Cézanne: Decisivas influencias
Cézanne y el pasado: tradición y creatividad fue la muestra sobre uno de los pintores más influyentes para el modernismo que tuvo lugar en Budapest hasta el 13 de febrero de este año.
Sobre la Plaza de los Héroes, aquella explanada omnipotente al final del Corso Szechenyi de la capital húngara, Budapest, se encuentra el Museo de Bellas Artes (Szépmuvészeti Múzeum). En él se encuentra una humilde colección de corte universal, estructurada en las categorías principales que conforman la Historia del Arte: renacimiento, arte medieval, barroco, clasicismo, romanticismo. Este es un museo que a pesar de la grandeza arquitectónica de sus instalaciones ha debido limitar sus ambiciones museísticas a pequeños proyectos; se trata pues de una economía pequeña de un país pequeño.
La retrospectiva de uno de los precursores del modernismo europeo, Paul Cézanne (1830–1906), es –para efecto de las contingencias del museo– un logro monumental. Judit Gesko, encargada de la muestra, habría invertido cinco años para acumular el patrocinio suficiente (cerca de un millón de euros) para prestarle las obras necesarias en la exposición a monstruos poderosos como el museo de Louvre de París, el Metropolitan Museum de Nueva York, el Albertina de Viena o la colección de la universidad de Oxford, Inglaterra.
Durante la inauguración, el valor de esta retrospectiva se asentuó ante el público con la presencia de invitados singulares. Nicholas Penny, director de la National Gallery de Londres, tituló a Cézanne como el “pintor más influyente para el arte moderno”, mientras que el primer ministro húngaro, Viktor Orban, pronunció sin ambages la importancia de inversiones como esta, en tiempos de recortes en lo cultural, en países como Hungría: “Hay gente que piensa que en malos tiempos no hay que invertir en cultura, pero nosotros creemos lo contrario. La vida no es solo la lucha por el día a día” dijo.
Se podría asegurar que Budapest ofrece a su habitantes, más allá de highlights como la muestra con la mayor cantidad de obras juntas de Cézanne, motivos para una rutina agradable: la cantidad de piscinas termales, conservadas en sus orgullosos edificios del siglo XIX, abren a las seis de la mañana, algunas cierran los viernes recién a las cuatro de la madrugada. Luego de un baño en aguas de 40 grados celcius, caminar por las calles a 10 grados, comerse un lángos (fiambre caliente típico de la ciudad) y entrar directamente al museo a pasear unas cuantas horas, es para quién les escribe, simplemente recomendable para la salud.
Cézanne y los museos
El comienzo artístico de Cézanne es sombrío y violento. Su padre, un hombre posesivo e iracundo, le niega una carrera como pintor y obliga a Cézanne a estudiar Leyes. No terminaría sus estudios. Sin ahondar en interpretaciones freudianas sobre esta relación, las obras de Cézanne las llena cierta agresión, reflejada sobre todo en los motivos que escoge pintar, en su admiración por Eugene Delacroix y sus bocetos a partir de Los desastres de la guerra de Francisco de Goya.
Es su gran amigo de la infancia, el escritor Emil Zolá, quién convencerá al joven Cezanne a salir de la Provenza para ir y disfrutar una París de vanguardias. Michael Zimmermann, profesor de Historia del Arte de la universidad de Eichstätt-Ingolstadt (Baviera), comenta que Provenza fue para algunos de los artistas modernos un lugar tan conservador que el hecho de que estos iniciaran una revolución frente a las teorías del color fue un fenómeno necesario.
La fase temprana de Cézanne como pintor es turbulenta, llena de referencias a las tempestuosas representaciones del horror de Eugene Delacroix, Los desastres de la guerra de Francisco de Goya y los esclavos moribundos de Miguel Ángel. Visitar el Louvre será una fuente de trabajo, más que de inspiración. Dentro de la muestra en Budapest, se pueden ver los bocetos de Cézanne, que él ejercita frente al busto del Cardenal Richelieu de Bernini, del cuadro Et in Arcadia Ego (Incluso en Arcadia estoy) de Nicolás Poussin, así como de artistas contemporáneos a él como Eduard Manet y su Desayuno sobre la hierba.
Naturaleza muerta y paisajes
Se habla de los paisajistas modernos como aquellos que quisieron reinventar la naturaleza. En el paisaje se puede ver la urgencia de documentar ese mismo instante en el que el pintor estuvo pintando, la luz que capturó, como si se tratase de un fenómeno mecánico. Sin embargo, en el paisaje impresionista lo subjetivo de su autor es lo que toma el centro de la pintura.
Cézanne ya lo habría visto en las obras de Poussin o Giorgione; aquellos paisajes del siglo XVII que relacionarían la naturaleza con los afectos humanos, recordando lo teatral de la antigua Grecia, dándole cierto dramatismo a los escenarios naturales, en donde las figuras son “solo” parte del paisaje. El Mont St. Victoire, la montaña que él pintará una y otra vez, es un ejemplo de un motivo que Cézanne escoge para pintar experimentando lo que sería la ritmización de las pinceladas, obligando a pensar en la mano del pintor que estuvo trabajando sobre la imagen.
Similar a sus paisajes, en sus naturalezas muertas repite Cézanne una y otra vez los mismos escenarios: vasijas y manzanas, los pliegues de un mantel desaliñado. Cézanne se convierte en precursor del cubismo con sus reflexiones en cuanto a la representación y perspectiva; uno reconoce en los cuadros, luego de larga observación, que el ojo humano es incapaz de captar al mismo tiempo todos los puntos de vista que Cézanne muestra en un solo escenario.
Jugadores de naipes y parisinos
Qué es lo que el ojo puede ver y qué es lo que la mente recibe a través de este, es un ejercicio que se repite en la serie de pinturas de jugadores de naipes. En cada cuadro, las miradas se sumergen en los naipes. Pero no solo la mirada de los jugadores son las que mantienen una presencia soberana en el cuadro; hay en algunos casos, un tercero curioso que mira las cartas ajenas, como si se tratase de una figura estratégica que definirá el final del juego. La serie de jugadores de naipes –más allá del discurso acerca del aislamiento y anonimato en la ciudad industrial– se eleva a un nivel alegórico de la pintura misma; ese misterio que queda escondido dentro del cuadro.
Más allá de las bañistas y los escenarios arcaicos que representan la época última y sublime de Cézanne, están los retratos de actuantes parisinos que en la última década de su existencia dieron un vuelco decisivo a su carrera como artista; Ambroise Vollard, sobre todo, aquel marchante de arte que vendió todo lo que Van Gogh no pudo vender, y que hizo de Cézanne un pintor célebre, como a Paul Gauguin y Pablo Picasso. La oscuridad que resaltan los ojos de Vollard recuerda ese misterio y semblante reflexivo de sus jugadores de naipes y otras figuras de la ciudad moderna, llena de calles majestuosas pero con mendigos por doquier. Esa oscuridad que es el misterio mismo de los aciertos del arte moderno.