Cien años de ‘La metamorfosis’
La obra más famosa del escritor checo Franz Kafka cumplió su centenario. Jóvenes mileniales dan su testimonio de lo que significa el breve libro del autor.
“Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se encontró en la cama transformado en un insecto monstruoso”, desconcertante inicio de La metamorfosis, que ha cumplido ya 100 años de ese atroz despertar. Un relato de esta magnitud no se quedó atrapado en 1915, sino que ha tenido una trascendencia sin igual. Autores del peso de García Márquez, que recordó que luego de leerlo no volvió a dormir con la placidez de antes; o Borges, que consideró que el cuento era profético, son testimonio de la influencia de la transformación (que es la traducción más exacta del título Die Verwandlung) de Samsa. Pero no solo son testimonios estos conocidos literatos, sino que para la generación de los mileniales, la situación de Gregorio sigue siendo una motivación (o una confirmación) para enfrentar la vida.
Franz Kafka (1883-1924) vivió una situación muy parecida a la que se enfrentan los jóvenes de hoy en día. Efectivamente su mundo, como el nuestro, era el mundo de lo “eficaz”, de la producción, de la generación de dinero, es decir, el mundo de la rutina y del vacío. El joven checo fue un artista coaccionado por la sociedad en cuanto que su pasión, su verdadera razón de ser, era tomada en nada: estudió derecho y ejerció en varios bufetes de abogados con poco y nada de ilusión. Su problema, como el de muchos, era el que su sueño (si habrá tenido alguno más que escribir) no era lo “políticamente correcto” en la sociedad de las fábricas y del consumo. Y, en alguna medida, esa sociedad de la eficacia antes que la humanidad, un nihilismo realmente, motivó (o ¿justificó?) las guerras mundiales.
La metamorfosis fue escrita en 1912, precisamente dos años antes de la Primera Guerra Mundial. Su elaboración, según algunos críticos, es otro punto a favor de lo expuesto, como veremos. En una de las cartas que escribió Franz a Felice Bauer, quien fue su prometida un tiempo, le contaba que se le había ocurrido una historia que lo perseguía desde “lo más hondo” de sí mismo, o sea, la historia de Gregorio Samsa. Y tal persecución duró 21 días hasta que lo terminó de escribir, tiempo que si bien es corto, para Franz fue una eternidad, pues él le decía a Felice que “¡ojalá tuviera libre toda la noche para dedicarla a escribir de un solo tirón, sin abandonar la pluma! Sería una noche hermosa”, pero el trabajo y las interrupciones cegaban la inspiración. Este relato es el corazón escrito de Franz; sin engaños, sin juegos literarios, es simplemente el corazón desbordado.
Uno de los elementos más patentes en la lectura de este cuento-novela es el angustioso trasfondo en el cual se desarrolla la historia. Y no cabe otra reacción, pues la ya vacía vida (esa vida que le causaba náusea a Sartre) se convertía de la noche a la mañana en la vida de un bicho. ¿Qué soy?, seguro fue un pensamiento que se desagarró de su mente. Luego de unos minutos, ¿quién soy?
Testimonios mileniales
Álvaro Freile (23 años) comenta que esa última pregunta era una de las principales inquietudes que inyectaba Kafka. “Esa angustia, esa desesperación de no saber quién soy o en qué me estoy convirtiendo con el paso del tiempo. Tiempo que no enfrento sino que generalmente me lleva como una avalancha, es el tiempo que me lleva a reflexionar sobre mi flácida libertad. Desde ese punto de vista es interesante pensar que frente a la lectura de La metamorfosis no cabe quietud, de ahí que siempre Camus señaló que Kafka obliga a la relectura. Gregorio nunca se convierte en cucaracha, como la crítica y las películas nos han hecho creer, sino en un bicho gigante, de barriga abombada y muchas patas: ¿quién soy?, ¿en qué me estoy convirtiendo?”.
