, salvo, obviamente, Turquía y Najicheván (una autonomía de Azerbaiyán, un país asiático).
La costa sur
Se extiende desde los imponentes acantilados del cabo Greco hasta la roca donde nació Afrodita. En Lárnaca, tercera ciudad en importancia, aterrizó el avión que nos traía a Chipre desde París. En las entrañas de una bellísima iglesia bizantina del siglo X se halla enterrado Lázaro. Sí, el mismo a quien Jesús le ordenó que se levantara y anduviera.
Bajamos a la cripta y encontramos la piedra sepulcral removida. Nos miramos asombrados, al parecer Lázaro le había cogido el gusto a resucitar y mandarse a cambiar. En las afueras, cerca del aeropuerto, se encuentra el santuario musulmán Hala Sultán Tekke, un complejo religioso en medio de un palmeral y a orillas de un lago salado. Su irrealidad produce la impresión de que surgiera de un cuento de Las mil y una noches.
Al oeste, por la autopista y luego de un sinuoso camino de cerradas curvas, se llega al magnífico monasterio de Stavrovouni, un lugar donde las mujeres podemos caernos al suelo presas de un infarto o un ataque de risa: un enorme anuncio reza que los perros y las mujeres –en ese orden– tienen prohibida la entrada. Me quedé afuera observando el majestuoso horizonte. Volvimos a la carretera y nos topamos con otro monasterio.
Definitivamente, el querer mantenerse a toda costa alejados de las mujeres vuelve muy paranoicos a quienes han optado por un riguroso celibato. Esta vez el letrero decía que se nos admitía de 16:00 a 17:00 los domingos, siempre y cuando lleváramos falda y la parte superior cubierta. ¿Se habrá presentado alguna “pecadora” con esa parte al descubierto? ¡Que vivan las fantasías monacales y las artistas de El Lido!
Montaña adentro está Lefkara, un pueblo de piedra al que los encajes tejidos por sus habitantes han dado reconocimiento mundial.
Regresamos a la autopista. Limassol, uno de los centros turísticos chipriotas de mayor relevancia, posee cientos de hoteles, restaurantes y discotecas, pero también un casco histórico lleno de monumentos de interés como, por ejemplo, el castillo que vio la boda de Ricardo Corazón de León y la reina Berengaria de Navarra en 1191.
Kilómetros después, los restos de la ciudad de Kurion miran al mar: un palacio de 30 habitaciones, una inimaginable colección de mosaicos, un teatro griego, un ágora y sus ricas termas, una basílica paleocristiana, un baptisterio…
La costa oeste
Los últimos rayos de sol brindan una coloración rosácea a la roca donde se dice que nació la diosa del amor y la belleza.
De la costa occidental destacamos la ciudad de Pafos. Un antiguo castillo medieval a orillas del mar domina el puerto. En Kato (bajo) Pafos, uno no puede perderse la Casa de Dionisios, un museo al aire libre llamado así porque el dios del vino aparece de manera reiterada en los perfectamente conservados mosaicos del siglo III a.C.
Protegidos por barandas y separados por caminitos de madera, estos muestran a los dioses griegos en diferentes situaciones. Merecen, asimismo, visitarse las Tumbas reales, una necrópolis helénica con cientos de nichos excavados en las rocas. Se trata de ocho tumbas subterráneas cuyas antesalas están decoradas con columnas de estilo dórico. Nunca se enterraron allí reyes, pero se les concedió el nombre de “reales” en razón del gran despliegue arquitectónico de su construcción.
Toda la península de Akamas es una región aún inexplorada y una de las mejores del litoral grecochipriota, justamente por la ausencia de cualquier tipo de infraestructura. Un camino costero parece llevarnos entre ensenadas y barrancos al fin del mundo.
La costa noroeste
Casi todo el litoral norte pertenece a Chipre turco. Yendo hacia Kato Pyrgos, un poblado contiguo a la “línea verde” pasamos por Polis, Lakki y Pomos. En este último balneario, sobre un promontorio, se yergue la bella iglesia de San Rafael. Los muros interiores están decorados de frescos antiguos y contemporáneos.
