Ermanno y Marita Zecchettin: Soñadores de Isabela
Este matrimonio –ella peruana y él ítaloecuatoriano– lleva 21 años viviendo en Puerto Villamil (isla Isabela, Galápagos). Son los dueños del hotel La Casa de Marita, pero sobre todo poseen un cúmulo de añoranzas que los motiva a denunciar problemas que atentan contra la pureza de este destino.
La escasa iluminación de la playa de Puerto Villamil permite que miles de estrellas brillen más intensas al cierre de cada día, logrando que todo movimiento exhibido en esta arena finísima parezca bailar sobre una blanca plataforma de seducción visual.
Es así que las olas parecen romper más espumantes, las palmeras se sacuden especialmente atrevidas, los caminantes nocturnos simulan guardar secretos más íntimos en sus pasos y las aves que logran posarse parecen regresar al vuelo con un destello de solemnidad.
Cada noche en Isabela entrega a los pobladores una invitación irrenunciable a soñar. Y para Ermanno Zecchettin el compromiso es doble, ya que un poquito antes de dormir, este ítaloecuatoriano de largos cabellos de nieve suele recibir en la frente un beso de buenas noches de su esposa, Marita Velarde. “Es la mejor manera de terminar el día”, confiesa este hombre de 83 años de edad y energía vibrante.
Ese beso de Marita es su escape. Es su descanso divino. Solo así se permite apagar su conciencia para soñar que su adorada isla Isabela, territorio que lo aproximó más que ningún otro a su idea de felicidad, no atraviesa problemas actuales que considera de urgente solución. “La isla no puede esperar más”.
El escenario al que aspira
En esos sueños de Ermanno Zecchettin, Isabela no sufre ante un crecimiento urbano potencialmente descontrolado, sino que mantiene su espíritu rústico pero amable como hogar de gente responsable que construye sus viviendas con serios estándares medioambientales y trabaja en el turismo sostenible.
En esos sueños, Isabela no permanece casi desconocida en el panorama turístico nacional, sino que exhibe con orgullo su carácter natural a los visitantes que llegan a estas costas buscando aquel último refugio de la naturaleza galapagueña con el compromiso de dejar como única huella sus pisadas en la arena.
Y en esos sueños de Ermanno Zecchettin, la isla no sufre por la dramática ausencia de servicios básicos, sino que ostenta un buen sistema de salud, educación, agua potable, alcantarillado y planeación urbana. “Debería ser posible. Somos tan pocos. Solo 2.500 personas. Aquí puede construirse un verdadero modelo del buen vivir”.
Así sueña este colono. Pero varias de esas visiones que lo acompañan en la noche parecen apagarse a medida que se enciende el sol del día siguiente. Allí es cuando comienzan las dificultades.
El principal problema, considera Zecchettin, es que Isabela responde a decisiones políticas tomadas por personas ajenas a la isla, ya sea en San Cristóbal (sede del Consejo de Gobierno de Régimen Especial de Galápagos) o en Quito.
“Isabela es muy distinta a las otras islas de Galápagos. No queremos convertirnos en otra Santa Cruz o en otra San Cristóbal”, indica, porque hasta ahora este territorio ha logrado mantenerse como un pequeño poblado sin pobreza ni diferencias socioeconómicas marcadas. “No queremos grandes hoteles conviviendo con barrios pobres. Eso no hay aquí”.
Anhelos de pareja
Ermanno y Marita Zecchettin se ponen especialmente sensibles cuando hablan de Isabela. “Me siento más isabeleño que italiano; aquí enterré a mi madre”, dice él, y destaca que en Puerto Villamil encontró esa tierra distinta, natural y amable que soñaba desde niño en su natal Venecia.
Ese entusiasmo lo hizo aproximarse desde joven a Sudamérica, “porque sabía que esa tierra solo podía encontrarse aquí”. Se radicó en Ecuador atraído por el encanto de las historias que de pequeño escuchaba de su abuelo paterno sobre este país. Y ya en Guayaquil trabajó como asesor comercial y legal (tiene título de abogado) para una empresa encargada de importantes proyectos de construcción, como el Puente de la Unidad Nacional y la represa Daule Peripa.
Su esposa comparte tal entusiasmo por esta tierra. Marita califica a la isla como “una maravilla, un paraíso, el hogar soñado”. Esta limeña de penetrantes ojos cafés sabe reconocer un sitio de genuina hospitalidad, ya que antes de casarse con Ermanno había labrado una destacada carrera como auditora de una cadena hotelera internacional.
Ella conoció a Ermanno durante un viaje en Santiago de Chile, y después de una espontánea invitación a cenar comenzaron a unir sus vidas hasta acceder a radicarse primero en Guayaquil y luego en la isla Isabela. “Esta es ahora nuestra casa, nuestra patria”, comenta ella.
