Cómic y arte contemporáneo
El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid) reúne el trabajo de George Herriman y de William Kentridge.
Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat, la exposición sobre el creador estadounidense de tiras cómicas George Herriman, y Basta y sobra, la retrospectiva de la producción teatral y operística del artista sudafricano William Kentridge, son dos proyectos extrañamente complementarios que bien merecen una visita doble.
Aunque uno trate sobre los inicios del cómic en Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX y el otro se enfoque en las estrategias poéticas, visuales, dramáticas y audiovisuales para llevar al escenario el colonialismo, el apartheid y la reconciliación nacional, los dos están atravesados por tres fuertes ejes: el dibujo, la ironía y la raza.
Herriman y Kentridge comparten un pensamiento secuencial en el que los dibujos se articulan de un modo libre pero punzante, con grandes dosis de humor crítico, que aunque traten de infinitos temas siempre apuntan oblicuamente hacia la cuestión racial.
El mestizo barrio de Nueva Orleans fue el hogar de la familia Herriman. Pero en 1890, con tan solo diez años de edad y a causa de las políticas de segregación, George se mudó con sus padres a Los Ángeles, donde comenzó su vida de hombre blanco.
Si se hubiera sabido, como dice Brian Walker en su texto del catálogo, no solo se hubiera interrumpido su trayectoria como historietista de prestigio: “No habría podido casarse con una mujer blanca, ni adquirir una propiedad inmobiliaria en Outpost Estates, un distrito reservado para la población blanca”. Ese secreto, que se llevó literalmente a la tumba, latía –sin embargo– en su obra maestra: las tiras cómicas de Krazy Kat. Porque, sin que nadie lo supiera, eran rara, absurda y hermosamente autobiográficas.
Se trata de grandes páginas de diario que narran, autoconclusivas, las aventuras de un gato, un ratón y un perro, sin marcas claras de género. El gato está enamorado del ratón y permite que este le lance, una y otra vez, ladrillos a la cabeza. No solo toca un banjo de calabaza, lo que lo identifica como negro, sino que además habla de una forma híbrida que remite directamente a la comunidad criolla de Nueva Orleans. El paisaje donde se persiguen esos personajes protagonistas y tantos otros secundarios está inspirado en el de los indios navajos. De modo que cuando el gran público estadounidense disfrutaba complacido de aquellas páginas de The World –el diario de William Randolph Hearst– estaba asistiendo, en realidad, a un cuestionamiento de la familia heteropatriarcal y de la Norteamérica blanca.
La exposición del Reina Sofía es un completo recorrido por la obra del autor de Krazy and Ignatz, la copia de historietas originales enmarcadas en las paredes y de publicaciones enmarcadas en las vitrinas.
Fuente: NYT