Los montes Troodos
Troodos esconde diez pequeñas iglesias, diseminadas y aisladas entre los bosques, que han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad. Por fuera son humildes: de piedra, sin campanario, con tejados a dos aguas..., y en su interior ostentan frescos de una singular belleza.
Las colinas boscosas de las montañas abrazan al monasterio de Kykkos, el más conocido en el mundo ortodoxo. Fue fundado en 1100 y contiene un ícono de valor incalculable de la Virgen María, ya que se cree que lo pintó el propio apóstol San Lucas. El ícono está envuelto en plata dorada y se exhibe en un hermoso santuario en la parte delantera del iconostasio.
Los montes Troodos, a casi 2.000 m sobre el nivel del mar, aparecen tapizados de idílicos bosques cubiertos de neblina y de evocadores pueblecillos literalmente suspendidos de los desfiladeros.
Nicosia, un corazón partido
Nicosia, en el centro del país, es la única capital del mundo que todavía permanece dividida en dos. La “línea verde” zigzaguea al igual que una serpiente en medio de sus calles y casas. No existe un muro concreto como en Berlín, la separación está hecha de tablas, palos, piedras, bolsas de arena, alambres de púas y puestos de guardia. Un deteriorado plástico verde, de ahí el nombre de la demarcación, trata de cubrir o darle un semblante de decencia a esa inicua barricada.
En la parte griega destaca la vieja Nicosia: una ciudadela veneciana del siglo XVI rodeada de murallas que en su interior atesora un barrio popular, una espléndida catedral bizantina, un palacete-museo, iglesias y mezquitas.
Pasamos la “frontera” y nos sentimos en un mundo oriental: nos recibe la llamada del almuédano –musulmán que desde el alminar convoca en voz alta al pueblo para que acuda a la oración– y hacia donde dirigimos la vista se nos imponen alargados minaretes. Recorremos la mezquita de Selima (edificada sobre una catedral gótica del siglo XIII) y tomamos un café turco en el Gran Khan, un mercado otomano del siglo XVI, restaurado.
Chipre del norte
En la costa norte llama la atención Kyrenia, una encantadora ciudad de ambiente mediterráneo. A una veintena de kilómetros se alza San Hilarión, un castillo del siglo XIII encaramado a un risco de la cordillera desde el que en días claros se ve casi toda la isla.
Naranjas y limoneros revisten Bellapais. Las ruinas ajardinadas de su abadía gótica se vuelcan hacia un profundo mar azul a pérdida de vista.
Sobresalen en la costa este las ruinas de Salamina, un sitio donde los arqueólogos han sacado a la luz un grandioso legado romano: una columnata, un anfiteatro, baños, un acueducto y piscinas de la época del emperador Augusto.
Quedé enamorada de la fortificada Famagusta. Aquí se halla el célebre puerto donde Shakespeare ambientó Otelo. El castillo en cuya torre el celoso personaje dio muerte a Desdémona estaba cerrado.
En el casco antiguo por doquier aparecen ruinas góticas y diminutos templos bizantinos. La mezquita Lala Mustafá Pasha funciona desde el siglo XVI en la que fue una espléndida catedral gótica. Del interior se hizo desaparecer todo símbolo cristiano y se añadió un alminar a las dos torres.
Hacia el sur de las murallas se extiende Varosha, en antaño uno de los balnearios más concurridos de Chipre, hoy una ciudad fantasma. La invasión turca obligó a que la población de origen griego –unos 45.000 habitantes– huyera, abandonando sus pertenencias y propiedades. A través de las alambradas se ven hoteles, edificios a medio construir, autos abandonados, casas que los matorrales van ocultando, parasoles solitarios frente a una playa aún más solitaria.
En el extremo nororiental, en el cabo Apóstol Andrés, terminamos nuestro viaje. De las rocas surge un sencillo monasterio que desde la antigüedad es lugar de peregrinaje de cristianos y musulmanes.