Nicanor Parra: El poeta antipoeta
Casi al llegar al siglo de vida y con el Premio Cervantes en sus hombros, es casi imposible clasificar al escritor chileno que conmocionó el escenario literario de Iberoamérica.
En la película Violeta se fue al cielo, el niño Nicanor Parra –en clase con su propio padre, que era maestro de escuela, y su hermanita Violeta– no puede silbar como un pajarito. Sus compañeros se burlan ante ese fracaso. Hoy, en cambio, sonreímos al sentir las maravillas de su gran poesía.
Nicanor Parra nació en 1914 en un pueblito cerca de Chillán, en el sur chileno. El 23 de abril pasado recibió el Premio Cervantes, el más publicitado galardón literario de la lengua española que reconoce la excelencia de la obra de una vida. No es la primera vez que Parra alcanza un reconocimiento público; años atrás, cuando obtuvo el Premio Nacional en su país, el uruguayo Mario Benedetti, al entrevistarlo para la revista Marcha, le preguntó si consideraba que las distinciones convertían al autor en un monumento.
Parra confesó: “Yo llego a este premio a pulso, sin compromisos con instituciones, corporaciones, partidos políticos. Nada. Prácticamente contra todo”. Frente al Cervantes, lo mismo podría asegurar Parra. Llega al premio por su poesía, sin jamás haber hecho halagos a ningún grupo de poder. Es que el poeta chileno –que se formó como profesor secundario de Matemáticas y Física, y que estudió Física en Brown University y Cosmología en Oxford– ha hecho de la libertad de la poesía su prioridad. Con arte ha dicho lo que quiso.
Surge la antipoesía
Parra es fundador de lo que él llamó antipoesía. Muy joven leyó a los grandes bardos de Chile y se sintió impresionado por la solemnidad de esos versos. Pero fue definiendo su camino con otras preocupaciones hasta que dio con una idea de partida: “poesía es vida en palabras”. Inspirado por el título A-poèmes, del francés Henri Pichette, empezó a hacer entrar todo en el verso: no solo lo bello sino lo feo, no solo las lágrimas sino la carcajada. Parra se propuso escribir una poesía más cerca del acontecer de todos.
En 1937 publicó Cancionero sin nombre, un libro que no volvió a imprimir por considerarlo “un pecado de juventud”. Poemas y antipoemas, de 1954, inaugura al Parra que ahora celebramos. La sencillez en la expresión de los sentimientos es conmovedora: el poeta vuelve a la aldea donde creció, y el escaso cambio le llama la atención; siguen intactos el correo y la plaza de la niñez: “...nunca sabe/ uno apreciar la dicha verdadera,/ cuando la imaginamos más lejana/ es justamente cuando está más cerca”.
Recuerda a la tierna abuela, al padre maestro (“ilustre padre que en sus buenos tiempos/ fuera mejor que una ventana abierta”). Describe su primer encuentro con el océano (“Solo debo agregar que en aquel día/ nació en mi mente la inquietud y el ansia/ de hacer en verso lo que en ola y ola/ Dios a mi vista sin cesar creaba”. Junto con la expresión plena de ternura convive la poesía no concebida como un acto de salón sino como una acción irreverente para encrespar al público lector.
Por eso redacta una advertencia: “El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos”, una especie de letrero que previene la decepción o el rechazo. La poesía se ha convertido ya en antipoesía: “Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte”. Por este tipo de afirmaciones, a lo largo de su larga vida, Parra ha irritado a los comisarios ideológicos de todo lado, pues se ha comprometido consigo mismo, con su autenticidad, con su manera de decir las cosas de frente y con desparpajo.
En un poema que reniega del ruido de la vida moderna afirma: “La verdad, como la belleza, no se crea ni se pierde/ y la poesía reside en las cosas o es simplemente un espejismo del espíritu”. Parra es directo, frontal, lúcido; es un filósofo juguetón que, para empezar el día, se ríe de sí mismo. En 1958 aparece La cueca larga, que muestra su profunda conexión con la experiencia popular. Hay coplas –que se pueden cantar– del vino y la damajuana que brindan por lo humano y lo divino.
El poema y la carcajada
Versos de salón, de 1962, trae el desafío del gran poeta que se propone “cambiar de nombre a algunas cosas”, lo que insinúa el profundo carácter transformador de la palabra poética: “El poeta no cumple su palabra/ si no cambia los nombres de las cosas”. Esta es la esencia del verso: modificar los conceptos para transformar el mundo de la vida. También comprende que, con la poesía, “todos deben reír a carcajadas…/ para llegar al alma del lector”.
Parra ha encontrado gracia y finura en su expresión. Según el crítico peruano Julio Ortega, la antipoesía es una “sistemática recuperación del habla empírica. Para ser una forma lúcida de la vida cotidiana, la poesía debía recobrar el habla que la enuncia. Lo vivo diario debía darse en la ocurrencia hablada, esto es, como la pura duración del decir”. En Obra gruesa, de 1969, la irreverencia estalla por todas sus líneas. Se mofa de las prohibiciones, de las contradicciones cotidianas, de las imposiciones de la religión, se ríe del antipoeta que es él mismo: “El poeta es un hombre como todos/ un albañil que construye su muro:/ un constructor de puertas y ventanas”.
