Alexa Altgelt Bartolo: Sobreviviente
A los 33 años, Alexa Altgelt Bartolo trae un admirable testimonio de resistencia contra una terrible adversidad de la vida: el cáncer. Con su alegría y fortaleza, todo es posible.
Cualquier contacto con ella, aunque sea fugaz, presenta una inquietud: ¿hay alguien con más energía que Alexa Altgelt Bartolo en Guayaquil?
La arquitecta de 33 años, cocreadora de la feria artesanal El Mercadito, maratonista y aficionada al deporte de aventura, cubre todos estos frentes con un entusiasmo inagotable. Por eso, sorprende un poco encontrarla en su casa entre semana durante la tarde para la entrevista. Son dos días después de su cuarta sesión de quimioterapia y hoy el cuerpo le ha pedido descansar.
En marzo del 2012 sintió un bulto extraño en el seno derecho y, diagnosticado inicialmente como un fibroma, pasaron dos años hasta que se lo extirparon. El 1 de abril de este año recibió la noticia de que lo que tenía era el tumor más frecuente en las mujeres occidentales: cáncer de mama.
Alexa está a la mitad de su tratamiento de quimioterapia en Guayaquil e inmediatamente después empezará el proceso de radiación en Houston (EE.UU.). Ahora comparte detalles sobre lo que significa esta enfermedad para ella: una oportunidad de aprendizaje incomparable.
¿Cómo fue el día que te enteraste que tenías cáncer?
Yo vivía sola y recibí una llamada de mi mamá, que entre gritos y ruidos me decía que tenía que ir a su casa inmediatamente. Entré a su cuarto y ella, echada en la cama, decía: “Te tienes que ir, te puedes morir”. Yo no entendía, pero a ella ya la habían llamado a decir que la biopsia de la operación realizada días atrás para extraer mi “fibroma” había determinado que lo mío era malo. Todas las películas de terror se le pasaron por la cabeza, estaba descontrolada, ella es una persona nerviosa y la verdad es que yo, de ver tanto dolor, me senté y decidí actuar. La ruta que seguí fue, en ese momento, la de llamar a alguien que ya había pasado por eso y rodearme de información. Luego empecé a llamar a doctores y, gracias a Dios, con un buen seguro y excelentes recomendaciones, al cuarto día yo ya estaba en un avión camino a Houston.
¿Qué hiciste al llegar a Houston?
Seguir las instrucciones de los médicos. En un lugar como ese, una clínica especializada en cáncer, se analiza todo, se cuestiona todo. A uno no le queda más que esperar y tener paciencia. Hubo días en los que de repente uno piensa lo peor porque la palabra es muy fea: cáncer, que para muchos significa muerte, pero no se puede hacer mucho más que tener fe en que las cosas debían salir lo mejor posible. Mi diagnóstico tras aproximadamente 15 exámenes: carcinoma intraductal grado 3 estadio 3 (hay 4 grados) de proveniencia hormonal. Mi tumor era de 7 cm, me lo habían sacado en Ecuador y yo había llevado fragmentos de este a Estados Unidos para su análisis. Decidieron que debían operar nuevamente y revisarían si había algún tipo de metástasis.
Tuviste que tomar decisiones rápidas.
Es parte de mi personalidad. También yo ya quería empezar con el proceso de sanación física. Entre las citas que te asignan, aparte del cirujano, el reconstructor, la oncóloga, estaba también la ginecóloga. Esta última me comunicó que parte de la consecuencia del tratamiento de quimioterapia sería la afección de mis ovarios. Tengo 33 años y aún no había considerado la idea de ser madre hasta ese momento en el que me estaban bajando las probabilidades de serlo. Es por esto que antes de empezar mi tratamiento me sugirieron congelar mis óvulos, y eso hice.
Según los doctores, ¿cuál era el siguiente paso?
Son ocho sesiones de quimioterapia: una cada dos semanas, cuatro meses de tratamiento que decidí llevarlo en mi ciudad, Guayaquil. Mi oncóloga de EE.UU. me lo permitió y me traje todos los medicamentos. Sin embargo, mis chequeos son siempre en Houston. Al momento voy cinco de las ocho quimios; mi protocolo se hizo con base en mi edad, al ser joven todo se podía hacer más rápido. Las cuatro primeras fueron un químico más fuerte que el actual. Decidí llevar esta etapa en mi ciudad, para no estar lejos de las cosas que quiero y me gustan: mi familia, amigos, deporte, mi perro, todo esto me da mucha energía y es parte de mi sanación emocional y espiritual. Mi trabajo, la arquitectura, es un gran pilar en mi vida y lo sigo haciendo con normalidad.
¿Cuál ha sido tu reacción física a la quimioterapia?
Sueño, menos energía, al comienzo algo de náuseas. Básicamente eso, pero la verdad he tenido superbuena respuesta a la quimio; no me puedo quejar. ¿Y de la pérdida del pelo? Ya me río. Este es casi siempre el miedo inicial de toda mujer. Hasta ahora me he permitido viajar, he hecho cosas que a veces los pacientes nerviosos no hacen y trato de pasar la mayor cantidad de tiempo con mis amigos y mi familia, así como cuando tengo la energía suficiente corro, nado y practico yoga. He tenido pocos estragos al lado de lo que he escuchado, y le agradezco a mi mente por eso. Me hago la idea de que si tengo náuseas o algún estrago, estos no duran para siempre, es una transición. Yo misma fiscalizo mi energía, una misma tiene que exigirse, una misma tiene que tener buena actitud, mirarse en el espejo y decirse “no tengo pelo, pero hoy voy a ponerme el pañuelo más lindo que tengo”. No es un pare, sino una pausa a algunas cosas que antes hacía como robot diariamente, incansablemente; ahora estas pueden esperar porque mi cuerpo es primero.
