Seúl se transforma
Si bien el desarrollo financiero y tecnológico han promovido cambios importantes en Corea del Sur, son los jóvenes quienes transforman el punto más alto de la capital con candados, corazones y promesas de amor.
Quienes la conocen suelen compararla con Nueva York. Sin embargo, como todo lugar, hay aspectos de Seúl y su gente que la hacen particular. Se percibe menos ruido y mucha amabilidad. Se aprecia preocupación por la estética y la calidad. Carros y fachadas de colores neutros (blancos, grises, negros) contrastan con los taxis color mandarina y buses azules, fucsias o verdes. Y, a diferencia de lo que un occidental puede imaginar, no proliferan los templos y palacios budistas. El avance tecnológico se evidencia en todo momento y al no haber riesgo de robos, los transeúntes cargan con tabletas y celulares sofisticados que usan en cualquier lugar público sin ningún reparo.
Hay edificios que la distinguen, como las torres de LG. Pero es el punto más elevado de esta ciudad el que los mismos surcoreanos destacan. Se trata de la torre de 236,7 metros ubicada sobre la montaña Nam. Desde su apertura al público en 1980 la torre se convirtió en un lugar muy turístico. En el 2005, luego de una remodelación que costó 15 billones de won (cerca de 880 millones de dólares) fue bautizada con el nombre de N Seoul Tower (N por New o Nuevo), y desde entonces las visitas y las actividades en el sitio se multiplicaron. Aunque hay que subir un tramo a pie, eso no es impedimento para los interesados en ver una panorámica completa de la ciudad.
El día nublado y lluvioso de verano no me permitió ver Seúl desde arriba, pero a cambio me brindó un escenario inesperado. De un balcón que parecía flotar junto a la torre colgaban miles de objetos coloridos. Los pasamanos estaban abarrotados de candados entrelazados, llaveros, corazones y forros de celulares. No fue necesario hablar el idioma para comprender lo que allí sucedía.
Ante mí, decenas de parejitas repetían una tras otra este ritual: se sentaban en unas bancas a charlar, sacaban un marcador permanente y empezaban a escribir en los objetos que llevaban para dejar en el sitio como ofrenda. Luego buscaban un rincón donde colgar sus promesas de amor y, finalmente, se hacían una foto abrazados. Había quienes llegaban directo al último paso o lo hacían todo al revés. Otros nos quedábamos perplejos por la película que pasaba frente a nuestros ojos. Era una imagen fresca y dulce que enriquecía mi percepción sobre la cultura que estaba descubriendo. En un lugar diferente reconocí entonces las semejanzas.
El fenómeno de “candados de amor” se repite en Tokio, París y otros lugares del mundo, y muchos de ellos tienen historias propias sobre el origen de estas instalaciones que van cambiando al ritmo de las emociones de las parejas que la visitan.
Al volver, busqué en internet y encontré en algunos blogs de otros turistas imágenes de estos balcones casi vacíos en el año 2007. Para el 2009 se había llenado un poco más. Ahora, en el 2012, los enamorados se las ingenian para encontrar un lugar donde colgar sus promesas.
La juventud ya no será la misma, el público que lo visita seguramente tampoco. Los mensajes podrían perder vigencia. Lo único que prevalece en el balcón de la montaña Nam es un sentimiento que mueve a la humanidad y que es capaz de transformarlo todo.