Para ambos, su querida isla Isabela es una “niña” que desde hace un siglo se ha ido desarrollando urbanísticamente de manera espontánea. “Ha ido creciendo sin planificación. Y el turismo comenzó a venir desde hace ocho años, porque antes no llegaba nadie; ni siquiera había teléfono”, comenta Marita sobre este fenómeno que ahora trae interrogantes algo contradictorias.
Este conflicto enfrenta principalmente la supuesta necesidad de que lleguen más viajeros (deseo de muchos pobladores dedicados al turismo) con la aspiración ciudadana de que el paisaje urbano permanezca tranquilo e inalterado. “Debemos mantener esta magia”, dice Ermanno, pero lamenta que buena parte de los habitantes estén convencidos de que el turismo masivo sea una solución que acelerará el desarrollo de la isla.
Ambos están a favor del turismo. Es lógico. Ellos son propietarios de La Casa de Marita, el hotel de 19 habitaciones que abrieron en 1998 frente a una playa donde los manglares intentan penetrar en un océano atravesado por negras rocas volcánicas e iguanas nadadoras. “Pero necesitamos un turismo bien planificado”, comenta ella.
¿Ampliar el aeropuerto?
El otro lado de este hotel de dos plantas colinda con una calle de tierra que unos 500 metros más adelante conduce a la plaza central de Puerto Villamil. En esa zona se agrupan pequeños hoteles, restaurantes, operadoras de buceo, centros de alquiler de bicicletas, minimercados y demás negocios conectados a la llegada de pasajeros.
Frente a la plaza central escucho el comentario de José Rodríguez, restaurantero nativo de Bahía de Caráquez de 60 años de edad, quien lleva 20 en Isabela. “Vivimos una situación crítica. No hay turistas. Solo llegan los viajeros que vienen con paquetes contratados desde el continente, pero ellos comen en los hoteles. A nuestros negocios solo vienen los viajeros independientes, que llegan por su cuenta (...). Necesitamos más promoción de las autoridades”, se lamenta el propietario del restaurante El Encanto de la Pepa.
Rodríguez propone una solución que está en boca de muchos pobladores: abrir el aeropuerto para la operación de vuelos comerciales desde Quito y Guayaquil. “Las autoridades mucho se preocupan de la conservación de los animales. Eso está bien. Pero también deben preocuparse de la conservación de la gente, de todos los que necesitamos que lleguen más visitantes”.
A tres cuadras me encuentro con Marcela Mora (54 años), quiteña que reside desde hace 18 años en Isabela y es propietaria del restaurante El Faro. Ella coincide con Rodríguez en la supuesta necesidad de promover la llegada de vuelos comerciales. “Puerto Villamil parece a veces un pueblo fantasma”. Pero se opone a que haya más migración del continente. “Las leyes están para impedirla; no queremos más colonos. Cuando yo llegué había 1.200 personas. Hoy somos más del doble”, comenta ella, quien también es dueña del hotel Coral Blanco.
La propuesta de ampliar las operaciones aéreas de Isabela apunta a cambiar una situación que ha ayudado a mantenerla con un impacto mínimo de presencia humana: el casi aislamiento. ¡Es cierto! Hasta ahora, esta gran bota de 4.588 km² se ha mantenido históricamente casi divorciada del resto del archipiélago y del continente por la ausencia de una operación aérea permanente.
Actualmente, la conexión ha mejorado, pero obliga a los viajeros y pobladores a llegar a este territorio tras navegar durante 2 horas y 15 minutos en lanchas que zarpan a las 07:00 y 15:00 desde Puerto Ayora (Santa Cruz), y unos pocos viajeros aterrizan en avionetas que cubren el trayecto según la demanda.
Una operación aérea permanente traería muchos más turistas. Sí. Pero ¿quién los atendería?, se pregunta el guía Miguel Rosero, quien suele liderar excursionistas en el volcán Sierra Negra. “Isabela no está preparada con una infraestructura de servicios para atender un mayor flujo turístico”, dice.
“Isabela es un destino más especial que Santa Cruz o San Cristóbal, porque acá hay más naturaleza, pero también más ambiente de pueblo, de comunidad”, comenta este guayaquileño que considera que la isla debería prepararse antes de pensar en recibir más visitantes. “Acá ni siquiera hay mucha gente que hable inglés. Ni hay dónde estudiarlo. ¿Cómo atenderíamos a más extranjeros?”, indica.
SABER AMAR
Por: Ermanno Zecchettin
Amo al Ecuador. Sobre todo por una razón que no encuentro respuesta. El amor no tiene explicación. Cuando uno ama, ama. No sabe por qué. Se engaña al decir: lo amo porque tiene los ojos azules. Lo amo porque es alto. Eso no, no, no, no es amor. Amas porque el amor es una cosa trascendental que viene de fuera cuando menos te lo imaginas y no sabes por qué te llega.
