Nápoles: Centro de la sastrería
En la ciudad italiana aún se conservan los talleres donde artesanos continúan con la tradición de la confección de trajes hechos a la medida.
En un cuarto en un sótano que da a una calle en la que el ruido de las motocicletas y las bocinas de los coches ahoga hasta a las insistentes campanadas de las iglesias, Davide Tofani trabaja en el típico saco suave napolitano. “Cuando hago un traje, es como darle forma a una segunda piel de mi cliente”, dijo el sastre. “No me puedo imaginar hacer un traje sin conocer el cuerpo que lo usará”.
En el último siglo, el sastre personal, que trabaja cara a cara con el cliente, se ha vuelto tan simbólico de Nápoles como sus esculturas romanas e iglesias barrocas. Muchos hombres que alternan con amistades en las calles de la ciudad o están sentados en bancas públicas usan sacos elegantes, de tweed o lino, ligeros, poco estructurados e indudablemente confeccionados por un sastre.
Y pareciera que los sastres napolitanos tienen más éxito en adentrarse más en el siglo XXI que la misma ciudad caótica. Sin embargo, hoy está de vuelta el traje confeccionado a la medida y le va bien, aun contra el reto de los ya hechos en fábricas. Para demostrarlo, los grandes nombres de Nápoles han abierto tiendas en todo el mundo. También mandan a expertos a ver a sus clientes o les ofrecen una recepción que los hace sentirse como en su casa en Italia.
Rubinacci es uno de esos nombres. Su taller en esta ciudad está ubicado en lo alto de la Via Chiaia, en una parte del Palazzo Cellamare, con su imponente escalinata e historia de haber alojado al artista Caravaggio. Los sastres, quienes trabajan a mano en cuartos arriba de la tienda, tienen vistas del enorme edificio de piedra, justo hasta el oleaje del mar en la bahía.
Mariano Rubinacci, sentado bajo el sol de abril, en una banca frente a la tienda, tiene el aspecto de un sastre de la vieja escuela, con un saco impecable y una de las mismas corbatas elegantes en venta en la tienda, bajo una fotografía de su padre. Su familia y él viajan constantemente. Su hijo Luca es el director creativo de la marca y “siempre está en un avión de Kazajistán a Nueva York, Corea o Singapur”, contó Rubinacci. Su hija Chiara complementa a su hermano gemelo al administrar la tienda, ya con siete años de antigüedad, en la calle Mount en Londres.
Fuera del centro de la ciudad, en la zona industrial de Arzano, se ubica Kiton. Se reconoce a la marca por su sastrería, creada en un conjunto de edificios unidos por un corredor de vidrio, en el que se exhiben piezas formales del guardarropa del duque de Windsor, el rey británico que abdicó por amor.
Ciro Paone fundó Kiton en 1956, de la quinta generación de comerciantes en textiles, quien tomó la visionaria medida de optar por la sastrería, según su sobrino Antonio de Matteis, ahora director ejecutivo de la compañía. Otro sobrino, Antonio Paone, es el presidente y opera el negocio en Estados Unidos.
En la cafetería de los empleados, Paone, quien sufre de apoplejía, come con otros parientes que trabajan, incluidos sus sobrinos y su hija Rafaela. La compañía está ubicada en un elegante palacio decorado con mobiliario histórico y arte moderno que se compra para celebrar cada año productivo. Detrás de estos adornos, anexo a la parte trasera del edificio, está el taller de los 350 sastres de Kiton, quienes crean partes delanteras y traseras, cuellos, bolsillos o solapas en la fábrica artesanal. (Un sastre tradicional haría el traje completo).
Como sucede con todos estos sastres napolitanos, no hay ninguna computadora a la vista, aunque Tofani promueve su trabajo en Facebook y Rubinacci lleva registros en línea de sus clientes internacionales. Alguna vez estuvieron registrados en el libro mayor que data de 1934, el cual se exhibe en la tienda de Nápoles para que los clientes puedan leer los pedidos del rey Umberto II o del conde Leonetti, un noble local. Es factible que los aristócratas de hoy sean oligarcas rusos o miembros de la realeza malasia.
De Matteis dijo que su “fábrica de personas” necesita manos humanas más que alta tecnología, aunque la mano de obra napolitana se complementa con una fábrica de artículos de punto en Fidenza y una de ropa deportiva en Parma. En cuanto a las ventas, Kiton tiene 45 tiendas en Europa, EE.UU. y Asia.
Un proyecto nuevo son unas oficinas centrales en Milán, en un palacio en la Via Pontaccio que utilizó el diseñador Gianfranco Ferré antes de su muerte. Dichas oficinas funcionarán como el centro de Kiton para sus clientes internacionales, donde se les tomarán medidas para confeccionarles los trajes, podrán adquirir accesorios y, al final, cenar en un restaurante al que se llevará comida preparada en Nápoles.
El equipo de Kiton está constantemente de viaje porque su objetivo es estar antes de 24 horas con un cliente en cualquier parte del mundo. Kiton forma a sus propias generaciones nuevas en una escuela cerca de la fábrica. Cada año, sus doce estudiantes se unen a la compañía o encuentran empleo en otra parte. De Matteis dijo que el objetivo es tener sastres jóvenes, recién formados, en cada tienda de Kiton en todo el mundo.
No se tiene que ser multimillonario para ordenar un traje Kiton (a menos que sea en vicuña blanca). Sin embargo, la mayoría de quienes compran trajes confeccionados a la medida son millonarios, algunos de Silicon Valley en California, a un costo promedio de 7.000 euros ($ 9.670) por un traje típico, más los complementos, como las corbatas y camisas hechas a mano. Un saco se lleva 26 horas en confeccionar y una camisa cinco horas. Kiton también hace zapatos.
La alta calidad general de lo confeccionado a la medida y de lo ya hecho parece satisfacer a los consumidores. Cuando De Matteis llegó a la compañía en 1986, las ventas anuales eran de cuatro millones de euros; en el 2010 alcanzaron los 60 millones y en el 2013, 105.
La última palabra sobre la filosofía de la sastrería napolitana es de Tofani. Ahora con 47 años empezó a aprender el oficio con su padre cuando tenía 13, y trabaja con su hermano Enea, quien se especializa en pantalones. Juntos hacen un traje a la semana, dependiendo del tipo y las demandas del cliente.
“Tiene que entender que la sastrería napolitana es un arte y no un trabajo. Mi padre siempre me dijo: No hay ninguna razón para hacer una tienda grande, pero es importante ser un gran sastre en una tiendita. Sería una pesadilla hacer una compañía enorme. No pienso en hacer mucho dinero. Yo soy un artista”, notó Tofani, quien espera que su hijo aprenda el oficio.