Puentes, fronteras y gente
Mientras los gobiernos hablan sobre muros, los ciudadanos cruzan puentes. Y no lo hacen ahora, sino desde siempre. Y no lo hacen una vez, sino a diario. Y no lo hacen de manera irregular, sino de forma legal. Tal es la frecuencia de circulación que incluso hay algunas aplicaciones para el celular como CBP Border Wait Times, Border Wait Times US Ports of Entry, Mr. Border, Bordify o Border Buddy - México. Estas apps informan, en tiempo real, el estado de los puentes, cuántos minutos promedio se tarda en pasar, cuántos carriles hay disponibles y el estado del tiempo de la ciudad fronteriza.
Por los puentes entran y salen grandes camiones llenos de mercadería. Y son muchos, ya que según las últimas estadísticas por primera vez en veinte años México exporta más alimentos de los que importa. También se dice que el país que más consume aguacates mexicanos es Estados Unidos.
Para contrastar, por otros carriles pasan jovencitos en bicicleta que van a su colegio en Estados Unidos. Pasan jubilados que van a hacerse atender de un médico del seguro social. Pasan carros particulares con familias que van de turismo o de shopping y taxistas que tienen un permiso especial para cruzar la frontera y trasladar pasajeros. Pasan peatones que van a trabajar. Los controles migratorios hacen su trabajo con agilidad, especialmente porque muchos sacan su Green Card. Los turistas que tienen su visa pasan por migración tal y como si lo hicieran en un aeropuerto.
Antes de cruzar esta polémica frontera por vía terrestre uno tiene una serie de prejuicios, especialmente si ha vivido muy lejos de ella y si se ha acostumbrado a generalizar. Se piensa que todo el que transita por ahí lo hace de forma irregular, que el que hace uso de la vía terrestre lo hace por narcotráfico o que los que cruzan son mayoritariamente de otras nacionalidades. Y no, esta es como toda frontera y las ciudades fronterizas son como cualquier ciudad fronteriza del mundo. Es decir, las personas tienen un pie aquí y otro allá, un hijo aquí y otro allá. Y aprenden a vivir con el corazón partido, pero también a tomar de cada lugar lo que cada quien considera mejor.
Viajando en una pecera, como le llaman a los pequeños buses blancos que van de McAllen, TX, a Reynosa, Tamaulipas, escuché decenas de historias. Me impresionó la de un hombre mayor que dedicó casi cuarenta años de su vida a ser camionero en el país del norte, comiendo chatarra y durmiendo en el tráiler cuando no había tiempo para descansar en un hotel del camino. Ahora, jubilado y diabético, hace un viaje de veinte minutos para hacerse hemodiálisis tres veces por semana. Prefiere tener su casa en Reynosa porque puede criar pollos y sembrar vegetales y el dinero le rinde más. Pero cuando quiere visitar a sus hijos que viven “del otro lado” saca su celular último modelo, revisa la aplicación y se dirige a la frontera. Así no pierde tiempo. Más del que siente que ya perdió. (O)
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