Cuba, hoy

11 de Febrero de 2018
  • Niños durante el recreo escolar jugando en la Plaza en La Habana.
  • Playa en Isla Cayo Largo.
  • Niños practican en el patio de la Escuela de Artes de la Isla de la Juventud.
  • Mercado mayorista de Cienfuegos.
  • Un hombre transporta una refrigeradora en Trinidad, ciudad fundada en 1514.
  • Combinación de flamenco y musica afro-cubana a cargo de la compañía Compás Dance.
  • Mujer asomada en las calles de Cienfuegos.
  • Prisión Modelo, con cuatro edificios circulares que podían alojar hasta 5.000 presos.
Texto y Fotos: Paula Tagle

Para una ecuatoriana de las Islas Encantadas, una visita a la gran isla del caribe es una oportunidad única.

¿Cómo escribir sobre Cuba, si yo misma no alcanzo a entenderla, ni a organizar mis sentimientos? Los mismos cubanos lo afirman, es complicado. Desde que pisé La Habana supe que me había gustado, visitando el país que anhelaba conocer desde niña, el de los unicornios azules, donde mi padre ofreciera su trabajo voluntario en 1963.

Me encantó la gente, generosa de espíritu, espontánea y sobre todo, con un nivel de educación muy elevado. No importaba si hablara con el conductor de mi taxi-carreta, tirada por un caballo viejo, por medio Cienfuegos para alcanzar al grupo del que me había rezagado (fue el único medio de transporte que alcancé a encontrar), o si conversaba con la que se había encargado de la limpieza del museo de Guáimaro, y ahora era su guía, o si con un ingeniero eléctrico de La Habana; sin excepción manejaban las palabras con propiedad, sabían del mundo, y sobre todo mostraban dignidad y orgullo.

Es un pueblo con identidad, gente segura de lo que son, donde no aprecié que nadie se sintiera inferior o intimidado por un cargo o nacionalidad. Y me pregunto si eso no define también un ambiente democrático, donde cada individuo se percibe con el derecho a ser, aunque no todos “tengan”.

Luego viene la definición de lo que es tener, de lo que vale poseer. No he vivido privaciones y tal vez no cuente con la prerrogativa de meter mi pico en este asunto; ¿pero cuál es el mayor bien del ser humano? ¿El acceso a la educación, a la salud, al consumo, a la libertad de expresión? ¿Qué cuenta más? Aunque queramos tenerlo todo.

En tierra

Visité Cuba durante cinco semanas, con pasajeros de Estados Unidos, en el programa “gente a gente”, es decir, interactuando siempre con la población, visitando centros de salud, escuelas, talleres de arte, proyectos comunitarios. Un norteamericano me comentó: “Los cubanos tienen educación y salud gratuita, pero anhelan una sociedad de libre mercado. Nosotros tenemos libre mercado, sin embargo, deseamos salud y educación cubiertos por el Estado”. Son las contradicciones de mi planeta, donde el pasto siempre luce más verde del otro lado.

Cuba se ha quedado estancada en el tiempo, un poco su encanto para los extranjeros. El barco en que navego ingresa al canal de Cienfuegos; a estribor un faro, de la época en que fuera colonia española, hasta 1898, y a babor lo que queda de una planta nuclear rusa que nunca alcanzara a terminarse. A la distancia, a proa, se avistan los casinos, yacht club, hoteles construidos por la mafia, o por Batista y sus aliados, antes de la revolución. Es como si Cuba se hubiera detenido en esas tres etapas, al menos en su infraestructura.

Luego de la caída del bloque socialista en 1991, la isla quedó definitivamente aislada del mundo. Los cubanos perdieron un promedio de 20 libras por persona, porque simplemente no tenían qué comer. Dependían del azúcar, como desde siempre. Antes había estado en manos de monopolios norteamericanos, luego se exportaba en su totalidad a los países socialistas. Se cerraron aproximadamente sesenta fábricas de azúcar, y la tierra, cansada de siglos de monocultivo, tuvo que empezar a ararse con bueyes; había que sembrar otras cosas, y a pesar de eso, Cuba todavía importa el 80% de su alimento. Existe carencia de productos, a tal punto que cuando paso por el mercado mayorista, pienso que he llegado demasiado tarde porque las perchas están vacías. Pero es cosa de cada día, hasta en aquellos mercados a los que no todo cubano tiene acceso porque se paga en CUC, (pesos cubanos convertibles. Un CUC es el equivalente a 25 pesos cubanos).

