Recorrido gótico italiano
El mundo subterráneo de las ruinas de un glorioso pasado inspira a grandes autores y se convierte en poderoso atractivo.
Los visitantes de Italia tienden a buscar su lado soleado y dionisiaco: vino, pasta, ópera y arte del Cinquecento. Sin embargo, como una ráfaga fría en un día caliente, el ángulo gótico de Italia ofrece indicios de oscuridad que hacen que un momento en la plaza sea aún más delicioso. Conscientemente o no, quienquiera que beba un proseco al atardecer en Roma o Nápoles saborea una cucharada de dolce en su vita gracias al contraste entre la belleza del presente y la proximidad de las catacumbas, las ruinas y los sitios de sufrimiento antiguo.
Los escritores góticos originales estuvieron mucho más inspirados por la dualidad en el bel paese. Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne, Horace Walpole, Ann Radcliffe y otros maestros de los géneros romántico y de horror ubican algunas de sus obras más famosas en Italia.
“Este país fue el telón de fondo favorito de escritores góticos”, escribió Massimiliano Demata, un catedrático de la Universidad de Bari, quien hizo un estudio del género. Las puertas barrocas, los castillos en ruinas, los relicarios fantasmagóricos y las catacumbas del país fueron una puerta para, como lo expresó, “la (extraña y posesiva) arquitectura laberíntica y claustrofóbica que era la atmósfera física y psicológica perfecta para la novela”. Hoy, estos mismos libros pueden servir de guías poco convencionales para los turistas que se cansan del sol y quieren explorar el pasado macabro del país.
Para los escritores góticos, los distintos lugares de Italia despertaron diferentes aspectos de la imaginación. Venecia parece haber tenido un atractivo especial para quienes deseaban explotar el terror psicológico prefreudiano.
Primera parada: Otranto
Decidí iniciar mi recorrido en Otranto, una ciudad costera, blanca y empedrada, en el extremo adriático del tacón de la bota italiana, y el escenario de la que se considera la primera novela gótica, El castillo de Otranto, por Walpole. La visité brevemente una tarde de verano con niños a la zaga. Al regresar a fines del otoño, encontré frías y silenciosas las otrora animadas calles; quizá no tan incitantes, pero más en consonancia con los indicios de su historia macabra, de la que había leído en las guías.
A Otranto, me enteré, literalmente la persigue un antiguo acto de maldad: una masacre en el siglo XV –una de las escaramuzas prolongadas y sangrientas entre el islam y la cristiandad– que los otranteños conmemoran anualmente hasta hoy. “La historia local está llena de sangre y oscuridad”, dijo el guía de Otranto e historiador Francesco Calignano, cuando me conducía hacia la catedral.
La catedral es famosa por su complejo piso de mosaico, que representa escenas de casi todos los mitos y leyendas humanos conocidos para el mundo hacia el año 1100 dC., incluido el árbol de la vida de la cábala, el confucionismo y el Gato con Botas.
Entramos una cruda mañana de fines de otoño y éramos los únicos adentro. Tras admirar el hermoso piso, me llevó hasta un espectáculo verdaderamente gótico: en estantes que cubrían una pared lateral había 800 cráneos humanos, las víctimas de los turcos invasores. Calignano hizo una mueca mientras contaba cómo pedazos preservados de la carne de las víctimas todavía están guardados bajo llave en un cajón. Una vez al año, en agosto, los sacan y los llevan en procesión por las calles de la ciudad.
El castillo de Otranto fue un fenómeno editorial en 1764. Walpole describe en el cuento el castigo sobrenatural de un príncipe feudal italiano usurpador en un castillo embrujado, lleno de lo que ahora consideramos la reserva normal de sustos: puertas secretas, túneles lúgubres, armaduras embrujadas, retratos de antepasados que saltan de los marcos. En ese entonces, no obstante, estas imágenes eran tan recientes e impactantes que el librito de Walpole se convirtió instantáneamente en un éxito de ventas en Inglaterra.
El Otranto contemporáneo es un lugar de placeres seductores, donde se puede pasar una tarde cálida bañándose en mares azul celeste y atiborrándose de mariscos de la cocina italiana de vanguardia, acompañados con el fresco vino local Greco di Tufo. Pagué unos cuantos euros y recorrí sola los pasillos blancos del castillo, buscando señales de los fantasmas de Walpole, curioseando en pequeñas habitaciones vacías con barrotes, cualquiera de las cuales pudo haber sido un calabozo. Por fuera es una fortaleza blanca fotogénica y perfectamente preservada.
Sin embargo, las torrecillas, las regalas y el foso ancho y seco atestiguan el terror defensivo por el invasor que tenían los habitantes hace cientos de años.
2. Nápoles
Un vuelo corto o un viaje de cinco horas en tren hacia el oeste, cruzando el tacón de Italia, rumbo a Nápoles, brinda tiempo más que suficiente para meterse en la obra de una maestra gótica menos conocida, Radcliffe. Fue una inglesa solitaria a quien, como a Walpole, se la celebró en su época por novelas, muchas de las cuales estaban ambientadas en Italia, que enfrentan a fuerzas del mal, a menudo asociadas con el catolicismo o tiranos feudales de poca monta, contra cándidas jóvenes mujeres, y sus fallidos y valientes amados.
