‘Mi monstruo’
Salma Hayek es una de las actrices en presentar denuncias de acoso sexual contra el ex magnate del cine Harvey Weinstein. En una columna de invitados del New York Times, la actriz cuenta su historia.
Harvey Weinstein era un cinéfilo apasionado, alguien que tomaba riesgos, un promotor del talento fílmico, un padre amoroso y un monstruo. Durante años, fue mi monstruo.
En este otoño me abordaron reporteros que dieron con mi nombre por varias fuentes, incluida mi querida amiga Ashley Judd, para hablar sobre un episodio de mi vida que, aunque es doloroso, pensé que había superado.
Me había lavado el cerebro a mí misma, convenciéndome de que ya se había acabado y que había sobrevivido; eludí la responsabilidad de pronunciarme en público al respecto con la excusa de que ya había suficiente gente involucrada en poner los reflectores sobre ese monstruo personal. No pensé que importara mi voz o que usarla haría la diferencia.
La verdad es que intentaba protegerme del desafío de explicarle varias cosas a mis seres queridos: por qué, cuando mencioné de manera casual que había sido atosigada por personas como Harvey, no di todos los detalles. Y por qué durante tantos años había mantenido una relación cordial con un hombre que me hirió de manera tan profunda. Estoy orgullosa de mi capacidad para perdonar, pero el simple hecho de que estaba apenada por tener que describir los detalles de eso que había perdonado me hizo preguntarme si realmente había hecho las paces con ese momento de mi vida.
Cuando tantas mujeres dieron un paso al frente para describir lo que les hizo Harvey, tuve que enfrentarme a mi cobardía y aceptar humildemente que mi historia, aunque fuera tan importante para mí, no era más que una gota en un océano de pesar y confusión.
Por fin empezamos a tomar conciencia sobre el vicio que ha sido socialmente aceptado y que ha insultado y humillado a millones de niñas como yo, porque dentro de cada mujer hay una niña.
Pues hasta aquí
En los catorce años que transcurrieron desde que pasé de colegiala a estrella de telenovelas mexicanas a ser extra en algunas películas estadounidenses y a tener un par de golpes de suerte con Desperado y Un impulsivo y loco amor (Fools Rush In), Harvey Weinstein se había convertido en el gran mago de la nueva ola del cine que llevó contenido original a las grandes audiencias. Al mismo tiempo, era impensable que una actriz mexicana aspirara a ser parte de Hollywood. Y aunque había comprobado que esa idea era errónea, todavía era “nadie”.
Una de las fuentes de fortaleza que me dio la determinación para impulsar mi carrera fue la historia de Frida Kahlo, quien, en la era dorada del muralismo mexicano, hacía pinturas íntimas que los demás desdeñaban. Tuvo la valentía de expresarse y de ignorar a los escépticos. Mi mayor ambición era contar su historia. Retratar la vida de esta artista extraordinaria y mostrar a mi México de una manera que desmintiera estereotipos se volvió mi misión.
El imperio de Weinstein, que en ese entonces era Miramax, se había vuelto el sinónimo de calidad, sofisticación y de tomar riesgos; un refugio para artistas que eran complejos y desafiantes. Eso era todo lo que Frida significaba para mí y todo lo que aspiraba a ser.
Había empezado el proceso para producir la película con otra compañía, pero luché para recuperarla y llevarla con Harvey.
Lo conocía un poco gracias a mi relación con el director Robert Rodríguez y la productora Elizabeth Avellán, quien era su esposa en ese entonces y quien me había acogido bajo su tutela tras hacer algunas películas con ella. Lo único que sabía de Harvey en ese momento era que tenía un gran intelecto, que era un amigo leal y que era un hombre de familia.
Con lo que sé ahora, me pregunto si no fue solo mi amistad con ellos —así como con Quentin Tarantino y George Clooney— lo que me salvó de ser violada.
El acuerdo que hicimos en un inicio era que Harvey pagaría por los derechos del trabajo que ya había empezado a desarrollar. Como actriz, me pagarían la tarifa mínima prevista por los tabuladores del Sindicato de Actores de Cine estadounidense y un 10 por ciento adicional. Como productora recibiría un crédito aún indefinido, lo que no era inusual para una productora mujer en los años noventa. También pidió un acuerdo firmado para que hiciera otras películas con Miramax, lo que pensé que iba a consolidarme como actriz protagónica.
