Iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén
El templo del Santo Sepulcro, dedicado a la muerte y resurrección de Cristo, es un joya de Jerusalén.
Once horas y media de viaje entre Ecuador y Holanda. Ocho horas de espera en el aeropuerto de Schiphol, Ámsterdam (combinada con una buena dormida en el piso) y cuatro horas más de viaje en un avión mucho más pequeño en el que ya se empieza a percibir el ambiente de “Medio Oriente”; ese es más o menos el trajín que toma llegar a Israel y conocer la famosa “Tierra Santa”.
Un par de horas de sueño y empieza el camino a Jerusalén vieja. Según mi guía Ricardo, un chileno-judío (por cultura, mas no por creencias religiosas), el kilómetro cuadrado que representa hoy la ciudad antigua no es ni cerca lo que supuestamente conoció Jesús hace dos mil años. Esa ciudad, luego de conquistas y reconquistas, está enterrada cerca de 11 metros por debajo de la superficie.
Junto al Muro de los Lamentos, calles angostas y llenas de recovecos siguen lo que supuestamente fue el original viacrucis. “Aquí fue donde Jesús se cayó y se apoyó en esta piedra”; “¡Foto!”, “Aquí fue juzgado”, “Aquí se encontró con su madre”, son algunas de las frases que se escuchan en el camino que avanza durante 10 estaciones marcadas en paredes y distinguidas en el piso con un empedrado especial.
Ya cuando toca la undécima nos encontramos con la puerta trasera de un templo, una pequeña cúpula y unas cuantas recámaras; hemos llegado al patio trasero del templo del Santo Sepulcro. Esta debe ser la más celebrada y polémica de las iglesias cristianas, pues encierra los lugares tradicionales de la crucifixión y la resurrección de Jesús.
Diversos custodios
Este lugar fue descubierto en la esquina del foro occidental de la ciudad Aelia Capitolina, de la época del emperador romano Adriano, por la reina Elena, la madre de Constantino, quien derribó el templo y construyó una gran basílica consagrada en el día de Pascua del año 326.
La iglesia fue, luego de eso, destruida y reconstruida varias veces dependiendo del conquistador de turno. Finalmente, los cruzados la modificaron de manera representativa en el siglo XII.
Debido a todos estos conflictos, el templo se ha puesto en varias custodias durante el tiempo y, como es costumbre desde hace dos mil años, el mensaje de paz y amor de Cristo se ha defendido a golpes.
Actualmente, la custodia es dividida por seis grupos cristianos. Por un lado están los franciscanos, representantes de la Iglesia católica y responsables de cuidar todos los sitios sagrados de la vida de Jesús. Luego están los miembros de la Iglesia ortodoxa rusa, que además poseen algunos de los templos más vistosos de la zona. También ocupan espacios de este inmueble los miembros de la Iglesia ortodoxa griega, los de la Iglesia armenia y, finalmente, los cristianos de Etiopía. Así es, Etiopía, cuya creencia defiende que el origen del hombre está en África, y llevan la doctrina que da origen a todo lo que predicaba Bob Marley; incluso utilizan aquellos colores verde y amarillo, famosos en el movimiento rastafari.
Tensa paz
Luego de tantos siglos de conflictos, el templo ha llegado a un cierto nivel de armonía; sin embargo, cualquier incidente adentro puede hacer explotar el lugar como un barril de pólvora. Cada grupo tiene su lugar de custodia y pues se nota en el tipo de decoración que tiene cada uno. Por ejemplo, los griegos se encargan de la estación de la crucifixión, los rusos de la grieta que supuestamente se formó luego de que Jesús muriera en la cruz, y la piedra de la unción. Ese fue el sitio donde supuestamente se colocaron los óleos antes de sepultar el cuerpo; aquí los visitantes frotan cualquier objeto que tengan a la mano para llevarse la bendición de la presencia de Cristo.
Los franciscanos resguardan el sepulcro como tal, la última estación del viacrucis, un espacio sumamente reducido y al que para entrar se debe hacer una fila bastante parecida a las de los parques de diversiones de Disney. Los armenios tienen custodia de algunos altares en la parte inferior y los etíopes tienen unos cuantos cuartos de un metro cuadrado en la parte posterior y un par de altares.
El patio frontal es compartido, pero hay una parte, por ejemplo, en la que empieza un escalón que “pertenece” a los griegos; ahí nadie más que ellos puede barrer. Es así de tensa la situación.
El templo del Santo Sepulcro abre cada día, pero ¿quién tiene la llave? Fácil, un musulmán. Esa fue la única manera de contar con un ente neutral que impida más conflicto. Entonces, cada mañana un hombre gordo de pantalón y tirantes abre la puerta, y del otro lado esperan miembros de cada uno de los grupos que ha estado en vigilia desde dentro. En la noche, la ceremonia se repite a la inversa.
En el patio se reúnen muchas culturas de cristianos peregrinos. Rubios, negros, mulatos, latinos, griegos, todo un mundo de etnias que buscan algo similar: ese viaje espiritual de los orígenes de sus creencias. Para ellos, eso significa conocer esta iglesia que consideran la última morada del hijo de Dios. (I)