Del cine mudo al sonoro
Probablemente la etapa de más intensa creatividad e inventiva de la historia del cine se produjo entre 1927-1933. Productoras, salas de cine, directores y actores tuvieron que integrarse al cambio.
Todo cambio en la vida implica resistencia, temor, lo desconocido nos trastoca todas nuestras rutinas. En el mundo del cine se han dado cambios importantes especialmente en el campo tecnológico, sobre todo por ser el más joven de los artes. Uno de esos cambios y que se convirtió en un verdadero terremoto dentro de la industria fue la irrupción del sonoro.
El cine se ha encargado de recordarnos este periodo en cintas como Cantando bajo la lluvia (1952), de Stanley Donen, con Gene Kelly y su historia sobre el temor que sienten dos actores sobre la llegada del sonoro justo cuando se prepara una cinta musical, y la otra es la multipremiada The Artist (2011), sobre la caída del pedestal de una celebridad del cine mudo a la llegada del sonoro, implícito homenaje a este periodo clásico del cine y un guiño a la tragedia del actor norteamericano John Gilbert.
En octubre de 1927, un asombrado público asistía al estreno de la cinta El cantante de jazz, producida por los estudios Warner Bros, cuando su intérprete Al Jonson exclamaba: “Esperen, esperen; todavía no han oído nada”. Con esta frase que causó el mismo efecto que cuando los Lumiére proyectaron su película Llegada del tren a París, en el Grand Café, se daba oficialmente nacimiento al cine sonoro.
Aunque ya los intentos de sonorizar las películas se habían hecho muchos años antes, incluso el propio Thomas Edison trató de poner auriculares a su invento el kinetoscopio para poder sonorizar sus cortometrajes. En 1924, la Western Electric y la Bell Telephone presentaron el Vitaphone, un sistema que grababa y reproducía el sonido directamente en discos, mientras que en 1926 se inventa el Movietone, mucho mejor desarrollado pues registraba el sonido directamente.
Es necesario mencionar que la mayoría de las películas mudas tenían sonido externo, especialmente música; se contrataban orquestas que interpretaban melodías selectas durante la proyección o incluso se componían exclusivamente bandas sonoras para las grandes producciones, además de los llamados rotulistas, que ponían durante ciertas escenas pequeños carteles con diálogos o personas que iban narrando ciertas escenas.
Cine sonoro vs. el mudo
Para 1928, después del estreno de la película de Jonson, los ejecutivos de las empresas productoras de Hollywood se dieron cuenta de que los filmes sonoros estaban teniendo éxito de taquilla y decidieron incorporar masivamente el sistema, de esta manera el cine mudo comenzó su desaparición.
Tan grande fue el impacto que muchas películas que en ese momento mantenían el antiguo sistema tuvieron que ser rehechas, tal es el caso de Ángeles del infierno del magnate Howard Hughes, cinta bélica que inició su filmación en 1928 con la tecnología silente y tuvo que desechar la mayor parte del negativo para sonorizarla, elevando su costo a 4 millones de dólares, una de las producciones más caras de la época y estrenada en 1930.
Otro filme que corrió peor suerte fue Queen Kelly (1928), dirigido por Erich von Stroheim, pues quedó inacabado, mientras que la cinta El viento (1928), de Víctor Sjostrom, tuvo una marginal distribución que la hizo pasar totalmente desapercibida.
Decenas de personas se quedaron sin trabajo, especialmente los rotuladores y los integrantes de las orquestas que incorporaban la música en los cines, mientras numerosas academias de dicción aparecieron como por arte de magia en Hollywood. Entre los actores se vivió una especie de histeria general y muchas carreras se fueron al garete, es decidora la portada de la revista Photoplay que muestra a una temerosa Norma Talmadge frente a un micrófono preparándose para hablar, experiencia de la cual no salió airosa y tuvo que retirarse del cine, igual pasó con Charles Farrell o los extranjeros que por su acento tuvieron que volver a Europa, como ocurrió con Vilma Banki, Emil Jannings y Pola Negri.
Las películas
El caso más emblemático fue el de John Gilbert (1897-1936), galán del silente, intérprete de grandes clásicos de ese periodo como El gran desfile (1925), La viuda alegre (1925), El caballero del amor (1926) y Los Cosacos (1928), y pareja de la Garbo cuando esta era una recién llegada en Hollywood. Gilbert le dio todo su apoyo a la actriz sueca.