También subraya el otro carácter sagrado del poema: “Dios hizo el mundo en una semana/ pero yo lo destruyo en un momento”. Y ha descubierto que las ideologías, más que componer el mundo, nos fanatizan hasta darnos cuenta de que tanta lucha irracional sí fue inútil: “Yo no soy derechista ni izquierdista/ yo simplemente rompo los moldes”. Se burla de la creencia en los proyectos nacionales: “Creemos ser país/ y la verdad es que somos apenas paisaje”. ¡Y también se retracta de todo lo dicho!
Artefactos, de 1972, emplea recursos gráficos de la prensa popular: “Revolución/ revolución/ cuántas contrarrevoluciones/ se comenten en tu nombre”. O también un grafiti: “Para ser presidente/ hay que ser escupido previamente”. De 1977, ya en la dictadura del general Pinochet, es Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, y de 1979 Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui, en los que el poeta recurre a la voz de un personaje popular para seguir sosteniendo su visión del mundo que corroe el ambiente social en que vive.
Poesía contra toda dictadura
Con esa experiencia, en 1983 su poesía se transforma en carteles: en Chistes parra desorientar a la poesía se lee: “Ayer de tumbo en tumbo/ hoy de tumba en tumba”; “de aparecer apareció/ pero en una lista de desaparecidos”. En Cachureo, ecopoemas, guatapiques, últimas prédicas escribe: “Como su nombre lo indica/ el capitalismo está condenado/ a la pena capital:/ crímenes ecológicos imperdonables/ y el socialismo burrocrático/ no lo hace nada de peor tampoco”. En Coplas de Navidad (antivillancico): “Ea/ Madre Santa/ ea/ que no se persiga +/ a nadie x sus ideas”. Parra hace poesía política, esto es, arte para el uso del ciudadano contra el poder.
En Hojas de parra, de 1985, profundiza su iconoclasia: “Hacer brotar un mundo de la nada/ pero no por razones de peso/ por fregar solamente –por joder”. Aunque la lectura sostenida de poesía no es asunto fácil, todos aquellos que en algún momento de sus vidas se dejaron llevar por unos versos saben bien que se trata de un momento especial; tanto que la poesía parecería detener el tiempo de la persona que lee. El poema nos muestra algo de nosotros mismos, lo que es un valor inestimable, porque se trata de una palabra que sirve para situarnos mejor en el mundo. Por eso es importante escuchar a los poetas.
Mai mai peñi. Discurso de Guadalajara, de 1993, cierra, por ahora, el ciclo parriano: “Silencio mierda/ con 2.000 años de mentira basta!”. La poesía está construida a base de silencios, y el poeta debe también saber callar. El silencio y el sonido del arte de Nicanor Parra se quedarán con nosotros para hacernos personas más alertas de las vicisitudes del vivir.
Nicanor Parra y los poetas ecuatorianos: carta a Rodrigo Pesántez Rodas
En 1972, el estudioso Rodrigo Pesántez R. conoció a Nicanor Parra cuando el ecuatoriano difundía en EE.UU. su libro Siete poetas ecuatorianos.
Nicanor Parra le escribió una carta a Pesántez en la que muestra su interés por Medardo Ángel Silva, Hugo Mayo y Jorge Carrera Andrade.
Reproducimos la misiva gracias a la colaboración de Rodrigo Pesántez y Germán Arteta.
CARTA
En 1972, el estudioso Rodrigo Pesántez R. conoció a Nicanor Parra cuando el ecuatoriano difundía en EE.UU. su libro Siete poetas ecuatorianos.
Nicanor Parra le escribió una carta a Pesántez en la que muestra su interés por Medardo Ángel Silva, Hugo Mayo y Jorge Carrera Andrade.
Reproducimos la misiva gracias a la colaboración de Rodrigo Pesántez y Germán Arteta.
Gracias por su cordialísima, y por los 7 Poetas. No sabe cuánto he gozado con los poemas de Medardo Ángel Silva! Me creerá que no tenía la menor idea de su muerte tan prematura. Qué tremendo maestro hubiera llegado a ser. Sencillamente formidable.
A Hugo Mayo claro que lo conocí personalmente en Guayaquil, pero como no conocía su obra poco fue lo que pudimos hablar. Es un antipoeta de tomo y lomo.
De Jorge Carrera Andrade soy su viejo amigo. Nos conocimos en Londres en 1949. Desde entonces nunca nos hemos perdido totalmente de vista. Hemos leído juntos en Stony Brook, New York (Poeta Center), Library of Congress (Washington).
De los otros poetas hablaremos más adelante cuando lea con calma. Ahora no estoy muy bien con esta maldita asma que apenas me deja respirar. Bueno... exagero un poco.
A mediados de este mes estaré en New York. Mi dirección permanente es:
c/o New Directions
333 Sixth Ave
New York, N.Y. 10014
A ver si podemos vernos. O.K.
Un abrazo
f) Nicanor Parra