Víctor Terán (32 años) apenas recordaba la historia de Samsa, la había leído hace más de diez años, pero recordaba con tristeza lo que más le impactó: la indiferencia. “Indiferencia tal que incluso sus padres no se sorprenden cuando ven a su hijo que se había convertido en bicho: “El padre, con expresión hostil, apretaba los puños, como si quisiera empujar a Gregorio de vuelta a la habitación. Hay que recordar que en este momento de la historia Gregorio, comerciante de telas, había perdido el bus de las siete que tomaba sin falta todos los días para ir a trabajar, pues esa mañana se había despertado convertido en bicho. Diríamos que si uno se despierta convertido en bicho parece perfectamente justificable que uno no trabaje, sería lo mínimo”.
“Pero volviendo a la escena, resulta que el procurador de la empresa va a la casa de Gregorio a preguntar por qué no había ido a trabajar; luego de un momento es cuando Gregorio, que era un bicho gigante, logra abrir la puerta (no tenía manos, sino patas) y su papá lo ve y habla. La primera reacción de sus padres al ver a su hijo convertido en bicho no es de susto, de intriga o, incluso, de miedo, sino que se molestan porque no fue a trabajar a la misma hora de siempre. Habría que preguntarse y se preguntaba (Víctor) si nosotros porque estamos sumidos en el sistema o, simplemente, en nuestros problemas somos incapaces de ver las dificultades que están pasando los demás. El convertirse en bicho es el colmo de problema que puede tener alguien; si eso pasara, ¿lo notáramos? Kafka nos manda un tremendo balde de agua fría”.
“La juventud está cansada de ‘sistemas’, de rutinas, de llegar a vivir el mundo gris que han construido las “personas mayores,” como diría El Principito. La juventud quiere esperanza y la esperanza está en las personas y no en los sistemas”.
“Dentro de tal sinsentido de vida, esto es, vivir para el dinero, para el trabajo; precisamente no como medio, sino como fin de la vida es la gran denuncia de Kafka. Y es que el fin de la vida dibuja el recuadro, algo así como en El grito, de Munch, la escalofriante situación de la persona se transmite al puente y al lago. Un fin gris, corto para la grandeza posible (aunque no siempre realizada) de la libertad del ser humano influye en el viaje existencial de la persona: una vida con colores, alegrías y lágrimas; o una que se asemeje a un cuadro gris y descolorido”.
Daniel Pazmiño (22 años), acérrimo lector, decía que realmente Samsa no se convierte en un bicho, sino más bien el mensaje de Franz es que la sociedad te ve como un bicho. “Eres un engranaje más de esa sociedad que avanza a la nada”.
Daniel contó que este libro inspiró en él la búsqueda de una vida más plena. “No quiero ser un bicho, no quiero que me vean de esa manera”, y de ahí nació su búsqueda. “Y esa búsqueda es la que hay que motivar en los jóvenes. Hay que buscar dónde anidar la vida, no en ese mundo de la “eficacia” que sufrió Kafka, sino en algo más: el arte, la familia, la solidaridad por ejemplo. Algo que nos haga realmente hombres, de ahí que es muy interesante el cuento de Murakami Samsa enamorado publicado precisamente este 2015, pues en ese cuento Gregorio se transforma de bicho nuevamente a humano”.
*Estudiante de Ciencias Jurídicas de la Universidad de los Hemisferios. (I)
Y esa búsqueda es la que hay que motivar en los jóvenes. Hay que buscar dónde anidar la vida, no en ese mundo de la ‘eficacia’ que sufrió Kafka, sino en algo más: el arte, la familia, la solidaridad”.
Daniel PazmiñoEl convertirse en bicho es el colmo de problema que puede tener alguien; si eso pasara, ¿lo notáramos? Kafka nos manda un tremendo balde de agua fría”.
Víctor TeránEsa angustia, esa desesperación de no saber quién soy o en qué me estoy convirtiendo con el paso del tiempo. Tiempo que no enfrento sino que generalmente me lleva como una avalancha”.
Álvaro FreileSu problema (el de Kafka), como el de muchos, era el que su sueño no era lo “políticamente correcto” en la sociedad de las fábricas y del consumo”.
Carlos Piana C.