Ángela, la polémica
Soy español, heterosexual y católico. He leído, no sin cierta indignación su artículo sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y me gustaría compartir mi opinión sobre los asuntos allí tratados. (Columna de Ángela Marulanda, ‘Un cura opina sobre el matrimonio’, mayo 17).
Usted comenta que matrimonio se le llama a la unión de un hombre y una mujer y que así fue desde siempre. Pues bien, por suerte ya no vivimos en la época de los romanos ni en la Edad Media, y así como las palabras pueden cambiar su significado por motivos triviales, con mucha más razón lo pueden hacer para defender el derecho de un colectivo tan marginado como es el homosexual.
No creo que por una simple cuestión de léxico se pueda discriminar a un grupo de personas que solo quieren vivir su vida con normalidad.
Me parecería razonable que un sacerdote, de la religión que sea, se negara a casar a dos personas del mismo sexo, ya que las religiones se basan en doctrinas y no en derechos humanos.
Sin embargo, un gobierno no debe guiarse por las leyes de Dios sino por las leyes de los hombres, y la Constitución española en su artículo 14 dice claramente: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o
circunstancia personal o social”, por lo tanto si a la unión de una pareja
homosexual no se la llama matrimonio, sería una clara discriminación.
Es un camino que se ha iniciado, con mayor o menor grado de aceptación, en España, Dinamarca, Argentina, Uruguay, México, Estados Unidos y en un total de diecisiete países, y es un hecho que cada vez la lista será mayor.
Creo que hay problemas mucho más importantes a los que prestar atención: pobreza, trabajo infantil, trata de seres humanos, narcotráfico, corrupción, y un largo etcétera que son los que realmente hacen que la sociedad apeste a podrido.
Rubén Sánchez