Texto y foto principal Moisés Pinchevsky moises@pinchevsky.net
Cada quien necesita vencer sus propios monstruos. Y cada quien lo hace a su manera. El argentino Arístides Vargas, que lleva casi 35 años viviendo en Ecuador, lo hace a través de obras que hablan de países con desigualdades, migración y un “desencanto personal con el proyecto de ser humano. Creo que los humanos hemos alcanzado una cuota de destrucción nunca antes vista. Y si no podemos rectificar vamos a sentirnos fracasados como proyecto humano”.
Su más reciente obra, La República Análoga, fue escrita el año anterior como parte de un proyecto artístico de Ecuador, Argentina y Bolivia para conmemorar el Bicentenario de la Independencia. Allí muestra a ocho personajes, seis de los cuales llegan al ser convocados a una insólita reunión por el anfitrión de la casa –Torres– para cumplir una misión nacida de una “idea descabellada”: fundar una nueva república. “Puedo estar equivocado, pero eso no demuestra que la realidad que habitamos sea la correcta”, explica el personaje.
Arístides Vargas señala que la obra no es una crítica política que reniegue de ningún gobierno en particular. Sino, más bien, propone una reflexión sobre la sociedad que los ecuatorianos, los latinoamericanos y, en general, los seres humanos aceptamos como normal, quizás por vivir realidades ajenas al verdadero concepto de ‘país’.
Eso ocurre –señala– porque muchas veces creemos que el país está fuera de nosotros, como pensando que existe solo para servirnos. Esta obra busca invertir los términos. “En este caso estos personajes consideran que el país está internalizado y que en cada uno funciona uno diferente”.
El soñador, la poeta...
La locación es la casa de Torres, quien vive con una madre que de seguro le heredó sus excentricidades, ya que parece que viviera en otro mundo. Y así van llegando uno a uno los demás personajes. Primero, Beatriz, la poeta que llega atraída por ese proyecto “tan desproporcionado como inservible”, acompañada de su prometido Omar, que casi no habla porque su pensamiento está dedicado a su futuro conyugal.
Poco después ingresa el doctor Carpio, cirujano plástico de actitud irascible que no siente miedos “porque tengo un revólver”. Y se convierte en esa dosis de violencia que, según defiende el personaje, debe acompañar a toda idea.
El autor de la obra explica que esa violencia es con uno mismo, para ver “cómo yo accedo al otro, cómo yo accedo a lo que es diferente, pero para ello debo provocar una pequeña revolución en mí, para entender que hay gente distinta a mí, pero que eso no los hace mejores ni peores”.
Los latinoamericanos deberíamos plantearnos esa revolución a diario para aprender a vivir como una región unida, y no cimentada en sus diferencias. El caso de nuestro país es un ejemplo. “Ecuador ha sido un enfermo de las diferencias. Siempre nos han dicho que la Costa es diferente a la Sierra, y a su vez al Oriente; que la en la Costa los negros son diferentes a los guayaquileños, y ellos a los manabitas; que en la Sierra los quiteños son diferentes a los cuencanos. Todo es puras diferencias”.
Supongamos que eso sea verdad, agrega Vargas, “¿qué problema hay?”. El autor habla sintiéndose un ecuatoriano más, actitud que convive perfectamente con su amor por su país natal. “Cuando voy a Argentina extraño al Ecuador, y aquí en Ecuador extraño a Argentina”, explica este dramaturgo que dice nunca haberse sentido extranjero en esta nación.
Más personajes
Torres, Beatriz y el casi mudo de Omar, que se dedica a coser el vestido de novia de su prometida, reciben otra visita en la obra. Se trata de Chester, que propone la sensatez en el proyecto, pero acompañada de una conciencia infantil. Esto porque “en la raíz de nuestra república habrá una gran fantasía; la clave está en los niños, si lo fuéramos, cosa que lamentablemente no somos, se nos permitiría hacer cosas que los adultos no hacen como una subversión, una revolución, para luego crecer y volvernos estúpidamente formales y adultos”, explica ese hombre que al momento de hablar de la independencia de la nueva república, recomienda independizarnos de “nosotros mismos… Nosotros mismos elegimos nuestra propia servidumbre porque no supimos qué hacer con el miedo que nos provocaba el ser libres, es más fácil vivir en sistemas opresivos porque eso nos empuja a liberarnos; si viviéramos en un mundo justo y libre nos volveríamos conservadores y miedosos”.
En ese proceso también importa el grito de la independencia, narra la obra, y para pronunciarlo se escoge al doctor Morales, personaje que ingresa posteriormente al escenario acompañado de Renzo, su discípulo, quien explica que su mentor es un hombre muy profundo que tiene un problema de frenillo, lo que brinda “un tono jocoso a sus opiniones”.
Morales dice –amarrado vocalmente– sentirse parte de esa “zociedad sequeta… dedicadaz a la zienzia y a las adtez, y tendemoz una ezcuela de oficios inútiles, donde los alumnos pedezozos zedan premiadoz con una botella de aide de la hedmandad de loz que no zidven pada nada. Chacota, chacota, puda chacota y haba un cadtel en la puedta que diga: libertad, solidaridad y chacota, puda chacota”.
El grito de la independencia de Morales tiene dos intentos fallidos calificados como “penoso” y “chillido estúpido” por sus compañeros de proyecto. Pero el tercero resulta ser el definitivo: un grito silente.
“El primer grito nunca lo escuchamos, me gusta, porque un momento de tanta felicidad y tanto dolor es inexpresable, ni por gritos, ni por arengas, ni discursos, sino por un profundo silencio”, indica Renzo sobre el aporte de su maestro a esta causa insólita.
Arístides Vargas cuenta que la creación de una “república análoga” tiene su mayor fortaleza en su imposibilidad. “Deseamos un país que no existe, pero está bien que no exista. Porque muchas veces que hemos querido hacer realidad nuestros sueños, los transformamos en una monstruosidad”. Y esa monstruosidad -tan llena de locura y sensatez- luce igual de intimidante allí enjaulada en el escenario.
Malayerba
Este grupo quiteño presentó esta obra septiembre anterior en el auditorio del Centro Cultural Simón Bolívar de Guayaquil, en Quito y en Manta durante el XXIII Festival Internacional de Teatro de Manta. Como era un proyecto internacional, para entonces también actuaron en esta obra Nixon García, director de la agrupación teatral La Trinchera, y los actores argentinos Mario Ruarte, Chicho Vargas y Guillermo Troncoso. En marzo y junio de este año realizaron otras presentaciones en Quito, pero solo con los actores de Malayerba.
El grupo está conformado por Arístides Vargas (director, argentino), Charo Francés (española), José Rosales (chileno), y los ecuatorianos Gerson Guerra, Manuela Romoleroux, Daysi Sánchez, Joselino Suntaxi y Santiago Villacís. Malayerba es una propuesta teatral independiente de teatro que puede provocar en su audiencia cambios bruscos de alegrías, tristezas y reflexión, alejándose así de la propuesta convencional del humor.
Malayerva ha realizado una treintena de montajes dentro y fuera del país. Entre ellas Jardín de Pulpos (1992), Nuestra Señora de las Nubes (2000), El Deseo Más Canalla (2000), La Muchacha de los Libros Usados (2003) y La razón blindada (2005). Todas son obras escritas por Arístides Vargas. Este grupo quiteño presentará su próxima temporada a inicios del próximo año. Dirección: Sodiro 345 y Av. 6 de Diciembre, (02) 223-5463.