Los 70 de Cannes
No hay otro evento cinematográfico mundial que fusione lo que se logra cada año en el Festival de Cine de Cannes: arte, glamour y negocio.
Espléndida, Claudia Cardinale baila alegre descalza sobre los techos de Roma, con un fondo rojo fuego en el póster oficial del 70 aniversario de Cannes.
Es una foto original de 1959, cuando la diva italiana tenía apenas 21 años. Enseguida arranca la polémica: nadie perdona que su silueta sexy y sus piernas, que hicieron delirar a muchos, hayan sido retocadas con fotoshop. ¿Era realmente necesario? Cardinale asegura con encanto: “Me siento honrada y orgullosa de ser la imagen de esta edición especial de aniversario y de que hayan elegido esta foto. Es la imagen que yo misma tengo del festival, un evento que ilumina todo a su alrededor”.
“Ni yo misma recuerdo el nombre del fotógrafo. Pero esta foto evoca mis orígenes, un momento en el que no soñaba con subir las escaleras de la sala cinematrográfica más famosa del mundo. ¡Feliz cumpleaños, Cannes!”, indicó.
Y es que en estas siete décadas hay muchas anécdotas que recordar, como la de aquel mayo de 1968, un mes particularmente revolucionario. El festival arrancó con una versión restaurada de Lo que el viento se llevó, mientras protestas políticas contra Charles de Gaulle se extendían por todo el país. Así, los terribles enfants del cine francés, Jean-Luc Godard y François Truffaut desembarcaron en la avenida Croisette con un único objetivo: cerrar el festival. Cuando intentaron pasar la proyección de Peppermint Frappé, de Carlos Saura, contra los propios deseos del director, Truffaut y Godard se aferraron al telón que cubría la gran pantalla para impedir su apertura. Hubo peleas con puños. Godard arrojaba vasos y Truffaut, tazas. Al final, tuvieron que cancelar el festival a cinco días de que concluya.
Cannes, como siempre, da mucha que tela que cortar. Y esta edición aniversario, no podía ser lo contrario.
El Jurado Oficial presidido por el cineasta español Pedro Almodóvar decidió galardonar con sensatez lo más digno de la selección. Así, con pocas excepciones, se premió lo premiable. La Palma de Oro fue para el estilo ácido sueco encarnado en The Square, de Ruben Östlund, una irregular sátira que habla del arte conceptual y sobre las máscaras que nos ponemos para “sobrevivir” en sociedad. Una película frontal en sus críticas contra la hipocresía de la civilización moderna, a la que le sobran ideas y metraje, pero que sobresale por la calidad de varias de sus escenas extraordinarias.
La que partió como una de las favoritas, 120 Battements par minute, del francés Robin Campillo, que retrata la lucha contra el sida en la década de 1990, tuvo que conformarse con el segundo reconocimiento en importancia del certamen: el Grand Prix. Seguramente debe haber tocado la fibra emotiva y artística de Almodóvar la historia de amor homosexual, explicada con tanta afección como falta de prejuicios.
Un premio especial del 70 aniversario fue creado para Nicole Kidman, por el mérito de tener mucha presencia con desempeño impecable durante el festival. Recordemos que la bellísima actriz australiana tomó protagonismo en cuatro producciones, dos de ellas en competencia oficial (ambas en pareja con Colin Farrell).
Otro premio acertado, el de Mejor directora, recayó en Sofia Coppola por su trabajo digno en The Beguiled, aunque también se pudiera conjeturar que las personalidades hollywoodenses del jurado, Jessica Chastain y Will Smith, arrimaron el hombro.
Sofía Coppola, asidua al festival francés desde muy pequeña, acompañó a su afamado padre Francis Ford Coppola, y por mérito propio asistió también en algunas ocasiones; esta vez presentó este remake muy correcto, desde el punto de vista femenino, de la perturbadora, magnífica y homónima El seductor, que filmó Don Siegel en 1971. Es la segunda mujer en estas siete décadas de Cannes, después de Jane Campion, en lograr este galardón.
En cambio, Linney Ramsay fue premiada por el mejor guion (que paradójicamente no es lo destacable de su película), categoría que compartió en ex aequo (con igual mérito) con los griegos Yorgos Lanthimos y Efthimis Filippou por la fascinante The Killing of a Sacred Deer, dirigida por el primero. Alguna distinción más relevante merecía la rusa Nelyubov (traducida al inglés como Loveless), de Andrei Zvyagintsev, que, a decir de todos, fue la película más sólida del certamen.
El Premio del Jurado tendrá que bastarle como alegato de su calidad. Se trata de una historia atroz, desgarradora e inquietante, muy bien contada, sobre el infierno que debe sufrir un niño al no sentirse amado por sus padres que riñen fuertemente frente a él por su divorcio.
