La Muralla China
Es el peregrinaje de rigor en el turismo asiático. La legendaria y monumental séptima maravilla del mundo.
Al principio, pensé que la almohada rosa descolorida en el desmoronado piso de piedra de la torre de vigilancia era algo olvidado de un viaje de campamento anterior. “¿Regresaremos aquí a dormir?”, pregunté a nuestro guía, Joe Zhang, al inicio de una excursión de dos días en julio pasado a lo largo de la Gran Muralla de China, la cual estaba haciendo con mi esposo, Robb Kendrick, fotógrafo, y dos hijos adolescentes.
Joe sacudió la cabeza y supuso que la almohada pertenecía a un granjero local que estuvo de paso. Cuando pregunté dónde acamparíamos, señaló por la ventana hacia el serpenteante muro que penetraba en la frondosa Montaña Panlong (Dragón Enroscado), parte de la cordillera Yanshan, que se extiende por el norte de la provincia de Hebei. “Si acampamos esta noche, levantaremos tiendas dentro de una torre de vigilancia en esa dirección”, dijo. “Si acampamos”.
Ese “si”, que se sintió obligado a repetir, me molestó. Mi familia había contratado a la operadora de viajes Great Wall Adventure Club para recorrer esta parte remota de la Gran Muralla porque me encantaba la idea de realmente dormir en la muralla. Imaginaba dormir en medio de los mismos sonidos y aromas que un soldado que combatió a los mongoles habría experimentado hace siglos. Imaginaba en la mañana ver salir el sol sobre los picos coronados por antiguas torres de vigilancia almenadas.
Muchos operadores turísticos llevan a los visitantes a recorridos de medio día desde Pekín hasta las secciones Badaling o Mutianyu de la Gran Muralla, que están de 64,4 a 80,5 kilómetros al norte de la capital; con el tiempo de recorrido desde Pekín, eso deja unas dos horas en la muralla. Pero yo quería escapar de las multitudes y tener una experiencia más indómita y más profunda. En su sitio web, Great Wall Adventure Club, con sede en Dallas, garantizaba que acamparíamos en la muralla, pero, en comunicaciones subsecuentes, me enteré de que la garantía era válida en tanto el clima fuera bueno. Mientras nos preparábamos para nuestra salida, intenté no pensar en el pronóstico que había escuchado para nuestro primer día: posibilidad de tormentas eléctricas, 80%.
A las ocho de la mañana, Joe –un animado joven que había estudiado la historia de la Gran Muralla en la universidad y por su cuenta– y un chofer nos recogieron en una camioneta en nuestro departamento rentado en Pekín. Después de pasar por embotellamientos en la ciudad, tomamos camino a lo largo de 145 kilómetros hacia el noreste, gran parte sobre una autopista nueva que serpentea a través de terreno cada vez más montañoso, llegando a la aldea de Gubeikou alrededor de las diez de la mañana. Cuando el chofer nos dejó en una taquilla donde Joe compró nuestros permisos de ingreso, llevábamos solo lo que necesitábamos ese día –agua, protector solar, cámaras–, y Joe llevaba nuestro almuerzo. Nuestras maletas para pasar la noche se quedaron en la camioneta con el chofer, quien se reuniría con nosotros al final de nuestra caminata de 9,7 kilómetros de ese día en la localidad de Jinshanling.
Paredes y siglos de historia
La Gran Muralla –con 8.851 kilómetros según algunas versiones, más larga según otras– no es un solo muro, sino muchos que fueron construidos desde tiempos antiguos y luego consolidados y reforzados durante la dinastía Ming (1368-1644). El propósito: impedir que los invasores norteños entraran en el corazón de China. El tramo de muralla entre Gubeikou y Jinshanling, el cual recorrimos en el primer día, es considerado un excelente ejemplo de la construcción de la dinastía Ming, erigido de 1568 a 1583 encima de una reliquia de mil años de antigüedad de un muro de la dinastía Qi del norte (550-577). Como el área de Gubeikou era un pasaje estratégico hacia Pekín, las más de 40 torres de vigilancia que pasamos están poco espaciadas, y la muralla era especialmente fuerte y bien reforzada, construida de ladrillo en sus siete metros de altura.
Al inicio de la excursión, Joe señaló un “ladrillo característico”, donde el sello del fabricante sigue siendo visible después de casi un milenio. “No se puede ver eso en Badaling”, dijo Joe, refiriéndose a la parte más visitada y más fotografiada de la muralla más cercana a Pekín.