La novela más conocida de Radcliffe, El italiano, se desarrolla en la Nápoles del siglo XVIII. Casi cada página contiene una torre del homenaje, unas ruinas oscuras y repulsivos acosadores en hábitos de las órdenes religiosas.
La trama es bastante simple: un joven noble de Nápoles se enamora de una chica a quien la madre desaprueba totalmente. Esta contrata a un monje malvado para que la mate, pero él descubre que en realidad es su hija, producto de un amorío ilícito.
La novela empieza con un inglés que estudia la iglesia napolitana de Santa Maria del Pianto, que según escribió Radcliffe albergaba al “mismísimo convento antiguo de la orden de los Penitentes Negros”.
El visitante contemporáneo puede contrastar la imaginación gótica de Radcliffe contra la realidad vívida de la bulliciosa ciudad. La iglesia de Santa Maria del Pianto todavía está ahí, pero no se encuentra en ningún mapa turístico. Aún existe, pero en lo que hoy es un suburbio infestado por el crimen organizado llamado Secondigliano. La taché con renuencia de mi lista de lugares que visitar.
Vale la pena visitar los otros lugares napolitanos de Radcliffe. Aunque solo sea porque buscarlos le permite a uno deambular por las calles de la ciudad y notar los muchos otros encantos góticos de Nápoles que se perdió Radcliffe.
Los amantes en el libro, Vivaldi y Ellena, se ven por primera vez en la iglesia de San Lorenzo Maggiore, que aún se encuentra en el centro histórico de Nápoles, una mole amarilla y gris con un sitio arqueológico debajo.
3. Roma
Roma abunda en sitios góticos, y para mi viaje llevé El fauno de mármol, por Hawthorne. Llegaba al final de su carrera como un maestro de los horrores psicológicos y sobrenaturales de la Nueva Inglaterra puritana, y este documental novelado sobre viajes no es lo mejor de él. Un compendio en dos volúmenes de algunos sitios fantasmagóricos es un relato lleno de divagaciones sobre tres artistas estadounidenses que trabajan en Roma, que conocen y hacen amistad con un sátiro de la vida real, quien parece haber sido el modelo de carne y hueso para una estatua en mármol del Capitolio.
Quienes hoy visiten los Capitoline Museums, gloriosamente llenos de tesoros, encontrarán muchas estatuas del fauno, asociado a Dionisio, quien representaba al animal en el hombre, simultáneamente inocente, sexual y licencioso. El pariente más amenazador del fauno, el sátiro, es abiertamente luciferino, con cuernos y pezuñas hendidas. Un enorme sátiro de este tipo mira maliciosamente desde un aparador en el patio egipcio del museo.
Un viaje en autobús o una caminata pausada por el centro histórico de Roma lleva al viajero a otro importante sitio de El fauno de mármol, las escalofriantemente maravillosas Catacumbas Capuchinas, donde los personajes de Hawthorne confrontan a un monje malvado.
Decorada en estilo barroco con los huesos blancos de 4.000 monjes muertos, la cripta capuchina cerca de la lujosa Via Veneto es hoy una parada popular en cualquier recorrido por Roma. Por macabro que parezca, también es un sitio sagrado. No se permiten cámaras, sombreros ni ropa veraniega.
“Dígales a los estadounidenses: nada de esa basura de correas delgadas”, dijo Alba, la severa recepcionista de turno la tarde que estuve ahí, al tiempo que reprendía a un grupo de alemanes que ignoraban los letreros sobre apagar los teléfonos celulares. “Oigan –los exhortó en inglés– las líneas de los celulares son demasiado fuertes para los huesos humanos que hay aquí. Son realmente delicados”.
La cripta es pequeña y claustrofóbica y el olor empalagosamente dulce de los huesos llena un pasaje apenas iluminado que serpentea por ocho exhibiciones enrejadas con arabescos de miles de huesos arreglados por tipo –falanges, rótulas, fémures, nudillos, cráneos– en flores como de encaje, guirnaldas, relojes o urnas, sujetados a las paredes y los techos. En el último cuarto, el mensaje, en cinco idiomas, colocado en el piso, cerca de las rosas que lanzan los fieles, recuerda a los felices turistas beber hondo de la copa de las alegrías de Italia hoy, ya que la sombra eterna se avecina: “Como te ves, nos vimos. Como nos ves, te verás”.
De regreso a la parte superior y en las calles de Roma, los placeres de Italia son inmediatos y accesibles, pero también complejos. Sin la oscuridad, el país podría ser tan insulso como Suecia. Ver a Italia a través del lente gótico profundiza nuestra apreciación del dolor, el sufrimiento y la muerte, que, junto con el amor, la tranquilidad y la luz, también son la suerte del hombre. El jalón hacia el infierno de Tánatos sobre el Eros de Italia, la danza artera entre estos opuestos arquetípicos es, con seguridad, uno de los grandes encantos de Italia.