Discutibles, en cambio, fueron los galardones de actuación. Era claro que la alemana Diane Kruger merecía el premio a mejor actriz por su desempeño en In the Fade, de Fatih Akin, drama sobre las penurias de una mujer que padece la muerte de su familia tras el atentado de un grupo neonazi en un barrio turco. Pero el del norteamericano Joaquín Phoenix como mejor actor por su alucinado papel de asesino a sueldo en You Were Never Really Here, dejó a todos perplejos y hasta insatisfechos. En efecto, en un inteligente y oportuno discurso, Kruger dedicó su premio a todas las víctimas del terrorismo, mientras Phoenix, quien se demostró confuso por la estatuilla, apenas pudo mascullar unas palabras.
Bien merecida la distinción ‘Especial del Jurado’ al mexicano Michel Franco por su Las hijas de Abril, exhibida dentro de ‘Una Cierta Mirada’, sección que alberga los nuevos grandes talentos, futuros privilegiados de la Sección Oficial de este festival, el más prestigioso del mundo. Esta, junto a dos destacables películas argentinas, La novia del desierto, ópera prima de Cecilia Atán y Valeria Pivato; y La cordillera, de Santiago Mitre, protagonizada por el carismático y elocuente Ricardo Darín, fueron las únicas producciones de habla española en todo el certamen.
Junto a Franco, y acogiendo la ocasión, las megaestrellas mexicanas se reunieron en la Croisette para celebrar su cine: de Gael García Bernal y Diego Luna, pasando por Salma Hayek, hasta los tres mosqueteros, como suelen llamar a Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón, quien dio una interesante y extensa charla magistral, frente a una masiva audiencia que lo ovacionó.
La charla magistral que Cannes organiza cada año con un máster del cine, y que en esta ocasión especial de aniversario reforzó con la presencia del célebre Clint Eastwood, también sorprendió.
Pero volvamos al meollo. Imposible hacer quinielas con material no tan convincente. No había arte mayúsculo que resaltar. Ni siquiera con la presencia de maestros venerados en Cannes, como Roman Polanski y Michael Haneke, que desilusionaron en esta ocasión las grandes expectativas de la crítica. Por eso, el verdadero ganador de esta edición aniversario fue, indudablemente, Alejandro G. Iñárritu.
Arte de Iñárritu
A veinte kilómetros del Palacio del Cine, lejos de la algarabía de los paparazis y de los cazadores de autógrafos que circulan por la Croisette, el director mexicano dio voz y vida a quienes no la tienen, “solo en los noticieros y en las estadísticas”. Se titula Carne y Arena, el infierno virtual que nos muestra las dramáticas condiciones del migrante de su país. Junto a un enorme muro de metal, un pedazo de aquel real que se alza en la frontera entre México y Estados Unidos, había una puerta de hierro que conducía a un cuarto frío. Así es su gran estudio set, donde los espectadores caminamos solos y descalzos sobre arena, con las gafas y el casco de realidad virtual.
La experiencia, catártica y conmovedora, dura seis minutos y medio, y fue filmada por su fotógrafo fetiche, el oscarizado Emmanuel Lubezki. De improviso, estamos en el desierto mexicano, y descendemos al infierno. Hay gente desesperada, migrantes horrorizados escapando y policías apuntándoles sin piedad. No es como verlos en la pantalla grande, estás allí, de pie, literalmente sufriendo con ellos. Y cuando entramos en contacto con sus cuerpos, como un ectoplasma, les ves el corazón, la sangre, la carne.
“Es una experiencia, más que una narrativa. Este fragmento dice más que una película de dos horas”, admitió, con su mirada penetrante y genial, Iñárritu en nuestra entrevista.
“La realidad virtual es todo lo que el cine no es. Es el nacimiento de un medio absolutamente distinto. Quizás el octavo arte, porque tiene sus propias reglas. Me va a ser muy difícil volver a la pantalla normal. Para las nuevas generaciones, con esto ya no hay vuelta atrás. El cine continuará, pero esto es otra cosa. Gran parte de su valor es la individualidad”, enfatizó.
Y a pesar de que esta edición aniversario se mostró un poco deslucida, ya sea por su programación, que como decíamos no encontró entre sus diecinueve películas ninguna que destacara por encima del resto, como por el excesivo y paranoico despliegue de seguridad que retrasaba a diario las proyecciones y también la principal polémica que enfrentó al festival con Netflix, cuyas producciones no podrán competir a partir del próximo año si no garantizan un amplio estreno en las grandes pantallas francesas.
¡Cannes es siempre Cannes! Con su abundante magia, encanto, su particular red carpet, sus mundanas fiestas millonarias en yates exclusivos y los negocios millonarios que se cierran a diario en el gran Marché du Film (mercado del cine), tal como se lo denomina.
Son doce días maratónicos del mejor cine mundial y sus protagonistas, que merecen definitivamente cualquier esfuerzo. (I)
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