Las multitudes de turistas son tan densas, comentó, que uno se siente como una “bola de masa en una olla”. También dijo que Badaling estaba muy restaurada y no siempre de manera auténtica, y parte de las renovaciones se remonta a los años 50. La muralla ahí está tan modernizada que gran parte de ella tiene pasamanos de metal.
La muralla alrededor de Gubeikou permanece intacta (excepto por reparaciones localizadas en áreas inseguras), y parte de la emoción es ver esta sección hecha por el hombre sobreviviendo a la guerra que la naturaleza ha estado librando en su contra durante cientos de años. La maleza se ha apoderado de gran parte de lo que era una superficie de cuatro metros de ancho, con solo un estrecho sendero a tramos formado por excursionistas como nosotros. Aunque muchas torres de vigilancia eran meramente fantasmales cascarones con huecos como ventanas, algunas estaban sorprendentemente intactas.
En una torre, durante un sencillo almuerzo de pan, plátanos, salchichas y una versión china de las papas fritas Lay’s, Joe nos dijo que estábamos acercándonos a una sección prohibida: una parte de la muralla que no podíamos recorrer porque es usada actualmente como la frontera norte de un recinto del Ejército.
Caminamos los siguientes 90 minutos en la maleza debajo del muro para evitarla; pasando por maizales, perales y canales de irrigación de los granjeros, por antiguas casitas de campo rodeadas por jacintos silvestres y lirios atigrados. Luego pasamos el resto del día en la cima, sin bajar hasta que llegamos a Jinshanling, que significa Cordillera de las Montañas Doradas. Vimos solo a otros dos grupos de excursionistas durante todo el día.
Tormenta eléctrica
Si el clima hubiera sido bueno, nuestro chofer nos habría llevado de vuelta al área en torno de Gubeikou para acampar y luego nos regresaría al mismo sitio en la mañana para continuar. Pero noté nubes en movimiento mientras caminábamos hacia Jinshanling, un área agrícola que ha recibido con los brazos abiertos al turismo de la Gran Muralla.
Finalmente llegó el veredicto: No. “No quieren estar en una torre de vigilancia durante una tormenta eléctrica”, dijo Joe.
Sostuve que estaríamos protegidos de la lluvia y que en cualquier caso no me importaba mojarme, pero Joe fue firme. Sentí que la compañía estaba buscando excusas. Quizá algún intento de solicitar permiso habría sido infructuoso o levantar tiendas habría sido demasiado dificultoso.
Estuve enfurruñada mientras nos llevaban a la cercana localidad de Ba Ke Shi Ying para pasar la noche en la casa de un granjero. Este resultó ser un granjero inteligente que había construido una serie de habitaciones en su propiedad (y le llamó Kang Da Homestay) para aprovechar la afluencia de pekineses recientemente prósperos que llegan en tropel los fines de semana para refugiarse de la ciudad.
Joe estimó que un granjero podía ganar unos 100.000 renminbis (16.700 dólares, a 6 renminbi por dólar) al año rentando habitaciones, además de los 10.000 renminbi que podría ganar con sus cultivos.
Para la mañana, la lluvia había desaparecido, reemplazada por la humedad y la neblina. Después de un corto viaje a Jinshanling, ascendimos de nuevo a la muralla. El muro se veía cada vez más deteriorado conforme nos acercábamos a lo que se conoce como Segundo Valle, el punto final de nuestra aventura.
De regreso en la muralla esa mañana, nos maravillamos con el esplendor escalofriante que la neblina aportó a las ruinas. Las nubes se tragaban el muro en lo alto de los riscos. En una torre, Joe nos contó una leyenda de Hei Gu (Muchacha Negra), que vino con su padre, un general de la dinastía Ming, a cuidar de él mientras trabajaba. “Un día, esta torre fue alcanzada por un rayo y ella murió en el incendio tratando de salvarlo”.
Sospeché a medias que la historia de Joe era una justificación de la decisión de no acampar, hasta que noté una placa que confirmaba los detalles de la leyenda. Luego vi otro letrero que advertía a la gente a mantenerse alejada de la muralla durante las tormentas eléctricas. La muralla, decía, era el punto más elevado en la cordillera y, como tal, era especialmente vulnerable a los rayos.
No acampar en la muralla, pensé; esa fue la mejor idea de todo el viaje.