Así que no tengo una respuesta verdadera de por qué amo al Ecuador. Sé que lo amo, lo amo profundamente. Para mí, es un país en el que me quiero quedar. Un ejemplo de este gran amor (y un italiano lo puede entender muy bien) es que en nuestro departamento frente al “gran río’’, en Guayaquil, allí vivió mi madre. La traje en los últimos años de su vida, a pesar de que en Italia me dijeron: “Podemos ponerla en el mejor asilo de ancianos que hay”. Mi propia hermana lo dijo y yo respondí: “No. Yo aprendí esto en Ecuador: a los viejos no se los debe dejar nunca…”, y me traje a mi madre a Guayaquil. Ella murió aquí y la sepulté en una pequeña finca que tenemos en Isabela. Yo quería estar con ella y mi esposa estuvo de acuerdo conmigo. Marita me enterrará en Isabela y pedirá que la entierren a ella también ahí. Creo que este es el testimonio de amor que tengo por este país.
Servicios básicos
Sin embargo, las necesidades van más allá, según Gino Salazar, concejal del Municipio de Isabela y aliado del alcalde Pablo Gordillo (Avanza). Por ejemplo, Puerto Villamil carece de un sistema de agua potable (el agua por tubería no es apta para el consumo).
“Estamos en la construcción de una planta para llevar agua potable a toda la población; planeamos inaugurarla en marzo”, indica sobre una obra iniciada por el exalcalde Bolívar Tupiza (AP).
Pero la principal preocupación del Cabildo local apunta a mejorar el sistema de alcantarillado de la zona céntrica de Puerto Villamil, debido a la anunciada llegada del fenómeno El Niño. “En El Niño del 82 y 83 el agua nos llegaba hasta la cintura”, indica Salazar, y agrega que para acelerar tales trabajos iniciaron este mes una declaratoria de emergencia. “Ya tenemos los estudios técnicos”, y para estos días planeaban escoger a un contratista que concluya los trabajos para octubre. “Es una zona pequeña. Sí es posible terminar antes de las lluvias”. Y para marzo prevén haber ampliado la obra a todo el poblado.
Otro proyecto municipal prevé eliminar las nubes de polvo que levanta el tráfico vehicular sobre estas calles de tierra. Para ello, el Cabildo planea cubrir las vías con una resina transparente y gelatinosa que reemplazaría el uso del asfalto, material considerado amenazante para un Puerto Villamil con aspiraciones a ecociudad. “Es bonita la naturaleza, pero no para estar oliendo polvo todos los días secos (…). Esta es una tecnología nueva que ya ha sido probada en Colombia y está funcionando”.
Sobre una de esas calles aún polvorientas conversé con Connie Baquerizo (46 años), quien lamentaba que el centro de salud local no tuviera un pediatra permanente para atender las afecciones de garganta que sufre su pequeña nieta, de un año de edad, debido al polvo y las afecciones dermatológicas y estomacales por el agua de mala calidad. “No hay doctores suficientes”, dice sobre este recinto médico que no brinda atención hospitalaria, porque cierra sus puertas en las noches. Por ello, los enfermos graves deben aguantar el viaje de 2 horas 15 minutos en fibra (lancha) hasta Santa Cruz, donde opera el hospital más cercano.
Pero a pesar de los servicios básicos deficientes, ninguno de estos pobladores renunciaría a su vida en Puerto Villamil. “Isabela está lleno de magia”, explica Ermanno durante una agradable merienda en el segundo piso de su vivienda, a tres cuadras del hotel. “Nuestro compromiso como pobladores es ayudar a conservar esa magia”.
“No debemos permitir que el desorden y el crecimiento destruyan a Isabela”, indica y puntualiza haber escuchado de las autoridades del Gobierno central que tratarán de aumentar la explotación turística de las islas Galápagos. “Es una idea atemorizante”, comenta, “si se ejecuta de mala manera”.
Marita considera que la mejor manera de mejorar el turismo en las islas es con la capacitación. “Necesitamos que se dicten cursos”. Esa preparación debería comprometerse con la defensa de la naturaleza, coinciden ambos, para lo cual necesitan clases de inglés, de manejo de alimentos, atención al visitante, operación turística…
Para ello, Ermanno piensa que la isla necesita la permanencia controlada de profesionales de diversas áreas del conocimiento por tiempos específicos, para no aumentar la migración.
Tales propuestas invitan a pensar que esta tierra es tan especial que requiere un compromiso decisivo de sus pobladores. “Isabela no es para enriquecerse. Es para cuidarla, para amarla”, comenta Ermanno poco antes de la despedida para retirarnos a dormir.
En el adiós pienso que todos sus anhelos son sinceros y tan inspiradores como las estrellas que ya iluminan esta noche en la isla. Sin duda, Isabela entrega a los pobladores una invitación irrenunciable a soñar. Y esta valiente pareja no teme ponerles voz a esos deseos.