Sin embargo, se respira arte, de alta calidad, y en los sitios más recónditos. Visito Korimakao, un proyecto comunitario en el poblado de Palpite, de no más de 5.000 habitantes.

Aquí se contrata a jóvenes talentosos para que se entrenen en música, danza, pintura, actuación, y para que lleven su arte a poblados incluso más pequeños. Por dos meses consecutivos viajan, se presentan y participan del trabajo en las comunidades. Para esto cuentan con vivienda, comida y sueldo provistos por el estado. Cómo no conmoverme con las voces de un joven dueto cantando al son de una guitarra y del “tres”, típico instrumento de cuerdas cubano.

Llego a la Escuela de Artes Alexis Machado, de la isla de La juventud, una isla que hospeda un máximo de cien visitantes al mes. Los niños nos reciben con curiosidad y alegría. Luego de pasar una prueba de aptitud, cursan aquí sus estudios primarios y el básico, junto con clases de conservatorio o danza.

La Escuela provee los instrumentos. Sí, viejos, pero instrumentos al fin. Y con sus mallas rotas bailan al ritmo del bastón de su maestra, en un piso de madera gastada, orgullosos de mostrar sus talentos.

Los turistas y yo, mudos, escondemos las lágrimas cuando se acercan a abrazarnos, a preguntar sobre nuestros países, sin esperar más que una sonrisa amiga. Son niños felices; son niños.

Y por otro lado voy a la discoteca de Cienfuegos y lo único que se escucha es reguetón. Las hermosas cubanas lucen sus mejores atuendos y no puedo notar las miradas de los extranjeros que se enamoran de su exotismo y sensualidad.

Los menores de treinta no gustan de la Nova Trova, y cuando pido a Silvio Rodríguez, me miran como bicho raro. Los jóvenes quieren cambios, y

abarrotan los parques y lugares públicos donde hay acceso a internet; tienen celulares gigantes y se aburren de las historias de la revolución. Algunos desean emigrar.

Arte y algo más

Varios de los mayores que encuentro sienten un gran orgullo de que a pesar de ser tan pequeños como país, y tan solos, hayan logrado sobrevivir al embargo norteamericano por casi seis décadas y además la caída del bloque socialista. Tercos, aferrados a lo que son, se han mantenido impertérritos. Y allí siguen, con la isla aún a flote.

Sin embargo, nadie habla abiertamente de lo que siente o piensa, al menos no conmigo; tal vez porque soy turista (o Yuma), y este es el principal rubro económico de Cuba actualmente, representa un poco más del cuarenta por ciento de sus ingresos.

Cuba vive también de sus profesionales; 65.000 doctores cubanos han sido exportados al mundo. Su mayor tesoro es, entonces, el capital humano. No únicamente por su formación académica, sino porque son creadores innatos, ellos “resuelven”.

Así, de autos rusos viejos fabrican los repuestos para clásicos norteamericanos aún más viejos, como lo hace Julio Álvarez en su empresa privada de La Habana Taller Nostálgica. En un sector tradicional de pescadores, Jaimanitas, un artista de apellido Fuster, decora su casa con pedacitos de cerámica rota hasta que hoy, todo el barrio luce de colores y se ha transformado en zona de pintores y bohemios, Fusterlandia. Lázaro Niebla, artista de Trinidad, empezó fabricando él mismo sus herramientas para tallar sobre pedazos de ventanas y puertas antiguas, porque no tenía otro material. Hoy exhibe sus cuadros mundialmente, llevando los rostros de los viejos de la sierra del Escambray al mundo entero. Las mujeres de Habana Compás Dance tocan sobre sillas pintadas por ellas mismas, danzan y hacen percusión en una mezcla de flamenco con música africana.

Recuerdo la visita a las oficinas de ONCuba, un proyecto de periodismo independiente en la isla, financiado desde Miami, que imprime su revista en los Estados Unidos, y produce un periódico online. Mónica Rivero, encargada del periódico, nos dice: “Intentamos no polarizarnos, ser periodísticamente correctos, lo que significa no escribir sobre pasiones, sino sobre hechos. A veces no lo logramos; también tenemos corazón”. Y así me pasa a mí misma hoy, intentando ser objetiva sobre mi viaje a Cuba, aunque también tengo corazón.

“Varios de los mayores que encuentro sienten un gran orgullo de que a pesar de ser tan pequeños como país, y tan solos, hayan logrado sobrevivir al embargo norteamericano por casi seis décadas y además la caída del bloque socialista”.

  Deja tu comentario