No me importaba el dinero; estaba extremadamente emocionada de trabajar con él y con la empresa. En mi ingenuidad pensé que se había cumplido mi sueño. Había validado los últimos catorce años de mi vida y había apostado por mí, la nadie. Dijo que sí.
No sabía que muy pronto yo tendría que decir no.
No a abrirle la puerta a cualquier hora de la noche en hotel tras hotel y locación tras locación donde se aparecía inesperadamente, incluido en un sitio en el que estaba rodando una película en la que él ni siquiera estaba involucrado.
No a bañarme con él.
No a dejarlo que me viera bañarme.
No a dejarlo que me diera un masaje.
No a que un amigo suyo, desnudo, me diera un masaje.
No a dejarlo que me hiciera sexo oral.
No a desnudarme junto con otra mujer.
No, no, no, no, no.
Y, con cada rechazo, surgía la ira maquiavélica de Harvey.
No creo que odiara nada más que la palabra “no”. Las demandas absurdas iban desde recibir una llamada iracunda a la mitad de la noche en la que me pedía que despidiera a mi agente por una pelea que tenían sobre una película distinta con otro cliente a sacarme de una gala de estreno en el Festival de Cine de Venecia, que fue organizada por Frida, para estar en una fiesta privada con él y unas mujeres que pensé que eran modelos pero después me enteré que eran prostitutas.
Tareas imposibles
Sus tácticas de persuasión iban desde hablar dulcemente y prometer cosas hasta aquella vez que, en un ataque de ira, dijo las palabras más temibles: “Te voy a matar, no creas que no puedo”.
Cuando finalmente quedó convencido de que yo no iba a ganarme la película como él esperaba que lo hiciera me dijo que le había ofrecido el papel y mi guion, hecho con años de investigación, a otra actriz.
Para él yo no era una artista. Ni siquiera era una persona. Era una cosa: una nadie, solo un cuerpo.
Para entonces tuve que recurrir a abogados. No para abrir un caso de acoso sexual sino por “mala fe”, pues había trabajado demasiado en una película que no tenía la intención de hacer ni de venderme de vuelta los derechos. Intenté salirme de su empresa.
Él reclamó que mi nombre como actriz no era suficientemente conocido y que como productora era incompetente; pero para librarse legalmente, como yo lo vi, me dio una lista de tareas imposibles con una fecha límite muy apretada:
1. Conseguir que se reescribiera el guion sin algún pago adicional.
2. Recaudar 10 millones de dólares para financiar la película.
3. Contratar a un director de primer nivel.
4. Asegurar que actores conocidos interpretaran cuatro de los roles más pequeños.
Para la sorpresa de todos, incluida la mía, lo logré, gracias a un grupo de ángeles que me rescataron, como Edward Norton, quien reescribió de manera hermosa el guion varias veces y, terriblemente, nunca recibió el crédito; y mi amiga Margaret Perenchio, en su primera vez como productora, quien dio el dinero. La genio Julie Taymor acordó dirigir y desde entonces ha sido mi respaldo constante. Para los otros papeles recluté a mis amigos Antonio Banderas, Edward Norton y mi querida Ashley Judd. Todavía hoy en día no sé cómo convencí a Geoffrey Rush, a quien apenas conocía en ese entonces.
Ahora Harvey Weinstein no solo escuchó mis rechazos sino que tuvo que hacer una película que no quería hacer. De manera irónica, cuando empezamos el rodaje terminó el acoso sexual, pero la ira aumentó. Pagamos el precio de enfrentarlo casi cada día que duró la grabación. Una vez durante una entrevista él dijo que Julie y yo éramos las peores “rompehuevos” que había conocido; él lo vio como un cumplido.
¿Por qué tantas de nosotras, las artistas mujeres, tenemos que ir a la guerra para poder contar nuestras historias si tenemos tanto que ofrecer?
A la mitad del rodaje, Harvey se presentó en el set y se quejó de la uniceja de Frida. Insistió en que nos deshiciéramos del cojeo y criticó mi actuación. Luego le pidió a todos en la sala que salieran, excepto yo. Me dijo que la única cosa que tenía a mi favor era mi atractivo sexual y que en esta película no tenía nada de eso.