¿En qué momento decidiste raparte por completo?
Me lo rapé porque ya se me estaba cayendo, ya me molestaba; hasta eso jugué un poco con diferentes estilos de cortes de pelo; confieso que me divertí mucho. Un día le dije a mi hermano: “¿Tienes una rasuradora eléctrica? Espérame en el patio con una silla...”. Y así fue, y él me acolitó que yo lo rapara a él después. Te digo la verdad, yo pienso que lo único que he perdido por esto es el pelo (ríe). Mi actitud ante esto es “qué rico es no tener pelo, me baño en dos minutos y se siente liberador”. Yo al menos le doy la vuelta a las cosas increíblemente, veo la oportunidad o la ventaja en cualquier cosa que “no es buena”.
¿Crees que te ha caracterizado, “darle la vuelta a las cosas”?
Siempre he sido una persona muy, muy positiva, nunca he sido nerviosa, soy bastante descomplicada, al punto que tenía este fibroma en el cuerpo y me descuidé. Vivía demasiado de prisa y pensando en el mañana sin pensar muchas veces en el presente y relajarme más. He tenido que ordenar mi vida. Esa es una de las cosas que la enfermedad me está dando.
¿Qué más te está enseñando la enfermedad?
Es impresionante, toda la vida me he despertado saltando de la cama, con una energía enorme. Y ahora la he tenido que volcar a otras cosas, estoy aprendiendo a pausar un poco y hacer de esto una experiencia nueva. Para mí es una oportunidad más allá de una situación preocupante, para replantearte las prioridades en tu vida, para alguien como yo, que vivía muy rápido, muy precipitado y siempre pensando que “no pasa nada”. En cada quimioterapia pienso si me están matando mis células, entonces de mi mente y de mi actitud van a nacer cosas nuevas; es como un renacimiento del cuerpo sin querer. La vida te enseña a veces a golpes, porque para mí esto es un golpe amable que te llama la atención y te dice: “Hey, estás viva, tienes que arreglar esto”. Para poder hablar de salud, es necesario considerar también las emociones. Y el espíritu.
¿Crees que las enfermedades son emocionales?
Definitivamente. Mucha gente me dice: “Tú que eres deportista, ¿cómo te puede haber pasado esto?”. Pero no entienden el fondo que yo entiendo, la parte emocional y espiritual que se traduce al cuerpo físico. Yo vivía sola, un poco aislada y me sentía que todo lo podía. El cáncer es una enfermedad familiar y de “tribu” que nos enseña tanto a los pacientes como a todos los que nos rodean y nos estiman. Hay que tener humildad para dejarnos cuidar y dejar que otros se preocupen por nosotros, así como para entender que es tiempo de resolver situaciones y emociones pendientes como son miedos, sentimientos no expresados, frustraciones, etcétera. Por eso yo lo llevo como lo llevo, porque lo comprendo, le veo un sentido. Tuve que pasar un proceso de perdón conmigo misma y estar a la vez muy agradecida por la vida. Hay veces en que uno toma por sentada la salud. Debemos empezar a resolver las emociones antes de que se manifiesten como enfermedad.
¿Quiénes han estado a tu lado durante este proceso?
Me siento muy afortunada porque mi familia se ha unido más, al igual que mis amigas. He recibido un montón de demostraciones de cariño que de esta manera no las había recibido antes. Nunca se te pasa por la cabeza algo como lo que estoy pasando, y mis amigas han sido incondicionales en esta situación. Han querido estar en todo momento junto a mí, con sus familias y sus responsabilidades; han estado atrás de mí constantemente. Estamos aprendiendo todos de este proceso. Sostengo que hasta las enfermedades se las debe agradecer, porque el mensaje que te quiere transmitir la enfermedad es muy importante. Y hay que tener los oídos muy abiertos y humildad para aceptar con una actitud positiva lo que nos está pasando.
¿Cómo te sientes ahora?
Yo tengo confianza en que mi cuerpo va a seguir respondiendo bien. Hoy me siento fuerte. Ojo: no necesariamente fuerte como el concepto que yo tenía antes, que se reducía a la fuerza física. No, yo ahora me siento fuerte de cuerpo, mente y alma. Creo que soy un roble para manejar esta situación, y no quiere decir que no sea sensible. He podido llegar a un entendimiento que le dio el giro a la enfermedad y tengo más claridad en partes de mi vida que necesitan atención. Mis diez maratones me dieron físico tal vez para aguantar más mi enfermedad, pero mi maratón real la vivo día a día queriendo ser mejor persona y fortalecer más mi personalidad en compañía de la gente que me gusta. Mientras pueda voy a tener la actitud que tengo: yo elijo ser positiva y alegre, y mi intención es contagiar esta actitud a mi “tribu”.
Producción fotográfica: Melissa Peña. Maquillaje: Tehany Bjarner 099-128-9012. Vestuario: Teresa Valencia.