El actor vio su carrera destruida por la irrupción del sonoro, más que todo debido a las formas que usaba para la interpretación, las que se volvieron anacrónicas con el sonoro, además de que circuló una historia que forma parte de la leyenda negra de Hollywood, que afirmaba que Louis Mayer, magnate de la industria, participó deliberadamente en su caída al enterarse de que iba a firmar un nuevo contrato con la United Artist, compañía rival, lo que no perdonó. Murió de un infarto al ver que su carrera se iba al despeñadero. Greta Garbo, su fiel compañera, exigió que Gilbert participara con ella en la cinta Reina Cristina (1933), una muestra afectuosa de agradecimiento, algo poco visto en el mundo del cine.
El caso de Garbo, Greta Gustafsson (1905-1990), fue especial.
Actriz que comenzó su carrera en su natal Suecia de la mano del director Mauritz Stiller en la película La saga de Gosta Berling (1924), para participar después en Alemania en la producción Bajo la máscara del placer (1925), de George Pabst.
En 1926 va a Hollywood, donde interpreta grandes clásicos del cine mudo como Torrente (1926), Carne (1927), Anna Karenina (1927), El demonio y la carne (1927), y la que le otorga el apelativo con el que se inmortaliza: Mujer divina (1928).
Éxitos y ocasos
Con la llegada del cine sonoro, los que pensaron que su carrera se derrumbaría se equivocaron. Actriz de gran talento y versatilidad, y sobre todo con espíritu de hierro, no le tuvo temor al micrófono y en Anna Christie (1930) demostraría por qué era la ‘Divina de Hollywood’. La promoción de los publicistas lo dice todo al anunciar lo que el mundo entero esperaba: “Garbo habla”. Su carrera seguiría imbatible hasta que por decisión propia se retiraría del mundo del cine en 1941, para no volver jamás y convertir el resto de su vida en un misterio.
El caso de la llamada ‘Pareja de América’, integrada por Douglas Fairbanks (1883-1939) y Mary
Pickford (1892-1979), tuvo otro fin. Ídolos de multitudes del cine mudo, Fairbanks era el espíritu alegre y aventurero de películas como Los Tres Mosqueteros, El Pirata Negro, Robin Hood, La marca del Zorro, entre otras. Con la llegada del nuevo sistema, estas dos estrellas vieron su luz eclipsarse por los malos papeles que escogieron y, sobre todo, en Fairbanks, que la edad le pasó factura, por lo que tuvo que retirarse prematuramente. Además, otros actores como Errol Flynn, que surgieron con el sonoro, le arrebataron el cetro de rey del cine de aventuras.
En cambio Pickford, especializada en papeles romanticones y de personajes ingenuos, su carrera se fue en picada porque en los años treinta el tipo de cine que ella interpretaba estaba avejentado, su personaje ya no tenía cabida en los tiempos de la depresión económica donde los filmes de gánsteres, el de terror, estaban en pleno apogeo.
Para los grandes directores la llegada del sonoro tuvo criterios divididos. Hombres de la talla de Charles Chaplin consideraban que el nuevo sistema era perjudicial para la verdadera esencia artística del silente, por lo que se negó a rodar películas sonoras. Solo Gran Dictador, en 1940, se la puede considerar su primera cinta hablada totalmente, aunque el genial actor ya había hablado parcialmente en Tiempos modernos (1936).
Otro como James Cruze lo consideraba una moda pasajera, mientras que Rene Clair lo veía como una disputa entre arte y negocio. En 1928, en la ex-URSS, donde el cine de esa época gozaba de gran prestigio en todo el mundo, directores como Sergei Eisenstein, V. Pudovkin firman un manifiesto en el que consideran que el sonoro abre nuevas perspectivas para el arte cinematográfico, apoyándolo totalmente.
El propio Rene Clair reconocería en la década del cincuenta lo equivocado e infantil de su posición y de manera muy sabia diría: “El cine que conoces tan solo es una de las fases de una evolución cuyo final no podemos prever”. El tiempo le ha dado la razón.